Es domingo. Estoy acostado del lado de la pared con el brazo izquierdo vuelto un rulo en mi afán de no molestarte y que puedas dormir un poco más. Al final de mi cuerpo, en el límite fronterizo más lejano a mi centro (los dedos de mis manos y pies), estás vos. Existís acá, en el mundo, al lado mío, y en otro muy remoto, cálido y de color azul, bajo el acolchado que nos tapa.
Cada tantas respiraciones roncás (si, por más que te despiertes y lo niegues, pasa, pero está todo bien, no es nada grave ni por lo cual haya que preocuparse).
Es domingo y hay un sol hermoso afuera. Al otro lado de la habitación se ven las franjas amarillas clarísimas manchando las cortinas; anoche cerramos las persianas pero el viento terminó abriendo una que sirve como adelanto obligado del clima matutino. Tengo muchas ganas de hacer pis, pero voy a tratar de invocar un rato más al sueño. Si voy al baño seguramente te despiertes (por más que intente ser cuidadoso) y además la luz directa en la cara me va a terminar de despabilar. No quiero que el día empiece todavía. Cierro los ojos e inspiro profundo. Suave pero de forma certera e inapelable, te atraigo un poco más hacia mi lado.
A los meses de dormir juntos aprendí a distinguir cuando el sueño era delicado o profundo, y al tiempito, cual era la mejor forma para acercarnos sin despertar. Estás hirviendo y me encanta sentir como con el tiempo nuestros cuerpos se conocieron y se entienden aun cuándo a nosotros todavía nos cueste un poco. No creo que te acuerdes, creo que nunca te lo conté en realidad, pero una de esas primeras veces que dormimos juntos entendí el porqué de lo que siento y es que tuve la impresión de que había una conexión que trascendía estar despiertos. Me acuerdo de estar dormido y despertarnos en simultaneo a la madrugada y sin mediar palabra matarnos a besos y volver a dormir abrazados sin poder tomar consciencia nunca del tiempo que había pasado, de las horas en las cuales habíamos finalmente dormido y si esa primera o segunda vez que cojimos, la habíamos soñado o verdaderamente sucedió.
En este abrazo de domingo que niega al día me quiero quedar un rato más: los ojos bien cerrados, el perfume de tu piel bien cerquita, todo este calor debajo del acolchado y la convicción impoluta de saber que si estás cerca el domingo se vuelve mi día/no día favorito.
A veces, escribir, es una máquina del tiempo parcial. No vuelvo con mi cuerpo íntegro a este momento, pero mi cabeza, por un párrafo, está ahí. Me acuerdo lo que se sentía el calor de tu cuerpo las noches frías de invierno y las madrugadas heladas en la semana. Me acuerdo de los desayunos soberbios los domingos, el día que se pasaba en los brazos del otro, de sentir, ya cerca del final, pero aun válido, que supimos ser refugio.
Escribir no me va a sacar de acá ni me va a llevar allá nuevamente (es más, no quiero estar allá, ya no) pero por lo pronto, es lo que me sale hacer cuando te me venís encima. A veces me agarrás bien parado y dispuesto a saludarnos de lejos y parecés de hielo cuándo te veo acelerar el paso, pero otras, se activan todas las alarmas, se iluminan las salidas de emergencia y las flechas amarillas indican la posibilidad de huida en el piso. Es en esas veces cuando caigo en la cuenta de que todo lo que amé se transformó sin saber cómo en la contingencia del daño.
Es domingo y el día está gris. El cielo aparece cubierto de nubes y la banda sonora del día es la voz derrotada de Morrisey haciendo juego con el paisaje detrás de las ventanas. Conjugué todos los verbos en el tiempo erróneo y cuando me quisé acordar el presente se había vuelto pasado y el truco a la inversa no funciona. No creo ni voy a creer nunca en la rectitud de tu juicio. No creo en el determinismo, témpano de hielo, con el que jugaste las cartas. No creo en tu dolor ni en mi corazón roto. Acá quemaron las plazas y nadie quiso asumir la culpa.
Escribo para buscar dentro de mí una explicación, pero quizá deba resignarme a que algunas preguntas nunca van a tener respuesta sin importar cuántas palabras arranque de mi pecho. Lo que tienen que entender antes de juzgarme es que hice un esfuerzo tan grande por cercar tu presencia en mi cabeza que terminé desterrándote a lugares lejanos e imposibles sin darme cuenta que todavía una parte de mí te tenía de la mano.