De la flor de la ducha cae la decisión política de tener un bebé

Al final el otro día no comimos los ñoquis, así que todavía están en el freezer. No es de relevancia para este diario, pero lo menciono para así, al final de mi tarea, voy definitivamente a preparar esos ñoquis, ya que hoy es 29.

En realidad ahora me iba a poner a preparar un postre al que mi abuela jamás le confirió un nombre, como todo postre debería tener, aunque no tenga el más mínimo sentido. Este postre sin nombre, que se prepara con un postre marca Exquisita (o Royal) de chocolate y otro de vainilla, y las antiguas y típicas vainillas con azúcar, es uno de mis favoritos. Estuve haciendo resistencia a la idea de prepararlo por el solo hecho de gastar tanto dinero. Así que esperé que Toledo ponga la leche en oferta. Me salió el litro de leche descremada marca ________ $359 teniendo la Tarjeta Amiga. ¡Gracias Tarjeta Amiga! Además compré los sobrecitos con el polvo de los postres, y las vainillas en paquete grande. Carísimas. Y otras cosas que no vienen al caso.

Cuestión que lavé la Pirex para el postre y la dejé secando y no sabía qué hacer hasta entonces, no quería caer bajo el influjo idiota de agarrar el celular y andar de acá para allá, como yirando. Me siento muy puta de la internet. Mientras la Pirex se seca dije, voy a escribir mi diario, porque era algo que me había propuesto hoy a la mañana mientras me duchaba.

Ahora que tengo flor en la ducha el agua hace otro recorrido más amable que el antiguo chorro, lo que inevitablemente hace que mi cuerpo esté más mojado la mayor parte del tiempo y pase menos frío, y no pensar en el frío realmente me hace pensar en otras cosas más lindas. Gracias a la flor de la ducha y a Alan, el plomero gasista, que vino a colocarla el otro día, y me arregló el calefactor y el horno que no funcionaban bien. Me dirán para qué vivís si vivís así.

Y mientras el agua me calentaba todo el cuerpo, yo pensaba en que últimamente estoy hablando más abiertamente de mi maternidad, con otras mujeres, indagando sobre la incomodidad. El otro día le pregunté a Marta che, entre nosotras, ¿vos tenés preferido, o preferida? Y me miró como cuando le preguntás si le importa que le agarres un chocolatín suizo de la cajita dorada. Claro que no le importa, y claro que no tiene preferencias. Marta es perfecta moralmente, en su arquetipo. Y como pienso mucho en los hijos, y yo solamente tengo uno que solo me lleva 16 años, pensé: ¿quién carajo me va a cuidar si vamos a ser dos viejxs de mierda? Por eso siempre pensé en acelerar el proceso de alguna manera para no llegar. Pero al final es una excusa tonta.


Si Marta tuvo sus primeras hijas a los treinta y pico, es la condición de posibilidad para que ahora a sus 97 años sus hijas estén vivas y aún jóvenes para cuidarla. La última la tuvo pasando el umbral de los 40, y fue buscada. Y aun así corriendo el riesgo no ignorado de los peligros de embarazarse a esa edad, lo asumió, y creo que es una de las mejores decisiones que pudo haber tomado. Esto inmediatamente me hace cuestionar las mías, y claro. Claro que las cuestioné, pero a esta altura ya tengo que cuestionarme otras. Por ejemplo: ¿debería tener otrx hijx para que me cuide cuando sea mayor? o mejor todavía ¿por qué asumo que el hijo pre-existente me va a cuidar y que si llega otrx también lo hará? Todavía no me quito de la mente la imagen de mi papá volviendo del baño de mi ex trabajo habiéndose orinado encima, con el pantalón todo meado y riéndose. Nos reímos, pero era una cosa grave, seria.
¿Me vas a cuidar cuando tenga 64?
No tenía ganas de pensar estas cosas mientras me duchaba. Me dí un horror tremendo, como un susto. Ahí mismo salí de la ducha y me sequé toda.


Seguí dándole vueltas sin querer al tema mientras juntaba la caca de mis perros de la terraza, hermosa tarea rutinaria. F. se acercó para darme un mate y se alejó porque no soporta los olores fuertes, le dan dolor de cabeza, y si ya lo tiene se le incrementa. Yo pensaba en todo esto y lo primero que se me ocurrió fue: “si esta persona no puede tolerar el olor a caca a menos de dos metros ¿cómo haría para cambiar un pañal en situación crítica?”. Yo no pienso volver a cambiar pañales sola. Y ahí nomás le tire vos no podrías vivir en el campo, no podrías ser papá porque no podrías cambiar pañales. Sin necesidad, solamente es uno de los peligros de existir y hacerse presente en el momento justo de mi monólogo íntimo. Una consecuencia inocente, no premeditada, pero que me hace decir pelotudeces. Pedí perdón, por supuesto, estaba bromeando le dije. Pero el día anterior le había dicho que quería un bebé y me dijo que él no, así que seguro que pensó que no estaba bromeando.

Ahora no sé si quiero un bebé. Pero sé que voy a envejecer y vuelvo a pensar en lo mismo.


Y en los bebés que vi últimamente, en Julia pasando por primera vez la página de un libro sentada en la cama ortopédica de Marta mientras yo les sacaba una foto, la imagen de las generaciones extremas. La más vieja y la más joven de la familia, juntas. Unidas por un meñique que parece de papel vegetal sostenido por una mano entera del tamaño de una uva rosada. O los piecitos de Tilo, el bebé que estaba en el evento de improvisación de música en el Pez el jueves, que se movían de izquierda a derecha y en círculos, al ritmo inexistente de un saxo y una guitarra disonantes.


Todxs los niñxs que van a la librería tienen sus bibliotecas aunque todavía no sepan caminar y eso me genera esperanza. A lo mejor también quiero un bebé para ingresar en el circuito vicioso de la compra de libros infantiles, una excusa. A lo mejor todo bebé es una excusa.

Y tener un bebé no es ninguna cosa seria, de verdad, es lo más fácil del mundo. Lo difícil es cuando crecen, ahí sí, y no podés volver a que sea un bebé. Hasta es más fácil que criar un perro desde cachorro, mil veces más fácil. Lleva tiempo, lo que tarde en crecer y ponerse complicado, y cuando le agarraste la mano ya se transformó en otra cosa. Un hijo es algo que no podés atrapar. Es verdad lo que dicen que cuanto más grande son los hijos, más grandes los problemas. Totalmente cierto, y yo creo que debo dar mis grandes problemas como hija, no lo dudo. Se me está haciendo tarde, para todo.

Cuando dije que quería tener un bebé y me dijo que no, le eché la culpa a la política. Esa noche soñé que teníamos un bebé de cincuenta años, todo peludo y que nos decía que estábamos arruinando su vida. Yo no entendía por qué, y ahora lo sé y lo voy a decir.

Lo voy a decir, no quiero que gane Milei. Porque si gana Milei no sé si voy a poder tener un hijo. No sé si voy a poder con el que ya tengo, no sé si voy a poder hacer el postrecito que, si bien mi abuela no me dijo nunca cómo se llama, es conocido como “postre borracho”, y juro que no lo sabía, porque estaba pensando en hacerme la canchera diciendo que sabía que se llamaba “tarantela” pero no. No voy a poder hacer un postre. Un postre, Milei. Un postre.
Me voy a hacer los ñoquis, hay que sacarlos del freezer. Sabía que iba a funcionar.