Por la ventana diviso unos puntos blancos mecidos por las olas. Son las velas de los botes que vienen de Corral. Cuando la pesca es buena, alrededor de las velas sobrevuelan los pelícanos disputándose las entrañas de las sierras fileteadas. Las lanchas de las grandes compañías no atraen a los pelícanos porque todo es aprovechado por la máquina. Las mañanas en que despierto y no veo las velas significa que se aproxima el mal tiempo, hay que cubrir las ventanas, comprar parafina y entrar la ropa tendida. Cuando no son las velas, me distrae un automovilista que desea comprar piedra laja. Le digo que en todo el camino no he visto ningún puesto. Al día siguiente el cuidador de las cabañas me cuenta que venden piedra laja a lo largo de todo el camino.
–Pero si no hay ningún letrero.
–Claro que hay letreros.
Esa tarde me doy cuenta de que a la entrada de algunas casas hay plantados dos palos en forma de cruz con la palabra «Laja»escrita con pintura negra. En otro lugar veo una pila de lajas de un metro o más de altura. Por último, los puestos se reconocen porque el suelo está lleno de fragmentos de piedras.
El lunes los almacenes de la caleta Los Molinos en la costa valdiviana están cerrados, lo mismo el muelle y los restaurantes. Por la costanera se acercan dos alumnas del liceo. Una tiene un par de mechones teñidos de rojo, como los jóvenes que aparecen en la televisión. La otra sostiene un cuaderno y lee en voz alta la definición de «materia».
–A ver, repite lo que leí –ordena a su amiga.
–No hay caso –contesta la joven de mechas rojas.
–Es fácil, todo lo que está fuera –la estudiosa señala el vasto mundo– es materia.
La joven de los mechones rojos pasea la vista por la calle de tierra, los botes, la caleta, el almacén, la botillería, las cabañas que arrienda la profesora en el verano, los restaurantes cerrados, el loco que camina arrastrando un saco, el garzón de pelo ensortijado, la vendedora de mariscos, el autobús que va y viene de Valdivia. No hay caso, no es capaz de ver la materia.
De camino a Los Molinos me encuentro con la vendedora de mariscos que espera el autobús a Valdivia.
–Al fin vamos a tener viento –me comenta con alegría.
–¿Y eso es bueno?
–Claro, pues, no ve que cuando no corre viento a los pescadores les va mal, porque es el viento el que arrastra los pescados y los hace salir para arriba.
Por la tarde Antonio revolotea alrededor de las cabañas.
–Antonio, ¿por qué andas tan contento hoy? –le pregunto.
–Es que ayer anduvo por aquí el patrón y me encontró todo bueno. Nunca antes tuve un patrón que me felicitara por mi trabajo. Se ve que es humano el hombre.
El domingo, entre las familias que visitan la playa, hay una anciana y su nieto obeso, con la piel rosada y anteojos. Mientras los turistas de domingo pasan de una actividad a otra, la abuela y su nieto recorren lentamente la costanera. Da la impresión de que cada domingo escogen un lugar distinto para ir de visita. Al sitio que llegan preguntan a cuánto asciende la renta de las casas, toman nota del surtido de los almacenes, sopesan los precios para determinar si es más conveniente comprar en la ciudad, atienden la frecuencia de los minibuses, se enteran del valor del pasaje, si los vendedores de mariscos se surten diariamente o los fines de semana, si llega el periódico, la cantidad de leña que se ocupa al mes. Cuando llegan al final del pueblo, están aliviados de vivir donde mismo.
Una familia, que no dispone de dinero para gastar en un restaurante, come en la costanera una docena de empanadas fritas con una gaseosa de litro. Después que el padre acaba la número doce, su esposa y la suegra deciden caminar. La hija más pequeña coge la mano de su padre y la compara con la suya. Como se aburre sube a sus rodillas. La hermana mayor contempla con añoranza aquellas piernas fuertes y altas. La última vez que intentó subirse el padre mencionó que pesaba demasiado y tuvo que bajarse. Por más que intenta concentrarse en el paisaje que tan bello le pareció al llegar, no puede dejar de escuchar las risas de su padre y de su hermana menor que, a horcajadas de las piernas del padre, juega a dejarse caer hacia atrás. La hermana mayor recuerda el olor a loción de afeitar, la fuerza con que esas manos la sostenían para que no cayese de espaldas, el balanceo de sus pies cuando no alcanzaba a tocar el suelo. Ahora todo eso pertenece a la otra.
Cynthia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) reside en Argentina. Ha publicado los libros Poste restante, La novela de otro, Los perplejos, Ramal, El futuro es un lugar extraño, Fui, En obra, La revolución a dedo, La vuelta al perro y Yomurí. Ha recibido el Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral en 1994, el Premio Municipal de Santiago en 2001 por Poste restante, 2017 por El futuro es un lugar extraño y 2021 por La revolución a dedo, el Premio Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional de la Cultura en Chile en 2017 por El futuro es un lugar extraño y el Premio a Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional de la Cultura en 2023 por la novela Yomurí. En Anagrama ha publicado Clara y confusa, obra ganadora del Premio Herralde Novela 2024. Es profesora de la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires y del Diplomado de Escritura de la Universidad Católica Valparaíso.