Hace unos meses fuimos a un recital en la Casa de la Cooltura. Dijimos para ir con Esperanza, la entrada era un alimento no perecedero. Lo principal era ver a Cierren todas las puertas, que presentaban nuevo tema: Magucci.
De camino, Espe se olvidó su paquete de fideos y se desvió al %Día de Alem. Terminé entrando solo. En el escenario más chico tocaban dos pibes. Uno golpeteaba una batería con fuerza, al otro le colgaba una guitarra eléctrica, toqueteaba una notebook y cantaba poniendo las manos como cuencos alrededor del micrófono. Todo sonaba bien, tecnológico y potente.
Cuando Espe llegó, creo que ya estaban cerrando el show. Le dije que esos muchachos eran increíbles. Ella reconoció al cantante y me dijo que se llamaba Guido Mecca, de Concordia, que también era uno de los cantantes de Salsa de Choclo. A mi el apellido me sonó a Gundam Wing, lo cual estaba acorde con su música; ella la nombró a su amiga la Negra y mirando el escenario pensé que todos tendríamos que haber sido estrellas del indie y no apagarnos nunca.
El Entre Toques siguió, tocó Amatistas que sonaban a opening de animé, a rock de barrio noventoso y a la primera Shakira; Cierren la rompió como siempre: el nuevo tema cumplía las expectativas, algunos clásicos, negaron algunas canciones viejas y cerraron con Loser de Beck enganchada a una rapeada final de Big Nacho. Un lujo.
Aún después de la foto final, algo me quedaba dando vueltas en la cabeza. El Amor había dicho también que Jimmy, su hermano, era amigo del muchacho este robótico. El Jimmy es baterista de Maniquí, lo mejor que hay dando vueltas en el pop de la zona, pero también fue baterista de la mítica banda concordiense Bajocero, que escuchábamos en Curuzú, frente al monumento a Tarragó Ros, en estéreos de autos usados, tomando Vittone.
Algo se había encendido. Tenía la mano abierta con la palma hacia arriba. Contaba con cada dedo una banda: Bajocero, Maniquí, Disparate, Salsa de choclo. Levanté la vista, le di un beso ruidoso al Amor y miré hacia donde estaría Avenida Almafuerte, Villaguay, San Salvador, General Campos. Vi las piedras del río Uruguay, aunque superpuestas con la Cachuera; vi el palacio Arruabarrena de la nota de Podestá; vi una tortuga gigante con una caña de pescar y vi, finalmente, una historia de Lucas Mercado hace unos años, cantando en la ruta, Ping-Pong, de Salvador Bachiller, ese temazo que dice: Vamos a Concordia a escribir las memorias de lo que no se olvidó.