Dos textos de Matías Heer

Aedes aegypti

Línea costera, nubes, ventilador,

estómago y zapotes y humedal:

lluvia, al fin, mosquito y cerebro,

sudor, así mezclado, gaseoso,

intuición, gota, drena, hierve, vena,

un ángel de la selva drena sudor,

un leve mareo, un blend, las palmas

rojas, las palmas con coco verde,

fiebre, delfín, fermento y náusea,

de mosquito a humano, ángel y nave,

de una lluvia un huevo a un boquete en el ARN,

nave espacial, transporte minúsculo de sangre,

balde de agua, electrolitos, sudor y pollo,

orín, batería, nubes, lluvias y monedas

de plata, plata coloidal, ajo y sol,

agua en bidón, mareo de día, de

noche también, tarde rosa,

perro, calle, vapor, sarna,

metal sabor, metal sabor,

metal, sabor metal, sabor,

batería y piel, gel, colchón y sol,

calma avenida y precios altos,

fiebre alta y temporada baja,

flotador, snorkel, derrames serosos 

y a veces choque, choca el ADO, 

moto, pierna, hueso, carne 

cruda al sol, ardor y piedritas,

aliento y de egipto, barriles en barcos, olas,

paracetamol, palmera, mareas y ronchas,

templo, casa, tumba, habitación,

vómitos, ronchas, deudas más alfa,

alfa privativa, aedo, vómitos,

parásito cantor de un egipto de mosquitos,

sueños, colchón húmedo, áspero, sudor seco

trata y vida, precarización, 

hotel de propinas y fiebres, 

big farma mafia, hemorragia, plata,

drogas duras, caribe y una tostada, 

sangrado de mucosas, insomnio, 

temor y depresión, arena 

en el cerebro, otro blend, 

un pipazo, melanina, 

lenta deformación de la heladera 

antes compacta ahora vaporosa,

mis piernas se alargan, el ventilador

me las trae de vuelta, se detiene,

el ventilador se detiene,

el ambiente se calma, baja

la tensión, se fue la luz,

el pueblo pierde un temblor, 

un fondo y lentamente la selva 

se introduce: hojas, aves, mapaches,

tlacoaches, ratones, gatos, gecos,

escucho la marcha de hormigas en la palmera,

whatsapp y el mundo sigue con su dinámica,

habitaciones ocupadas, vacías, eco,

la palmera se evapora, el mensaje se pierde,

no sé si estoy en el balcón o en la cama,

me muevo lento y deforme,

huésped de un virus y habitaciones,

nos abrazamos pero no, la membrana  

de calor y el leve mareo nos confunde,

un animal retraído en los bosques,

al niño se lo comió una jauría de perros, 

los perros tenían dueño, abrí

ventanas, no olía a nada.

Diario licuado post dengue, Tulum 2019

La calor era tan irrespirable que quedábamos horas con la cabeza pegada al ventiladorcito de pie sin pensar. Hasta que llovió. Tardó, pero llovió. La tormenta se abultaba en la selva y cada vez que quería asentarse sobre el pueblo, a pocos kilómetros de la línea costera, los vientos marinos la regresaban al estómago de árboles y humedales. La tormenta esculpía su cuerpo monumental con la ligereza de los gases: gases grises, texturas de terciopelo, cumulus cattus, más ciertas gasificaciones brillantes, blancas, cargadas de nieve imaginábamos, otras de electricidad. La tormenta se fue construyendo, piso a piso, ascendiendo sobre diversos niveles estratosféricos y condensándose mientras se alimentaba de la selva que evaporaba jaguares, aguas de cenotes, peces y arañas, serpientes. Los productores apícolas de Quintana Roo no podían distinguir dónde terminaba el follaje y comenzaban las nubes, dónde las nubes quebraban en lluvia y comenzaba el follaje y dónde chingadas se hallaban las abejas, si entre las nubes o el follaje o acaso las nubes y el follaje eran las abejas. Todo así mezclado, en estado gaseoso, cayó: refusiles, lluvia y espectros. Todo lo desmaterializado volvió a caer en forma de materia: serpientes, jaguares, palmeras e insectos, descendieron del estómago profundo de la tormenta que se iba desinflando con el aluvión de agua y materia descendente. Y de todo eso descendí yo: un ángel de la selva. Está es mi historia: no tenía pasado antes de  la picadura, solo era un ángel de la selva. Luego al descender fui otra cosa: humano. De mosquito a humano. En una lluvia. En un boquete al ARN. 

El mar estaba hecho un plato, la luna llena lo alumbraba. El mar estaba hecho un plato, dos bañistas se metieron, distorsionaron, se desnudaron. Yo tenía arena en el cerebro. Trataba de sacarme la arena del cerebro. Me metí a la vajilla tersa del mar y le pedí a la pareja que me ayudaran a sacarme la arena del cerebro. El mar está hecho un plato, les dije, mientras él con la verga erecta bajo el agua me sacudía la cabeza y cada tanto me soplaba la oreja izquierda para que por la oreja derecha saliera la arena de mi cerebro. Ella colabora tapándome la nariz y la boca para que la arena saliera solo por la oreja derecha. Finalmente copulamos, luego ella me ayudó a sacarme más arena del cerebro mientras él realizaba un fuego en la orilla y le entraba humo en los ojos y lloraba. Yo lloré también pero por otras razones. Les dije que una de las razones es que sabía que estaba en un sueño, ellos me dijeron que eso no era un sueño sino el futuro. El futuro sin dengue no existe, les dije. Cuando me acosté sobre la toalla que ella había arrojado en la arena sentí cómo  de mi oído derecho salía una avalancha la arena de mi cerebro que me levantaba un poco la cabeza, como si se hubiera inflado una almohada. 

