Un llanto infinito

En agosto de 2024, la periodista y escritora Ángeles Alemandi publicó su segundo libro, Como si nada llorase en el monte, editado por La Parte Maldita. Una niña nace, su llanto arrastra un dolor ancestral, la madre no sabe qué hacer para calmarla y el pueblo salinero en el que viven atraviesa una transformación tectónica.

La vida de Ángeles está marcada por los movimientos. Nació en 1981 en San Justo, Santa Fe. Estudió Comunicación Social en la UNER, después vivió en CABA donde se dedicó al periodismo y desde hace más de una década reside junto a su familia en La Pampa, esa provincia que a pesar de lindar con Buenos Aires sugiere un paisaje totalmente ajeno a la capital del país, más semejante a la aridez, la extensión y la lejanía del sur argentino.

Es una de las periodistas que conforman la Fundación de Periodismo Patagónico, y es desde ese territorio alguna vez hostil que se narra. En 2020 publicó Rally de santos, un libro que si bien puede ser encuadrado como crónica es una historia intimista, que relata el propio habitar del cuerpo y las relaciones familiares durante el tránsito de un cáncer de mama y las búsquedas científicas y espirituales que surgen en torno al mismo.

Si bien se conservan las inquietudes por la maternidad y la fe, en su segunda novela la autora se aproxima más a la ficción. Se sumerge en las aguas cristalinas que se evaporan para dejar expuesta la sal que será exportada por una multinacional sin rostro que da techo y trabajo a un pueblo entero. En ese entorno se forma una familia: ‘la mujer’ (de quien nunca conocemos más de su identidad) da a luz a una niña que, si bien su nombre la precede, hay algo que no encaja: la bebé llora desconsoladamente, sin límites, al punto que una chamana debe intervenir para tratar de explicar ese llanto devastador.

Como si nada llorase en el monte es un grito de la naturaleza encarnada en una niña ilegible. Es el trauma de la maternidad con tintes de folk horror (¿o qué más aterrador que ser madre?). Pero no hay demonios ni espíritus malignos, solo una historia en un contexto rural, alejado de los relatos urbanos y sus clichés para traernos otras preguntas: ¿el nombre hace a la persona o viceversa? ¿cómo se puede retratar una vida familiar y la de un pueblo a la vez? ¿cómo se entrevera la tensión de la maternidad con el conflicto político? ¿qué hay entre tanta claridad y oscuridad? ¿puede un llanto atormentar y liberar?

La disputa por las condiciones laborales, la organización popular y la potencia de lo colectivo es uno de los motores del relato, a la par de una madre que cría a una Leticia que todo el tiempo parece provocar (¿o predecir?) la calamidad. Y esta infancia también es una causa colectiva: su vínculo con ‘la vecina’, con Toro, con ese pueblo que empieza a sospechar de algo raro en la niña.

Es una historia en la que mujeres y niñeces toman un rol protagónico, que no por no estar trabajando en la salina quedan relegadas a un segundo plano, ya que el pueblo de Árbol Blanco es un organismo que en su totalidad se une a la lucha. Y también es central la palabra: el lenguaje como forma de dar vida, de sentenciar, de producir sentido. Y en un infierno grande el chisme se impone ante todo saber.

En la novela las voces aparecen con suavidad pero a la vez filosas como la sal, derramando un poco de vida y de muerte, de aislamiento y de libertad, de paz y de desastre inminente. Voces que bordean lo fantástico con la sutileza de una pincelada, para después caer en el suelo árido. Ángeles logra crear un mundo pequeño que se siente único e inmersivo, con personajes que con poco que decir de ellos llegan a dejar marcas y una fuerza omnipresente a través de la figura de una niña que viene que remover la sal estancada. Con un llanto que dice hasta cuando se apaga. Tal vez si nada llorase en el monte es porque, en efecto, nada sucede. Pero si un árbol cae en el bosque y nadie lo escucha, ¿no hay sonido?