Es impensable concebir nuestra existencia sin sonido. Lo que nos lleva a la omnipresencia de la música, una señal de que hay algo que falta, ahí donde la novedad conquista el espacio vacante. Se postula, entonces, un mandamiento de estar siempre al día, que el presente es lo inmediato. Eso que suena calculado, manipulado, controlado.
Si el presente –lo reciente- es impensable, podemos decir que su realidad se transforma en lo opuesto. La realidad es aquello que se representa como realidad, la imagen de sí misma. El pensamiento no puede contra el estado presente de las cosas.
Respecto a lo anterior, aparece un principio de negación: si estamos en deuda con lo actual, entonces, algo también le falta a esta época. El cálculo y la eficacia marcan el ritmo de nuestra era. Tengo locura por una banda que descubrí el viernes pasado, Placer. Con un par de canciones lograron conquistarme y ponerme en estado de efervescencia. De inmediato me dirigí a su catálogo y a las entrevistas, para ver qué dicen, cómo construyen el discurso de su obra. Porque en el pensamiento también se perfila la actitud y el posicionamiento de una banda. Porque sé que a la música la voy a escuchar sin parar en los días que vienen, que justo coinciden con el comienzo de un fin de semana prometedor. Por eso primero busco artículos sobre Placer, y luego, alguna letra inolvidable que me conmueva y me saque del tedio cotidiano. Me adelanto a la semana, que será, una vez más, insoportable. La fuerza de aquella máxima de negación se afirma en una deriva que avanza por fuera de lo pautado.
Inmediatamente reconozco vida en la música, lo cual me genera el estímulo suficiente para que se conviertan en mi banda favorita del momento y tenga la necesidad de hablar con alguien sobre todo este derroche de entusiasmo. Contagiar a cualquiera que se disponga a pensar la relación música-época. La música que no es un producto, pero solidaria en la conquista de los corazones. De eso están hechas las canciones. ¿De qué está hecho el corazón?
Así comienza su último disco:
Cae la tarde con un sentimiento cansino
a veces pienso profundo qué hacemos acá
dice en el aire que soñar no cuesta nada
pero si nada se cumple, ¿para qué soñar?
y buscas algo distinto
cuando empezás a preguntar
¿adónde fuimos?
¿en dónde estamos?
¿a dónde vamos?
¿a qué vinimos?
¿a qué vinimos?
Existe una sola condición que nos limita: habitar el siglo que corresponde. Una sensación de estar atrás de la vida, un acompañamiento apresurado. De ahí se desprende la búsqueda –sin dirección y/o expectativa-, que comienza con una pregunta, una especie de contestación al tiempo (no en calidad de respuesta). Descubrir algo que maravilla y despierta un interés revitalizador, intuir que hay algo irradiando disparos de misterio delicioso. Una euforia revestida con energía que se lleva a todos lados, caminar siguiendo la obsesión, con la certeza del golpe inicial. Algo que le falta a esta época