El rumbo del tiempo

Se trata del hecho en proceso. La acción de hacer palabra los extravíos del pensamiento.

Nada impide imaginar que pensar es como si uno tuviera dos cabezas activas en simultáneo:

Una rastreando el camino. 

Otra escribiendo.

De tal manera, comparo la escritura de un mensaje de texto con la escritura sobre una hoja en blanco.

En el mensaje de chat escribo estoy acá.

En la hoja en blanco escribo pienso que por acá estoy. 

Si digo acá estoy escribiendo un mensaje, miro la pantalla precisando con detalle.

Como puedo redactar un mensaje en cualquier lugar con las manos libres, el radar de mi atención se reduce al celular.

Si digo acá estoy escribiendo sobre el blanco, tengo la cabeza puesta en otra cosa. 

Como escribo frente a la ventana de mi cuarto, no logro abstraerme de los ruidos del exterior

A diferencia de la escritura del mensaje de texto, que se hace mirando para abajo, la escritura sobre una hoja en blanco se hace con los ojos en alto. 

Quizás sea la manera de habitar la época: los ojos en el teléfono, la mirada perdida en el horizonte. Cada una por su parte insinúa la imposibilidad de considerar temporalmente lo cotidiano. O, caso contrario, aventura la posibilidad de imaginar la vida en infinito constante.

En este caso, el ejercicio de perseguir la dirección de un pensamiento demanda estar concentrado las 24horas, de las cuales duermo entre 7 y 8, prácticamente no conduce, en materia de espacio, a ningún lado. Por otro lado, escribir aquello que sucede cuando se vive pendiente de un objeto, es decir, obligado a una sola cosa, puede ser igual de improductivo.

Pensar, cuando se dirige hacia ningún lugar, es parecido al caminar de una deriva, un poco sin rumbo ni dirección, abierto a situaciones imprevistas.

Después de ensayar camino con la guitarra hasta la plaza donde Francisco va a filmar una película en la que aparecemos con Gero haciendo mímica. El protagonista principal es un escritor que camina por el centro de la ciudad y se detiene en los anfiteatros de las plazas. El actor, Carlos Surghi, promete regalarme su último libro Paseo y al día siguiente me entrega la copia en mano. Carlos, que con su regalo olvida parte de su vida, me obsequia mucho más que un objeto. No puedo imaginarme, por cómo se da la aparición del libro y su autor, que vengan del pasado. 

El viaje del tiempo, dice Borges, puede ser del futuro hacia el presente. 

La amistad se cocina a esa velocidad, es decir, en menos de 24 horas.

En el último tiempo he conocido personas así de brillantes, cuya presencia puede influir intensamente en nuestras vidas, como si se tratase de seres de algún planeta cercano con información del futuro. No hablando de éste como aquello alojado en un porvenir -nuestro eterno dilema- sino de un futuro que, gracias a este tipo de apariciones, comienza a fluir y abre su senda. Llegadas que, finalmente, traen lo nuevo, algo que viene a cambiar nuestra vida de un día para el otro.

Discernimos la huida fulminante de la noche con la luz estremecedora del sol en los ojos. Cuando lo nuevo comienza, olvido pensar, escribir y muchas cosas.