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Supercampeones

Pagamos la entrada a un alias en una mesa de plástico y entramos a la Liga Diamantina de Fútbol. El alambrado es el mismo alambrado de siempre y el pasto igual. Y en las áreas se desparraman los arqueros en una nube y la pelota se va a la calle y vuelve. Un perro tirado. Un par de árbitros llaman a los equipos y después a los capitanes al medio. Una cancha dividida en cuatro canchas. Padres y madres y abuelos de gorrita con sillones, girasol y mate. Reflejos del mediodía en ojos dorados. Una cantina con agua caliente. Tortas fritas, hamburguesas, botellas gigantes de coca. Juegan chicxs de 6 a 9 años. Un arquero de gorra con orejitas de capibara. Un gurí corre una mariposa blanca. Suena el silbato inicial.

Un dos que saca todo. Un volante que va y viene, gambetas, tiros en el travesaño, en el palo, un delantero con hambre de gol. Una patada, un choque. Un partido con todos los condimentos. Aplausos a la gran tapada de un arquero, un cruce, un esfuerzo colectivo en una carambola, una muestra de carácter. Un golazo. Uno llora, uno lo mira llorar. Un entrenador que le dice: “Vos sos vos, no hagas caso a lo que te gritan de afuera”.  Y a veces hay una medalla, un trofeo, y a veces nada.

Chicas y chicos en un mismo equipo mixto. Todos y todas con su botellita. Y antes no había chicas ni botellitas. Hacíamos cola para tomar agua de una canilla y decíamos que el último era pxto o un cara de vergx. Y el agua, al contrario de lo que nos habían enseñado en la escuela, tenía color y sabor. Sin embargo, aquí estamos. Y al que jugaba bien le decíamos Oliver Atom y al que atajaba bien, Benji Price. Porque todos mirábamos los Supercampeones donde los rivales eran un delantero extraordinario y el mejor arquero de todo Nankatsu.  

La primera vez perdimos 10 a 0 y la segunda, 10 a 1. Y en ese 1 gritamos el gol como en un mundial. Porque los pueblos no tienen ni centro ni fin, porque el movimiento de una red es hermoso. Y un par de años después empatamos y uno de ellos dijo “no podemos empatar este partido”. Claro que sí, mi querido. Y también viajamos en tren a jugar en Paraná y otros lugares, aprendimos a estar lejos de mamá. Y también le ganamos a otros que recién empezaban porque siempre es así y después deja de ser divertido. Y algunos jugaban para divertirse y otros, ya un poco más grandes, sentían (o les habían hecho sentir) que podían salvar a sus familias jugando al fútbol.