La semana pasada entró, finalmente, la masa de aire del Ártico que venían anticipando los expertos en el tema. Llegó y decidió quedarse un tiempo largo. Las temperaturas máximas no pasaron de los 12 grados bajo cero. Hubo días mucho peores donde era casi imposible precisar la diferencia entre la máxima y la mínima. Nevó sin parar. Todo alrededor está blanco, y la nieve acumulada tiene diferentes capas, marcando el compás de las distintas nevadas, de los distintos días; porque no nieva dos veces de la misma manera. Por ejemplo, hay una nieve liviana, esponjosa, que es fácil de sacar con la pala y tiene su origen en el lago Michigan, el fenómeno se llama Lake effect y puede hacer que la nieve caiga por días sin que en la atmósfera haya una sola nube. También hay otra nieve, mucho más pesada, pegajosa, mucho menos amiga, compacta, que se vuelve dura como hielo al instante que toca el piso y que cuando empieza a caer parece que se va a tragar todo.
Cuando el clima está así, todo alrededor parece detenerse. El tiempo se percibe distinto, es imposible de determinar el ritmo de la estación. La estación también parece congelarse. Pero lo que más me sorprende de estos días bajo la nieve es la relación con el ruido. La nieve absorbe los sonidos y los devuelve diferentes. Debido a la composición física de la nieve, esto es, la forma de los copos y su geométrica naturaleza, la nieve funciona como una pared que aísla todo ruido ajeno. Suenan distintos los autos que pasan por la calle, los pasos de las personas que pasean sus perros por la noche, todo está en calma por alguna razón que desconocemos. Es una calma mentirosa porque el frío horroroso que la rodea hace que la vida afuera, de las criaturas de ahí afuera, sea un tormento.
El invierno, en esta zona, no es la estación del pobre. Hace poco viajé por una conferencia a Philadelphia, una ciudad con mucha más historia, una ciudad no muy grande, pero con rasgos de urbe. Tiene un subterráneo y muchas personas viven en la calle. Hacía frío también, mucho frío, y una de las primeras cosas que noté en varias esquinas fue cómo las personas sin casa dormían en las veredas, apoyadas contra el piso, tapados apenas con unas frazadas sucias, envueltos en plásticos para no mojarse, tirados
encima de unas rejillas enormes, unas bocas por donde salía el aire tibio proveniente del subte. Si ese aire no estuviera ahí, no tengo dudas que esos tipos estarían muertos en menos de 4 horas. Estarían congelados, pegados al piso como un chicle pisado. Pero el aire estaba ahí, y ellos envueltos en sus cosas descansaban. La gente que paseaba por las veredas los evitaba sin perder el ritmo de sus caminatas.
Acá en Indiana no hay subte, pero igualmente hay mucha gente en la calle, sin casa, con bolsas negras donde guardan sus cosas. No tengo idea dónde duermen. No sé cómo se las arreglan para pasar la noche. Por las mañanas, cuando tomo el primer café del día, me gusta hacerlo mirando el patio desde una puerta del garaje que conecta con el fondo de la casa. Estoy ahí parado en ese umbral, siento el frío pero me puedo refugiar con solo moverme unos centímetros hacia dentro. Asomo la nariz como si fuera un juego, un juego invernal. Vuelvo a notar la sequedad del paisaje nevado, noto la quietud del frío, la detención de todo lo que parece estar vivo. Las plantas que fueron dejadas afuera son un camposanto vegetal cuando apenas lo blanco deja ver sus restos verdes. Los árboles no tienen ya ninguna hoja, y la nieve reemplazó cualquier idea de fruto. Pero sobre el piso del patio hay marcas, huellas que no puedo precisar su origen porque mi desconocimiento sobre los animales de esta llanura es escaso.
Flora y fauna de Indiana. Son senderos más que huellas. No se ve con claridad qué tipo de animal pudo hacerlas, pero sí se percibe un recorrido, una trayectoria, un camino que el bicho recorrió a la noche, cuando hacía todavía más frío, cortando con la blancura de la nieve. Ajusto la mirada y empiezo a ver más, muchos más rastros, sobre la cerca de madera, junto a la pared, más allá de la salida de la calefacción, veo que la noche del invierno también está poblada de criaturas que tuvieron que salir, vaya uno a saber por qué, y que las marcas que dejaron con su paso son también la respiración del invierno.
*Más entradas del Diario del Frío