Hace unos años se publicaba en Argentina una revista futbolera que se llamaba Un caño. Salía todos los meses. Los textos eran miradas sobre el fútbol fundamentalmente argentino con un tono más crítico, reflexivo. Una de las secciones se llamaba “El quinto whisky” y consistía en elucubrar teorías insólitas, desarrollar como hipótesis algún disparate que mezclaba deporte, política, historia, lo policial. Era muy divertido leer esa sección colocada al final de la revista. Lo que sigue es un pequeño homenaje a esa página de Un caño y tiene que ver con los Juegos Olímpicos.
Estoy seguro que la monumental puesta en escena de los Juegos Olímpicos salió de una novela de César Aira. Más de 80 barcos con 10.500 atletas de cientos de países enfiestados navegando el río, un globo aerostático iluminado por las llamas flotando en el cielo oscuro con la antorcha olímpica adentro, una mujer con vestido blanco y un pianista de negro cantando desde la punta de la torre Eiffel para una ciudad entera, estatuas saliendo a la superficie de un río color verde, un caballo plateado y su jinete de neón flotando las aguas, miles de bailarines tirando pasos durante cuatro horas.
¡Un desfile de moda sobre un puente! Bicis haciendo trucos sobre plataformas tuneadas flotando en el río Sena. Un inútil sentado mirando el celular, un presidente cagado hasta las patas porque lo iban a silbar en su discurso errático.
Lady Gaga, Zidane, Nadal, Tony Parker, deportistas con piernas ortopédicas atravesando el Arco del Triunfo con la antorcha olímpica.
¿Quiénes carajo fueron los autores de semejante obra maestra? ¡Denle el Oscar y el Nobel de Literatura juntos a esos guionistas!
La delegación de Argelia tirando rosas al río en memoria de sus ancestros asesinados por el gobierno francés contra argelinos residentes en París, el barco con seis o siete atletas de Palestina ovacionados por el público desde la costa, caras gigantes en el río, una reproducción de la Mona Lisa flotando.
Un corazón de humo en el cielo hecho por drones, una mujer y dos hombres apunto de hacer un trío en una pieza. Un viejito en silla de ruedas mojándose en la lluvia con cara de estar harto.
Viendo este espectáculo pensaba en la literatura y las invenciones de César Aira y también en los cuentos de Cristina Peri Rossi y su llamada narrativa rara, en el Wilcock El caos y en Katchadjian y su El caballo y el gaucho, y hasta me acuerdo de algunas novelas de Sergio Bizzio.
Otro momento épico fue cuando unas drag queens rindieron homenaje al cuadro El festín de los dioses, una pintura del siglo XVII. La polémica explotó porque líderes ultra conservadores de Europa acusaron que era una burla al cristianismo. Creían que la escena se reía de La última cena de Da Vinci.
Sin imaginar y sin ponerlo por escrito no hubiese sido posible tanto delirio hermoso. Sin la literatura no hubiésemos podido ver durante cuatro horas una de las más locas inauguraciones de un evento mundial.