A esta altura
todo cae
y se amontona,
la cantidad de horas justas,
y no hay vuelta atrás.
Llegado el momento en que
se escuchan los arranques del lunes
suena inoportuno
tener esta decisión en las manos
con mis facultades destructivas:
paso el tiempo fantaseando las palabras.
Uno piensa
y se distrae.
Si ya no lo es,
o mejor dicho,
si ya no se es lo suficiente,
cuando uno escribe
se convierte en más idiota.
Ninguno de esos idiotas pudo
con la sensación de entregarse
midiendo la distancia
cuidando considerablemente los riesgos
de una larga y lenta caída
en una carrera al borde de la nada.