El sábado pasado fuimos a cenar comida japonesa y terminamos bailando en la casa en donde había vivido Luca Prodan. En el restaurante sonaba música oriental en vivo. La decoración realmente nos llevó de viaje a Japón. En el lugar había dos salones principales con mesas y sillas como en cualquier lado, pero además ofrecía unas habitaciones en donde tenés que entrar descalzo y sentarte en almohadones. Nosotras elegimos las sillas. Nos sentamos junto a la música, que se proyectaba desde un pequeño altar con alfombras y adornos. Pedimos mucha comida, queríamos probar de todo.
Cuando estábamos terminando de comer escuchamos que uno de los meseros le estaba contando a unas personas que a las 12, abrían la casa de Luca, a la que se ingresaba por una puerta contigua a esta edificación. Un rato más tarde el mozo se acercó a nuestra mesa para ver si nos habíamos decidido por el postre. Le pedimos que nos cuente como era el tema de la casa de Luca Prodan. Nos dijo que podíamos ir, que funcionaba como un centro cultural y que algunas personas llegaban hasta la puerta sólo para sacarse fotos, pero que también se ponía lindo para bailar y se podía tomar un trago.
Afuera estaba lloviendo fuerte. Se escuchaba el agua rebotando en la calle. Antes de irnos del restaurante japonés nos sacamos unas fotos en las escalinatas de la puerta. Dos fotos salieron muy mal y las borré esta mañana cuando las revisaba en el celular, hay una -la última- que no quise borrar porque no estaba tan mal. Nuestras caras piponas lo decían todo. No nos preguntamos si ir o no a la casa de Luca. Fuimos directamente.
La puerta de entrada era como la había visto alguna vez en fotografías, toda llena de inscripciones blancas hechas con Liquid Paper. Nos cobraron entrada -500 pesos- que equivale a algo así como un alfajor de los buenos. Era un precio ridículo para un lugar serio. Estaba claro que era un antro. Llegamos y notamos que adentro estaba bastante oscuro. Había poca gente, no más de 20 personas y el lugar era amplio. El olor a humedad se mezclaba con un aromatizante que se disparaba automáticamente cada media hora. Esa mezcla húmeda entre dulce y trapo viejo nos hacía preguntar a cada rato ¿Sentís ese olor?
En las paredes había fotos gigantes de Luca y algunos souvenirs de lo que había sido su casa, papeles enmarcados, leyendas y pequeñas fotos originales que eran iluminadas por foquitos tenues. El lugar tenía escenario, pero era evidente que esa noche no tocaría ninguna banda. Enseguida lo ocupamos con nuestros abrigos y bolsos y nos empezamos a mover. Un chico que recién entraba vino directo a dónde estábamos y se nos puso a hablar. Era habitué. Nos avisó que en una hora aproximadamente el lugar iba a explotar de gente.
Tal vez por ser un sábado tan frío y lluvioso nunca lo vimos explotar. Fue llegando gente, pero había espacio para bailar cómodas. Yo enseguida me puse bien, porque estaba sonando una canción de Bowie. Era una mezcla eclética la música, parecía una playlist con el algoritmo fallado. Saltaba de Iggy Pop a Virus, de los Sex Pistols a los Encargados. En el medio bailamos canciones de los Doors, y algunos roncaroles clásicos que no recuerdo cómo se llaman. Cada tres o cuatro canciones de cualquier artista ponían una de Luca o de Divididos o de Las Pelotas.
Recuerdo cuando empezó a sonar Debede (Disco Baby Disco) pensé en esa música existiendo tan fuera de este mundo como antes. Al principio bailábamos moderadamente, pero después de una hora más o menos sentí que lo estábamos dando todo. Una emoción hermosa la de bailar esa música de nuestros primeros años de salidas. Miraba a los jóvenes que estaban a nuestro alrededor y me preguntaba cómo conocían estas canciones, me parecía una rareza que el rock siga conservando un lugar en la subcultura actual.
Cada vez que decíamos bailamos esta y nos vamos empezaba una canción que sonaba mejor que la anterior y nos resultaba más emocionante movernos. La despedida fue épica. Saltamos frenéticamente al ritmo de Kanishka de Los Brujos, recordábamos la letra tanto como quiénes habíamos sido en nuestra juventud. Nos fuimos del lugar cuando terminó esa canción. La lluvia había dejado de insistir y el cielo comenzaba a verse más claro.
Dos pequeñas anécdotas se desprenden de esta noche. La primera es que ayer recibí un mensaje en el celular con una foto de empanaditas japonesas. Lo cierto es que al firmar el comprobante de la tarjeta de débito el mozo pidió si podía colocar mi número de teléfono. No me pareció inusual ya que en muchos lugares todavía lo siguen solicitando. Al otro día recibí un mensaje para saber cómo la habíamos pasado, si nos había gustado la comida y si pensábamos volver algún día al restaurante. Seguido del mensaje inicial llegaron también invitaciones variadas para salir a tomar algo o jugar al pool. Dos días después me contactaron desde un nuevo número de celular en donde se me pedía que le envíe saludos a mi amiga, el que me escribía era un muchacho que trabajaba en la cocina, pero ese día, ante la ausencia de uno de los mozos del salón tuvo que salir a brindar soporte con las mesas y le tocó servirnos el vino.
La segunda historia tiene que ver con un video que mi amiga Jess encontró en Instagram, y me mandó el domingo siguiente a nuestra salida. En el video se escucha la voz de Andrea, el hermano de Luca. Cuenta que, El Suizo, tuvo que hacer un control para habilitar su restaurante por lo que acudieron un grupo de personas del Gobierno de la ciudad junto con bomberos.
Cuando entraron a la cocina vieron que el piso estaba muy deteriorado, por lo que decidieron que debían levantarlo. Lo que encontraron debajo nadie se lo esperaba: cadenas y esqueletos. Huesos de humanos. Una larga investigación concluyó que, en esa casa, en la antigüedad, había vivido una familia patricia argentina que tenía esclavos negros. Parece ser que cuando los esclavos se portaban mal o hacían algo que no era bien visto por el señor de la familia los guardaban ahí abajo, encadenados, en una especie de sótano inundado y muchos se morían ahí mismo.
De los últimos años de vida del cantante, se sabe por el testimonio de dos mujeres que lo frecuentaban, Luca escuchaba voces como de gente que estaba encadenada debajo del suelo, lo explicaba claramente, voces como si fueran de esclavos gritando o llorando.