En esta edición de Gran Hermano la primer sensación que tengo es la gravedad. También la más fuerte. Gravedad en tanto peso específico de la casa, como un estanque de realidad, que obliga a las demás imágenes a girar en torno suyo. La casa ordenando un sistema propio de imágenes que gravitan alrededor suyo. Esto no sería diferente para la televisión argentina de aire que, desde algunas ediciones del Bailando por un sueño en El Trece la década pasada, aprendió a programar con emisiones satélite que rodeasen un programa central, sitio de los sucesos que los demás programas explayarían teniendo incluso más tiempo que el propio show para su ejecución. La programación satélite fue efectiva, dejando de incidir solo verticalmente desde el Bailando a Este es el show, por ejemplo, haciendo que también suceda al revés. Los programas se replicaban entre sí, y hacían incluso que las emisiones de espectáculos de las demás señales contribuyesen recíprocamente a eso que ahora llamamos “generación de contenidos”. Esto ahora ha crecido e incluso está más reglado y acordado previamente.
Sin embargo, en el Bailando el primer grado de realidad pertenecía a un programa televisivo que luego se expandía en las demás tercerizaciones de esos acontecimientos. Pero ya desde un primer momento los acontecimientos eran televisivos. Gran Hermano rompe esa lógica de una manera que no deja de ser interesante. ¿Cuál es el programa aquí? Evidentemente no son solo las galas, si bien en ellas se definen las articulaciones centrales entre la casa y las imágenes: allí los participantes entran, reciben algunos comunicados de la producción, se postulan entre sí para abandonar ese sitio y, finalmente, salen de él. Las galas se estipulan para que allí tengan lugar los pasajes televisión-realidad. Pero también le acompañan otra serie de capas de imaginería, empezando por la emisión en directo de la casa. Este acompañamiento nos permite ver qué sucede, en este caso, desde al menos cuatro cámaras. Luego existen los streams –a través de Twitch y Youtube- del propio canal, y de streamers independientes que han decidido reaccionar a este contenido. Por último, las redes sociales, en especial X, contribuyen a seguir multiplicando y calcando recortes propios de las imágenes que provienen de alguno de estos espacios anteriores. Lejos de acercarnos a la realidad, una sucesión semejante de capas de imagen sobre la casa nos aleja de ella a través de operaciones múltiples de edición.
Mientras las galas comprimen aquello que nos muestran y le dan el tamaño de un tape, los streams oficiales de Telefe se permiten mostrar vídeos de más larga duración junto a emisiones en directo de la casa. Mientras lo hacen, sus comentaristas siguen otro guion, distinto al del conductor y los panelistas de Gran Hermano, con lo cual no solo agrandan las imágenes sino sus posibilidades interpretativas. Uno de ellos, por ejemplo, Diego Poggi suma a su trasnoche de directo audios de los espectadores acerca de la simpatía o antipatía que le generan los participantes o las decisiones de la producción. Los streamers que reaccionan a GH de manera autónoma, por su parte, toman las imágenes disponibles y les sobreimprimen otro relato, que puede ser más o menos crítico al que entienden brinda el canal de manera oficial. Algo similar a lo que pueden hacer los usuarios de X a través de sus hilos, en los cuales muchas veces crean líneas de lectura que pueden ser más fuertes que las impulsadas institucionalmente. Durante 2020, la edición del entonces Twitter sobre el material ofrecido por Bake Off Argentina, otro reality de este canal, fue más insidioso que la que se estaba emitiendo, de manera que la producción tuvo que volver a grabar el final de la competencia.
Para pensar sobre esto no me alcanza con distinguir entre consumidores y prosumidores, puesto que este último término acarrea las mismas deficiencias que la idea de consumo sobre las imágenes. Si las imágenes son miradas y no consumidas, tampoco pueden ser, simplemente, producidas por una u otra de las partes implicadas. Tendríamos que encontrar maneras menos lineales para nuestro vínculo con las imágenes, incluso las televisivas, a las que asisten tantísimas personas. La existencia de tantas imágenes alrededor de la casa nos haría pensar que brinda mayor seguridad sobre nuestro acceso a lo que sucede, pero no. Todo se vuelve más imaginario a medida que estas sucesiones tienen lugar. Los espectadores de GH, puedo comprobarlo en los comentarios de diferentes redes sociales, hablamos frecuentemente de personajes, edición y producción. Hasta los mismos participantes no se privan de decir, y las imágenes de mostrarnos, que no saben qué se muestra y qué no y que todo depende de cómo lo muestren. Son categorías que me parecen impensadas para la manera que teníamos de mirar televisión a comienzos de siglo.
En nuestro país, desde que tuvimos la oportunidad de discutir públicamente una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la mal llamada ley de medios, pasó a ser más claro para los ciudadanos que cada medio de comunicación posee intereses y responde (edita) según esos intereses. Esto no resultaba tan obvio años antes, y aunque la legislación haya tenido tantos impedimentos en su implementación, podemos considerar un logro democrático el ser un poco más conscientes de ello. A cualquiera de nosotros como espectadores nos sorprendería actualmente encontrarnos con una mirada favorable hacia el kirchnerismo en TN, una crítica de la figura de Cristina Fernández en C5N o una noticia de los negocios ilícitos de Mauricio Macri en LN+. Nos sorprendería, más allá de nuestras profesiones de fe ideológicas. En el caso de este reality el interés no sería partidario sino económico y empresarial, pero estaría presente y los espectadores no lo ignoraríamos. Miraríamos aún con los riesgos de ese tamiz. Me parece que hace un tiempo estamos aprendiendo a aceptar mirar con todos esos recaudos o descreencias, y no sé qué efectos tiene esto para nuestra experiencia. Deberíamos permitirnos pensarlo.
Unos televidentes de provincia como nosotros jamás sabremos qué pasa si mandamos un mensaje con Isabel al 9009 para eliminar un participante. Pero me pregunto si allí está el punto. Los mismos streamers de Telefe se quejan de que muchos de sus espectadores, aquellos que se alojan en twitch, no participen de las votaciones aunque quieran que se vaya tal o cual personaje de la casa. Estos espectadores actúan como si las decisiones pudieran desviarse a partir de otro tipo de presiones y condicionamientos. Aunque la verdad tampoco sé si eso es tan así, pero una estructura de sentir se configura a partir de lo que se percibe, no de lo que sucede.
No deja de serme poderosa la imagen de un sitio sin cámaras, y rodeado por ellas desde fuera hacia dentro, donde tiene lugar lo que en verdad pasa y se entrega después a las operaciones de la política, la economía y la sociedad. Cuando Federico Farías, Manzana, fue el primer participante en entrar a la casa en esta edición, dijo con sinceridad estamos adentro de la tele. Gran Hermano hace que el interior de la televisión sea un sitio sin imágenes, sin celulares, donde unos elegidos –el casting fue, otra vez, multitudinario- participen de una experiencia, la vida, para que podamos verla. La mayoría de los participantes coinciden en que ahí, adentro de la tele, el tiempo pasa de otro modo y su personalidad cambia. No me interesan tanto el aislamiento, la furia o la cultura de la cancelación al examinar este evento televisivo contemporáneo sino la pregnancia misma de la televisión para poder seguir ordenando la realidad a partir de sí y la voracidad de nuestros ojos por acceder, aunque sea a través de las pantallas, a un mundo sin pantallas.