Un día de verano y tormenta, de esos que prometen fresco y desilusionan con humedad, buscamos distraernos con una maratón cinematográfica. Para empezar con suerte y en homenaje a la reciente partida del genio, arrancamos con “Mulholland Drive” de David Lynch.
Esta peli se tradujo y traicionó especialmente en Argentina, donde fue distribuida como “El camino de los sueños”. Un título sugerente y medio spoiler que nos adelanta la relación de la peli con el mundo onírico.
Hay una escena que resulta especialmente inquietante y creo que nos dice algo sobre los tiempos que corren (puede verse en youtube). Dos amigos se encuentran en un café para charlar sobre la pesadilla que atormenta a uno de ellos. Cuando duerme, sueña que ambos están en ese mismo lugar, tomando el mismo café y entonces tiene la certeza de que un hombre de rostro temible lo acecha en el callejón. El amigo que está escuchando comprende que su misión es acompañar al soñador hasta el callejón de “la realidad” y así curarle el espanto. Caminan hacia el fondo del lugar y cuando llegan, ocurre lo más temido. Detrás de la pared, los espera un linyera desalineado, medio patético, pero que en la preciosa manufactura del cineasta se transforma en un terrible monstruo.
Para Lynch, sueño y realidad son pueblos fronterizos y hay momentos en que no se sabe si se camina por uno u otro. La escena representa la forma misteriosa en que los sueños tienden puentes hacia lo real. Y el miedo es un clic de acceso directo.
A esta misma conclusión parece llegar Judith Butler en su último libro. La ultraderecha global aprendió a hablar la lengua de los sueños. Se sirven de las imágenes del espanto, retorcidas, contradictorias para atemorizar al inconsciente de la población. Con sus gritos acarician y agitan los miedos colectivos más profundos, produciendo efectos en lo real. Especialmente, generan adhesión al reclamo de restauración de un supuesto orden perdido.
La investigadora que dió palabras a las disidencias sexuales para pensarse y nombrarse se pregunta ahora “¿Quién teme al género?”. En esta publicación sintetiza cientos de debates asamblearios y académicos de distintos lugares del planeta para compartirlos de forma accesible y urgente (Verónica Gago, Luci Cavallero y Juan Marco Vaggione forman parte de sus cavilaciones; orgullo nacional de nuestra cascoteada industria científica).
El discurso de la ultraderecha no busca alcanzar la verdad de forma argumentativa -mucho texto-. Se impone la repetición, la difusión de ideas sin sustento que puede ser rápidamente cambiada por otra, porque no importa lo que los textos dicen, si no lo que hacen: generar pánico. En el orden simbólico, juegan con las peores pesadillas de una comunidad: el temor al abuso de sus infancias, al despojo en manos ajenas, a la lisa y llana destrucción. En este contexto, el género se vuelve un significante capaz de absorber y canalizar esas ansiedades, desplazando la verdadera amenaza: los desastres que efectivamente ocurren debido al cambio climático, las guerras, las crisis económicas y migratorias. Comprender la materia prima de estos discursos es urgente para poder inventar nuevas formas de confrontarlos.
Para ir cerrando, comparto una hermosa anécdota de la peli que nos regaló un amigo. Para construir la escena del café, la actriz que interpreta al linyera muestra su repertorio de gestos pavorosos, sin conseguir la aprobación del exigente Lynch. En un momento de pausa, ella se distrae mirando al director con sincera admiración, medio embobada. Entonces él exclama que ese es el rostro que está buscando y se ponen a filmar.
Pienso que lo que asusta de los monstruos de esta época no es su grito, su gesto pavoroso. Lo que da miedo de estos monstruos es su rostro de profunda humanidad.
*
Sobre la autora de esta nota: Martina Kaplan trabaja como investigadora en el INES Uner/CONICET. Vive en Paraná.