Camino. Por las noches hay que peinar las ideas, decía una vecina que curaba mal de ojo. Entonces, ahora le hago caso y rebobino. Antes de irme a dormir, me descalzo, me vuelvo a calzar y me levanto de la cama. Salgo a la calle decidido a dar la vuelta del perro. El aire en Santa Fe es pesado, tiene cuerpo, repetía la misma vecina. Yo camino y la dejo atrás en la memoria, pisada por mis pasos. Camino para despejarme. Busco el más largo de los recorridos. Rompo los habituales. Comienzo en un punto de la ciudad y termino en el mismo lugar. La marcha se semantiza, es la de todos, me digo, (puedo hacer una buena lista desde Ardi o desde Lucy hasta el cruce del Mar Rojo, pero no) o sea, digamos. Camino sobre el espejo. La proyección destroza repetición.
Caminar, casi rastrear. Otra vez, parece que termino, pero comienzo. Las nubes se precipitan en lo alto. El pronóstico de ayer acierta hoy. Igualmente, la lluvia hace flores en el asfalto. El vapor se escapa abriendo fisuras imperceptibles. Agradezco con el cuerpo rendido. El calor se vuelve fuego adentro. El agua se come el manto de arena. Yo lo estoy viendo. De eso estoy seguro y no preso. Lo veo, no con estos ojos, claro, sino con los que me prestan. Veo cómo el agua se come el manto de arena. Caminar es descolgarse y colgarse ojos. Camino para ver. “El ojo mancha” recuerdo haber leído por ahí. Pero entre el ojo y la caminata hay una conversa. Camino para ver. Hasta el Imperio Romano cayó, me dijo Martín que le dijeron cuando lo crucé por calle Urquiza y yo, ni lerdo ni perezoso, me abracé a esa frase. Camino para ver, pero, también, camino para agarrarme, para no perderme.
En la calle un deseo vehemente aparece, atrapa a un grupo, el resto se resiste. Preparación. No del estado físico, sino del estado de ánimo. En el andar el cuerpo se busca, se dibuja en el movimiento. Paso, salto, potencia, acto. Antes y después, transpiración: ¿sacar afuera o dejar entrar? En plan atacar los estados de ánimos, las energías se acantonan. Yo camino. No corro. Me vuelvo ficción oyoliana: nunca corrí siempre cobré. Levanto un pie y al otro lo dejo en el aire. Me gustaría congelar la caminata justo en este instante. Un perro meando. Me palpo los bolsillos. Tambaleo, pero no caigo.
Diana,
Federico,
Manuel,
Lilia,
Patricia,
Sandra,
Toto,
Victoria,
Norberto,
Alicia,
Javier y
¡Karinaaa!
–Sí, pero que no grite [sic].
Me estoy guardando las ganas, hasta que llegue el momento, de decirles “qué buen estado físico, porque los voy a ver corriendo”.
Yendo no hay error.