Hace unos días Flor Vigna sacó una canción llamada Picaflor donde, como ya se acostumbra, muchos de los versos hacen referencia a episodios recientes de su trayectoria mediática. Aprovechando la relación de su ex pareja, Nico Occhiato, con su compañera Flor Jazmín Peña, Flor llama al muchacho picaflor por ir “de flor en flor” a la vez que le dice que él es un nene “que hace llorar” y por eso a ella le “gustan mayores”, en referencia a su actual vínculo con Luciano Castro. Todo ello resulta esperable y repetitivo, pero lo que me llama la atención es que en el mismo momento en que saca la canción, la propia Vigna se encarga de acompañarla con entrevistas en las que declara haber enviado la letra previamente a Occhiato y haberle consultado si le parecía bien que la publicase. A la vez, señala que como él es “un genio del marketing” le indicó que fuera adelante con esa oportunidad. Me asombra por un lado la capacidad de las figuras mediáticas para volverse conscientes de sí mismas que parecen tener en los últimos años, por lo cual leen el flujo televisivo –la enunciación es de Williams- en términos de coyunturas donde se presentan oportunidades. Los hechos dependerían de esas coyunturas que permiten instalarlos, aunque para ello la televisión debe operar con muchos más elementos que sí misma: sus actuales parejas, el programa de radio de Occhiato, el videoclip de Vigna, su historia afectiva pasada y las entrevistas en los programas de chimentos. Todo un conglomerado que es leído como tiempo y espacio que permite la mediatez.
No sé, y es muy difícil que lo sepamos, si las anteriores figuras del espectáculo percibían de este modo su propia construcción imaginaria. Si sabemos que en este modo aglutinado y coyuntural a ellos se les hace, pese a tener más conciencia fictiva, más difícil sostener y manejar su imagen. Puede que aquello que los demás imaginamos y posteamos alrededor suyo también sea leído por ellos como una coyuntura. ¿Nuestras opiniones y emociones serían entonces solo un sitio de pasaje, una chance? ¿Nosotros seríamos tan móviles como ellos? La fugacidad del espectáculo también puede decir de nosotros, y en su reverso volvernos tan incapaces como ellos. Un motivo más para prestarles atención.
Por otro lado, me pregunto qué efectos tiene la declaración de inverosimilitud junto a la propia construcción de realismo que la canción ofrece. Quiero decir, ¿qué verosímil puede construirse si junto suyo señalo su falsedad? Al declarar que la operación es un acuerdo entre ambos, al leerse a sí misma como marketing, Vigna desacredita aquello que la canción propone como hecho mediático. Agito contra mi ex, y a la vez les digo que es marketing. No es algo que no sepamos, ¿pero será que lo sabemos tanto o hace tanto que ahora es necesario decirlo al mismo tiempo que hacerlo? Me hace acordar a las telenovelas, claro, donde se emite (o emitía, hace mucho no veo una…) la declaración de ficcionalidad antes de entrar a la ficción. Algo que la literatura sabe desde antes. Ahora vamos a hacer como sí, y a la vez cuán lejos lleguemos en ese como sí dependerá de la confianza que tenga en esto en que me sumerjo y cuánto pueda la obra sumergirme. Las responsabilidades compartidas de la ficción, en el límite entre nuestra ética lectora y el verosímil. Sin embargo, la telenovela tardó mucho en llegar hasta ahí y, aunque solamos decir que lo de Vigna y Occhiato es una novela, no lo es. Porque en todo caso es híbrido o heredado entre todas esas formas, que quizás en este momento esté incorporando algo más de aquellas historias y su forma de presentarse al público.
Más que nada la pregunta sería entonces qué pasa con la canción, porque si yo la pueblo con una historia pero a la vez deshago esa historia demostrando su falsedad, ¿qué me queda adentro? ¿No se queda vacía? Durante esos días que se estrenó escuché algunos programas de streaming en que pasaban partes de la misma y reaccionaban primero gesticulando y diciendo era tremendo lo que decía. Luego de reírse un rato aclaraban que ella ya había dicho que estaba todo bien, y cambiaban el tono y pasaban a otra cosa. Algo que va acompañado de la repetición insistente de muchos de esos mismos streamers al declararse “personajes”, tal como dicen serlo los participantes de Gran Hermano en esos meses. Cuando escribió acerca de la televisión, Raymond Williams nos enseñó que su gran atractivo para la lucha de clases consistía en presentársenos, por su trabajo sobre la visualidad, como la comunicación más real a la que habíamos asistido en la historia. Claro que a la vez Williams demostraba, como ya podíamos y aún podemos suponer, que esto no era así por los efectos del montaje, la distribución, la edición, la forma del flujo, los controles comerciales y estatales, las instituciones involucradas, las formas heredadas y nuestra propia intervención. Sin embargo, no podemos dejar de decir que ese contrato mimético de la televisión ha sido todas estas décadas su encanto.
Cuando era chico pensábamos o imaginábamos que seguramente Rial armaba alguno de los bardos que veíamos en Intrusos o entendíamos que el casting del Bailando estaba hecho para armar quilombo. Pero poco se mostraba de esas hechuras, y cuando sucedía se transformaba en una acusación grave. Para que funcionase, la pelea televisiva necesitaba ser creída y en ese hilo acumulaba materiales alrededor suyo. Cuando Carmen y Moria se ponían a decir que lo suyo era un juego y comentaban sus conversaciones telefónicas de la intimidad, recuerdo estar asistiendo a una novedad, un desplazamiento, en la manera de llevar adelante esa forma. Pero al hacerlo ellas la transformaron en otra cosa, algo que veo muy lejos de Vigna y Occhiato. Me parece que la suya es una manera muy despojada, muy pobre de hacerlo. Algo que también leo en algunas publicidades que conviven con los conglomerados de la web donde los textos ya ni esfuerzan en presentársenos de maneras más creíbles y apelan en cambio a una actuación cruda. La publicidad de un juego de celular nos muestra a un ladrón que robará el aparato a alguien que está jugando, pero al acercarse para hacerlo se queda quieto y fascinado por aquello que la pantalla muestra. Entonces la imagen se sumerge en el juego y la publicidad concluye. Eso que vemos y se nos ofrece suele aparecernos como bizarro, pero además es pobre.
Es decir, me parece que no se puede, que no se debe estéticamente, ser tan consciente de sí adentro de las imágenes. Estos mismos días cuando leo teorías conspirativas y mensajes de desenmascaramiento en X alrededor de la gestión y producción de Gran Hermano también leo a su lado, con las imágenes que eligen esas personas, los vídeos que reponen, las narraciones que construyen alrededor de lo que en verdad creen que sucede, leo ahí, digo, la necesidad de armarse otro verosímil.
Por un lado sabemos que las imágenes están manipuladas. Por otro, les pedimos que sean sinceras. ¿Seremos capaces de hacernos otra legalidad, otra realidad, que no esté impulsada en el mirar? ¿Saldremos de esta puja con otro modo de mirar? ¿Será esta forma conflictiva, este desacuerdo, esta tensión nuestra manera de mirar en esta parte de la historia? ¿Qué haremos con nuestros ojos?