En 1537 un rey toma una decisión que cambiará la historia del frío. Gustav Vassa, monarca de Suecia, acuciado por problemas económicos, da un giro radical en materia religiosa. Su reino, hasta ese entonces alineado con la iglesia católica de Roma, cambia la religión oficial y se transforma en un territorio protestante. Este hecho, que tiene diferentes causas y motivos, va a modificar, entre tantas cosas, la vida de dos hermanos, Johannes y Olaus Magnus, y es a partir de ellos que nuestra idea del frío no podrá ya ser la misma.
Los hermanos Magnus habían nacido en la ciudad sueca de Linköping. Ambos se dedicaron a la carrera religiosa, y se ordenaron como sacerdotes católicos apenas empezado el siglo XVI. Johannes se destacó rápidamente por su capacidad diplomática y fue elegido como arzobispo, mientras que su hermano Olaus era reconocido en los claustros de Upsala como uno de los humanistas más preparados de su tiempo.
Viajaban mucho juntos. En distintas misiones diplomáticas conocieron Rusia, Alemania, Dinamarca, Polonia y la tan deseada Italia. Hicieron amistad con otros personajes destacados de la Europa del Renacimiento. Johannes era siempre el más pragmático de los dos, anteponiendo su carrera como arzobispo a sus deseos personales. Olaus, por su parte, pasaba mucho más tiempo en bibliotecas particulares donde adquiría manuscritos de autores clásicos recientemente encontrados. Le interesaba mucho la geografía y los mapas. Leía con placer Estrabón y Plinio.
El futuro no podía ser mejor para los hermanos Magnus, hasta que el rey Vassa tomó la decisión de adoptar el luteranismo y confiscar los bienes pertenecientes a la iglesia católica. Este hecho tomó a los hermanos por sorpresa y en la ciudad alemana de Lübeck, bastante lejos de casa. Todo lo que los Magnus poseían por derecho religioso dejó de pertenecerles y la única manera de recuperarlo era aceptando ellos también la nueva religión, algo que, nadie dudaba, era imposible para estos dos sacerdotes. A partir de acá, los destinos de los hermanos se separan.
Johannes intentará por todos los medios recuperar su cargo religioso, visitará al Papa, se entrevistará con diplomáticos suecos, pedirá la intervención personal del monarca nórdico, pero nada de lo que intente le dará resultado. Por su parte, Olaus, quien es la persona que me interesa especialmente, también tendrá una vida peregrina. Sin propiedades ni riquezas, el hermano menor de los Magnus deambulará por los territorios del norte de Europa, defendiendo su causa ante cada autoridad con la que se cruzaba. Tampoco pudo lograr nada.
Años después Olaus se entera de la muerte de su hermano Johannes por una carta de un médico lituano que le contaba, en un latín espantoso, cómo lo que parecía al principio un simple resfrío se había transformado, por obra y gracia del frío, en una mortal neumonía. Olaus se sintió triste por su hermano y estafado por el poco conocimiento que el doctor parecía tener del frío. Se sentía cansado, sin casa, sin familia y sin amigos. Quizás por eso decidió buscar un lugar fijo de residencia. Encontró en Roma ese lugar, el Monasterio de Santa Brígida, patrona de los suecos en exilio, y pidió asilo. Consiguió una habitación simple, sin lujos, pero con chimenea, en el segundo piso del edificio. Debajo de sus aposentos funcionaba una vieja imprenta que los religiosos del monasterio usaban para imprimir sus sermones de Cuaresma.
La vida cotidiana era sencilla, no tenía problemas con el idioma (Olaus hablaba más de 4) si bien le sorprendía lo poco que sabían las personas que con él convivían de su país. Suecia era para los italianos un lugar tan irreal como el frío. Con mucho tiempo por delante, Olaus decidió llevar a cabo una empresa ambiciosa que quizás resolviera dos problemas. Ya que el cruel Rey Vassa le había quitado la posibilidad de vivir en su país, él se encargaría de escribir una historia de los reinos del Norte para darlos a conocer al resto de Europa. De este deseo surgió su Historia de Gentibus Septentrionalibus, una obra monumental en 8 tomos, que se publicó en Roma en el año de 1555 y que iba a hacerlo famoso.
