Hundida en las frazadas como una geografía destinada a transformarme, dejo el celular sin internet y abro la computadora para jugar solitario. Voy y vengo entre las cartas y el instagram hasta encontrar flechitas rojas encendidas en la casilla de mensajes. Son la evidencia de los arqueros que, en medio del bosque, todavía intentan acertar. Difícilmente cualquier md sea más hermoso que ese indicador.
Me pregunto cuánto dura exactamente el círculito de whatsapp abierto sobre el estanque negro de mi celular antes de volver a ser trabado por la oscuridad. También cómo mide, cómo censa, el aparato los golpes cuando estamos en la mesa y abre y cierra sus párpados. ¿No podría cambiar los iconos, como se hacía en el escritorio de microsoft, para que en vez de telefonitos, emes y camaritas me lleguen corazones, tazas de té y hojitas?
Todavía me acuerdo de las primeras veces que usé computadora me enamoré del profesor e hicimos nuevas carpetas con un nombre donde después poníamos otra adentro sucesivamente para probar la versatilidad y extensión de la información al ordenarse. Esos días yo pensaba en el olor de las computadoras y no me daba cuenta qué difícil es ser inocentes.
Una vez entré a telegram y vendían merca a más no poder. Nunca pensé que era tan fácil estar en otro mundo, y también ahí me pregunté si la policía no usa mi red social. Aquel verano fantasee mirá si descubrimos un pasadizo secreto, una ventana emergente, un archivo oculto, ¿qué tendría adentro?
Acostumbro pensar que mis cartas formando mazos intrincados son la justicia social. Con cada uno de ellos alejo los problemas del mundo y oigo a través de youtube sus noticias más dichosas para que todo el orbe se apague conmigo. La imagen de una araña derramada en el palacio con sus caireles y luces encendidas nos recuerda cómo en la destrucción siempre hay hermosura.
*Kevin Jones es escritor y educador paranaense, dedicado a la enseñanza de la poesía.