El martes fue el cumpleaños de mi mamá, pero mi mamá se murió el 13 de diciembre del año pasado, un rato antes de que Argentina le gane a Croacia en Qatar. Fuimos escuchando el partido de viaje a Concepción del Uruguay, camino al velorio.
Nunca se me había muerto una madre, ni nadie demasiado cercano. Y no sé lo que viene con el duelo, y tampoco sé si estoy triste o qué. Es otra cosa. Capaz es que la muerte dejó de ser una fantasía para mí y ahora es real. Y eso me liberó porque no hay vuelta (¿qué le vamos a hacer?, dice mi papá). Mi mamá no está y ya no va a estar acá nunca más.
En el Facebook de ella había un emoji de una torta de cumpleaños. Y en la foto de perfil parecía viva pero internet es un cementerio. Mi mamá está ahora en el cementerio de Facebook, donde los muertos quedan ahí para siempre y la gente les sigue posteando cosas, como si les llevaran flores.
Ojalá cuando yo me muera pueda asustarlos a ustedes con un like o con el emoji de un fantasma. Si allá hay wifi. Mi mamá es ahora el emoji de un fantasma.
Googleo frases que se dicen cuando alguien se muere:
Lo siento mucho.
Te acompaño en el sentimiento.
Mi más sentido pésame.
Lamento su pérdida.
Sé que es duro, pero ahora estará en un lugar mejor.
Comparto tu dolor.
Lo vamos a echar mucho de menos.
Siempre lo recordaremos, estoy aquí para lo que necesites.
Entonces ahora Vicente, mi hijo que tiene seis años, me pregunta dónde está mi mamá (dónde se van los muertos). Y le digo que no sabemos. Nadie sabe. Que podemos acordarnos de ella, guardar en el corazón un calor, el amor que nos dio. Y me acuerdo que a su edad yo también pensaba en la muerte, y que mi mamá me había prometido que “nunca” se iba a morir. Crecí con esa idea, aunque vivíamos a una cuadra del cementerio y a veces nos metíamos a jugar y andar en bici ahí. El cementerio era nuestra plaza.
Así que no se si estoy triste. Es otra cosa. Me gustaría que mi mamá esté acá (y acá es cuando todos ustedes dicen compungidos, “lo está”) y vea crecer a Vicente y que estamos bien. Porque era lo que siempre preguntaba. ¿Cómo están?
Hermi también me pregunta cómo estoy. Hablo con mi hermana y mi papá, y le sacamos el cuero a Milei y a los que lo votan. A la noche Uruguay (el paisito donde íbamos siempre porque ahí vivía la mamá de mi mamá) le ganó a Brasil 2 a 0. Y Argentina le ganó a Perú. Y mi mamá hubiera estado contenta por Uruguay, pero triste por Perú, porque siempre hinchaba por el más débil.
Al final pude decirle todo lo que necesitaba decirle. Y también pude escucharla. Y una noche se rió tanto que no sabíamos si era ella o ya la enfermedad.
Y entonces después se murió y la primera vez que fui a llevarle flores quise poner agua en el florero de lata que viene con agujeros (ahora se usa arena, aprendí). Y el agua chorreó y nos hubiéramos reído juntos. Y a la salida, atrás del portal de hierro del cementerio que divide el mundo del inframundo, se veía la 9 de Julio al mediodía, brillante hasta la plaza. Y mientras todos salían llorando, los empleados de la Muni escuchaban una cumbia a todo culo en un teléfono. Eso fue como un abrazo gigante.
Hace poco compré un fanzine de Lautaro Maidana que me cayó recontrabien. Se llama “Cuando me muera quiero que pongan Justice y The Blaze”. Y me acordé de ese discazo de Justice que nos voló la cabeza a todxs, el que tiene una cruz grande en la tapa. Como un cementerio de uno solo.
Cuando me muera voy a poner una canción de Nico en una historia que va a durar para siempre. Es una canción que tal vez les parezca depre, pero es tan hermosa que me hace feliz. A veces todo es una misma cosa. Lloramos de tristeza y también cuando algo nos hace reír.