Dice Rozitchner que “para poder gritar debe tenerse el coraje o la desesperación por atravesar un límite”, ¿no les suena a algo esto?
El año pasado una buena parte de nuestros compatriotas gritó bien fuerte lo que les dictaba su desesperación, y el tiempo de nuestros días se aceleró de una manera tremenda. De repente (y no tanto) las cosas pasan velocísimamente delante nuestro, y muchos solo atinamos a parpadear. Nuestros cuerpos (los de verdad, no los que se ven a simple vista, que andan por ahí como zombis todo el día buscando el mango; cuando digo “cuerpos” me refiero a esa voz oprimida dentro nuestro que rara vez nos animamos a escuchar), nuestros cuerpos, decía, van despacito, y la vida va a todo lo que da. Hasta cuesta levantar el teléfono para decirle a una amiga: Viste todo lo que está pasando?
Dice Rozitchner que “Todo lo que viene de abajo, atravesando todos los niveles, todo lo que rompe y aparece pese a estar sujeto, todo eso grita, como el volcán que estalla”. Y también dice que el grito es grito cuando está cerquita “de lo que más nos inquieta, nos atrae o nos duele”, y que por eso todos lo escuchamos y todos lo entendemos.
El grito de octubre pasado se escuchó fuerte, pero ¿lo entendemos? No sé, yo entiendo que no, pero no me animo a confirmarlo, aparte no voy a andar contradiciendo a Rozitchner que recién lo conozco.
Siento que aprendí una palabra nueva y que no puedo parar de usarla. La palabra es: Rozitchner.
Mucha cita mucha cita, pero soy una militante peronista y del movimiento de Derechos Humanos que descubre a sus 48 años un filósofo y militante argentino ineludible para comprometerse con la vida política, la de afuera y la de adentro, la colectiva y la subjetiva. Me pregunto por qué no han circulado ni circulan sus citas en las asambleas militantes, en los afiches, en los discursos.
Recién ahora, después del tremendo susto de octubre pasado, después de esa sorpresa, de ese ¡buh! que nos sacudió enteros, puedo prestarle atención de una vez por todas a esa basurita allá en un rincón oscuro del pensamiento. Así imagino a las preguntas que no me he atrevido a hacerme y a hacerles a mis compañerxs de militancia: basuritas tiradas en un rincón. Las vi. En su momento. Vi las preguntas anotadas en un papelito, las abollé y las tiré como basura. Estaba borracha de un tiempo de victorias. Pero se ve que Rozitchner no era de andar borracho por la vida, vio el papelito tirado en el piso y me lo alcanzó.
Creo que en uno de esos papelitos estaba escrita hace rato una de las tantas preguntas por lo que desencadenó en la victoria de la ultraderecha en nuestro país. La vi. Quién sabe hace cuánto.
También pienso, y es cuando más humillada me siento, que algo del grito de octubre pasado también es mío. No debo ser la única.
Tal vez tengamos que salir de la lógica del miedo, ¡a como dé lugar, como sea!, no para quedar a la intemperie sin ninguna alarma que nos proteja, sino para poder tomar contacto con otros cuerpos, para perderle el miedo a ese otro esa otra que tenemos cerca, y que así, conversando de a varios podamos ir haciendo contacto también con la propia desesperación (que no es miedo, es otra cosa) para algún día gritar lo que venimos conteniendo en este cuerpo anestesiado, el propio y el colectivo.
*Editorial leído por la autora en el programa La raíz del grito, que se emite los miércoles de 21 a 22 por Radio UNER