Interrumpe, sobreviene como invasión, el rayado de un libro, cuando aparece la idea. Incitando el comienzo desde el margen -de atrás y también de adelante-, sobrevuela el trazado de líneas sobre el blanco, desconociendo el origen del trayecto, casi secreto y silencioso habita el fondo de la mente creciendo largo y ancho sin rozar ningún renglón, sirviendo su libre fluir en el vacío del espacio, un camino por ampliar, inaprensible en su génesis y futuro paradero, borrando los límites del mundo en dirección al oasis, incita a moverse, en tanto sea previsible alcanzar la próxima idea.
Se agrega un segundo más al trabajo de la larga paciencia que conduce a la escritura. Ahora que saltamos, mediante anotaciones, del espacio en blanco al rayado, dice un amigo, es como irse a vivir a otra casa y tener que inventarse una nueva vida y habitar desde el fondo de la mente tanto la casa, la novela incipiente y el espacio que, en tanto dobles, envuelven una experiencia física y mental, labor de energía simultánea en tanto una se cansa de la otra y frenan para descansar -sin parar totalmente- en una habitación cuyas ventanas contemplan la noche y su mundo de sueños y estrellas cuando el horizonte gira al próximo día.
Una secuencia como esta, que viene trazando por impulso, resulta velozmente en apuntes e ingresa a la casa nueva, existe sin recuerdo ni memoria, conlleva un existir propio de una historia por hacerse arrojándose al segundo cercano, dígase, blanco sobre rayar, borde resaltado, decorado de la mente, frase por ensayar, embellecer los interiores, y como resultado, principio de escritura de libro en libro.
Bajo dominio del asalto la trayectoria del tiempo sufre una inversión. En el abanico de encuentros infinitos, uno se inclina al futuro, haciendo a un lado la tendencia circular de la historia cuyos fundamentos enlazan pasado y presente.
Lo que nos conduce al ahora, que es el tiempo perfecto. No la vida arrastrada un momento atrás: es perfecto porque no tiene sentido, iniciado el tiempo del ahora, separar matemáticamente la distancia de los años acontecidos.
Cuando desvanece ese instante, igual que el sol implacable al agua de lluvia, irrumpen las voces del coro prolijas y elocuentes. La proclama del viento deja para los ojos un brillo que afecta, ahora y para siempre, la manera de orientar su camino, el trazo ondulado del lápiz sobre el espacio, y resulta inminente, de manera análoga, cambiar la tonalidad de la casa, titular el restante de páginas vacantes.
Bajo la llama de una estación en ciernes, el fulgor de un lienzo por examinar y alargar. Con el comienzo del diálogo, un pensamiento reluce por fuera como ecos del mundo en ascenso.
Frente al mareo de voces, el texto sobre el libro que se escribe en los márgenes prospera estableciendo un diálogo sin identificar las raíces que lo ligan al presente y alimenta su crecimiento hurgando el fondo de la mente como acervo vasto. La particularidad de la lógica que establece ese movimiento no podrá repetirse en el soplo de cierre, despejando un gran interrogante los claros abiertos en estos trazos.
El envión de la senda avanza en sentido contrario. Una nueva nada separa la distancia entre el ahora y el asalto del principio.