Emanuel estaba sentado con las piernas cruzadas en posición de bodhi. Tenía el pantalón manchado de barro, había llovido la noche anterior. Tenía las spores blancas manchadas con barro. Tenía los codos con barro seco, resquebrajado por los pliegues de la piel. Lo piqué. A la semana ya hablaba en dengue. Ahora, también me hallo en él. Ya no matamos animales. Ahora somos un animal retraído en los bosques de la sangre. Expuestos a que nos cacen. Entregados. El niño amaneció comido por una jauría de perros. Los perros tienen dueño. 

Las paredes se licuan aunque preservan cierta dureza lasciva que me da dolor de cabeza, angustia y encierro. Cons mira a la pared con la misma agonía que yo. La pared nos traga. Somos ángeles en la selva sobre los lomos de las fieras. 

El turismo es como el dengue. Busca un huésped, un paisaje, y le licúa la sangre. Pero para ello necesita aviones, buses, autos, medios de transporte: mosquitos. Una vez inoculados los turistas: hoteles para ricos, medios, backpackers y nacionales, playas para ricos y pobres, guardia nacional y narcotráfico, poco a poco el paisaje hedónico que fueron a ver aquellos agotados de la vida del humano contra el humano es segmentado y evapora. El sargazo llena las orillas, una mancha de vermouth en el océano, la arena ya no es una mezcla suave de corales sino también de vidrio y plástico, los árboles parecen que siempre caen, las lluvias no aparecen.

Los turistas de la zona hotelera casi no se enferman de dengue. Los backpackers sí. Los turistas de la zona hotelera si se enferman de dengue, dicen, es porque gente como nosotros que vivimos en el pueblo en medio de la selva vamos a la playa a atenderlos. Nosotros, dicen, deberíamos vivir en la zona hotelera, pero del lado de la selva sin mar. Les han explicado que es peor porque allí hay cenotes abiertos y se llenan de mosquitos y en el pueblo ya todos los cenotes, salvo el de Aldea Zama, fueron pavimentados. Pero hay baldes con agua, hay llantas con agua y los cenotes siguen abajo y emergen mosquitos de las cañerías y no hay quien fumigue, de pedo una cruz roja que regala antibióticos e inyecciones de diclofenac. Igualmente, qué agua va haber si no llovió más que un día. Un día es suficiente. Los turistas de la zona hotelera dicen que los hoteles deberían pagar por compartimentos aislados herméticamente y tener personal totalmente sanitizado. Como si fuéramos una herramienta de cocina. De hecho lo somos me dijo el gerente y yo sonreí. Luego me acerqué a mis chicos, con dengue, mareado, parecía crackeado de días, ojeras gigantes, pómulos salidos y la boca comida, no tenía mejillas. Estaba mareado. Les dije: somos instrumentos de cocina. Vivirán enfrente en compartimentos aislados herméticamente donde serán aseados, lustrados, donde irán a dormir y reponerse para el trabajo del siguiente día. Serán bellos, hermosos, saldrán como recién lustrados, no se enfermarán, incluso si hacen las cosas bien, si trabajan duro y mejoran, serán inmortales. Los necesitamos inmortales y sanitizados. Me marié. Me dormí.  Me desperté botado en el balcón tratando de que la loza me refrescase el cuerpo. Un pequeño gato caminó por mi espalda. A los días un tronco le aplastó el cráneo y lo arrojamos a un baldío con solemnidad. A los pocos días apareció otro gato. Enfermamos de dengue. Ahora que resucitamos somos ángeles, conductos del caos. Al otro gato lo descuartizaron unos perros, vimos las vísceras, hueso y cuero hervidos días después en el baldío . Qué era lo que tenía que hacer. 

Hace poco pasó un camión que fumigaba como si no existiéramos. Tuve que cerrar las ventanas y tirar mi comida que se había humedecido. El chorro salía de manera indiscriminada de unos atomizadores que estaban sobre el techo de la camioneta. Me picó la garganta. Yo ya tenía dengue y era un mosquito, quería volar a mi cenote. El aire polucionado me lo impedía. Abrí las ventanas. No olía a nada. No sé a qué huelen las cosas. Sólo sé que huelo hacia mis adentros. 

Matías Heer Poeta, traductor, editor, ensayista y “hago ruidito”. Codirigió Colección Chapita (2008-2014), Embalse, Gimnasio de poesía (2011)y Slimbook (2020-2023). Publicó  ZIPME (2020, Slimbook), Yo³ (2014, Gigante), Paijearse (2012-2011, Gigante, Colección Chapita) De irrisoria complexión (2008, Colección Chapita) y dos ensayos: Razones, poetas (2016, Gigante) y prototipo.1 (2015, fadel&fadel). Tradujo a Pound, Berryman, Ashbery, Laforgue, Anton Wilson y Peter Carroll entre otrxs poetas y magxs. En el 2022, junto al músico Catriel Nievas, presentó una performance en el marco del ciclo PRCSDRSDTXTS. Escribe notas sobre poesía y performance para el Flasherito y también sobre poesía para la revista Jennifer.  Actualmente desarrolla el proyecto Grupo Fin del Mundo, poema-banda-concepto, que también produce video-poemas.