En su libro Olaus, como buen humanista, narra el origen de los reinos de Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. Cada capítulo viene acompañado de una serie de grabados donde el autor busca representar el motivo o tema que discute en su texto. Olaus divide los libros siguiendo sus modelos clásicos, y es por eso que en la Historia mezcla referencias a la geografía nórdica, a los avances de la astronomía y la astrología, a la singular forma de navegar los mares del norte, a la forma en que pescaban ballenas y cazaban focas, no sin perder de vista los mitos, las leyendas, los rituales, las costumbres, los atuendos, y hasta los edificios de estas personas que habitaban un territorio hostil, casi desconocido para el resto de la población que pensaba que nada podía crecer y sobrevivir. La hostilidad del lugar, claro, venía marcada por frío.
Olaus, quizás sin querer, escribe una historia del frío para que la entiendan aquellos que jamás iban a experimentarlo de esta forma. Y es en los capítulos donde habla de fenómenos climáticos que solo se dan en los territorios nórdicos donde se deja ver mejor que no buscaba convertir a su obra en un monumento patriótico, en otra historia más para engrosar las bibliotecas romanas, sino que debajo de todos esos datos y esas historias circulaba un calor distintivo. Olaus buscaba dejar su marca en un lugar sin nieve y al que no podía llamar casa, intentaba, conjeturo, también tener la aprobación imposible de su severo hermano muerto, el arzobispo sin país ni iglesia.
Quizás quería también decirnos que su única patria posible era el frío. Y es por eso que en su texto se observa siempre un constante vaivén, es como si argumentara haciendo zigzag. Por ejemplo, cuando describe los detalles aterradores de los larguísimos inviernos sin sol en los campos de Upsala, se detiene también en el disfrute de esa marea de luces que trepa desde el horizonte en forma de auroras boreales y que hace del mar otro cielo y viceversa. O cuando asevera lo terrible que es viajar en invierno en las afueras de Skänninge, debido a las bajas temperaturas y el temor siempre vivo a ser sepultado por una avalancha de nieve, a la vez se detiene en la gracia con que los mercaderes del norte atravesaban lagos congelados sobre los filos de sus esquíes.
Olaus también dedica varios capítulos a contar los efectos adversos que el frío y la nieve tienen sobre la vida (hombres, mujeres, animales, plantas), y entre esas páginas decide incluir una costumbre particular de los niños suecos: cada semana representaban una batalla. Un grupo levanta con ladrillos de hielo lo que podría llamarse un castillo y, desde ahí dentro, se enfrenta a sus contrincantes que, armados con bolas de nieve, intentarán sitiar y conquistar el edificio helado.
Tampoco evita este movimiento pendular cuando trata de reproducir el terror que despierta en el pueblo el sonido de los glaciares derrumbándose de noche, para luego describir, en detalle y con mucha imaginación, las diferentes formas que toma un copo de nieve cuando viaja por el aire. Pero quizás el ejemplo más palpable de su delectación por el frío, de su apego por esta estación y sus efectos, pueda verse en la descripción de los carámbanos, estas floraciones de hielo que cuelgan de cada borde donde la nieve se asentó y comenzó a derretirse.
Los carámbanos surgen cuando un deshielo comienza y luego parece arrepentirse. La nieve acumulada en un techo o sobre una rama se derrite, gota a gota por un aumento de la temperatura o por su exposición a la luz del sol, pero este principio de caída es una ilusión. La gota que baja no alcanza el suelo porque en su viaje lento vuelve a congelarse. Una tras otra se acumulan las gotitas y quedan ahí, pendientes, sólidas, transparentes, a medio camino entre el movimiento y la quietud. Olaus al describir a los carámbanos los compara primero con velas hechas de cebo que se derriten plácidas al calor de la llama, también dice que se parecen a esas lanzas que los nobles cuelgan de los techos de sus casas para mostrar su jerarquía.
Los carámbanos poseen diferentes colores y adoptan posiciones distintas. Son en su descripción como cachorros de un animal del Ártico. Y si acaso esta descripción no ayudara al lector a imaginárselos, Olaus culmina su lección sobre los carámbanos diciendo que son como los tubos de un órgano puestos de forma vertical en las paredes de las cabañas donde, junto al fuego, los habitantes del norte se protegen del impiadoso invierno. Las casas del norte se parecen así al instrumento musical sacro por excelencia. Olaus parece invitarnos con su descripción a que escuchemos una posible melodía del frío.
El 1 de agosto 1557, tan solo dos años después de la publicación de la Historia, muere Olaus durante lo que imagino habrá sido un caluroso verano en Roma. Su cuerpo se puso frío y, a su manera, él pudo volver a su patria.
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