El encantamiento

Qué lindo es ver cine en una pantalla grande, en una sala oscura. No importa qué película y casi, tampoco la historia. Es algo más, que flota, una conexión con la experiencia humana. Todo lo que no se puede tocar.

En Los espejos de la naturaleza (de Gabriel Zaragoza), Ernesto Romeo tiene la idea de hacer una instalación sonora en la selva. Es músico y colecciona sintetizadores. Habla con la madre, enchufa y desenchufa cables. La madre dice “la imaginación no es una propuesta”. Pinta. Después el documental o quién sabe ya qué, y qué importa, tiene un freno, se pregunta cómo terminar y se va para otro lado, con poesía y una música increíble.

Fernando Martín Peña vive entre miles de latas de películas. Dice que el cine es algo “infinito, y qué mejor que amar algo que nunca termina”. El documental sobre su trabajo, coleccionar y cuidar el cine en fílmico y en pleno paso a lo digital, es hermoso. Se llama La vida a oscuras (de Enrique Bellande).

En una función anterior, Peña cambia las cintas de un proyector y una luz chiquita le ilumina la cara y las manos. Son filmaciones de los años 60, 70 y 90 de la genial Marilyn Contardi. Hay una de Juanele andando por la barranca y el Edu dice que es cierto que caminaba como flotando. En un jardín de infantes salen a comer al sol, llevan sus sillitas, sus canastitas, una maestra pela una manzana, alguien toca el piano, bailan.  

Malala tiene todo el FICER ordenado en un Excel. Es la primera persona que veo cuando llego, como una cábala. Después me lo encuentro a Franco, Esteban, Félix, Manuel, Mercedes, Maxi, Julián, Milton, Raoul, Julia. A Mara, otra cábala, que lee en la trasnoche. Con todxs hablamos de eso que no se puede poner en una caja, el encantamiento. Miramos el río desde la tremenda platea del CPC.

*Más info y programación acá.

*La imagen de la nota es un fotograma de La vida a oscuras.