Freezer


1.

Hace un par de semanas que vengo diciéndole a mi amigxs que estoy congelada.
Me acuerdo cuando Alex abrió el freezer para buscar un cubito y me preguntó, casi como burlándose de mí, mamá, ¿qué hacen las fotos de Milei y Villarruel en el freezer?
Qué se yo le dije, sé que la gente hace eso y le funciona. Se me rió y se fue a la pieza.
A los días tuvimos una discusión graciosa porque le conté que había encontrado veterinarias holísticas y que algunas les practicaban el servicio de reiki a los animales. Se me cagó de risa de vuelta. Decía que el reiki era tan poco creíble como la magia. Yo le dije que cerrara los ojos y le puse la parte interior de las palmas frente a sus ojos, y me dijo ya sé, ya sé lo que es, pero no quiere decir que tenga algún efecto sobre mí. No sé, Alex te hace pensar o te convence, o las dos cosas.
Ahora siento que voy descongelándome como un cubito que pasó apenas veinte minutos fuera de la heladera.

Cuestión que lo de freezar a la gente no sirve. Pero, por las dudas todavía siguen ahí. ¿O por el bien del país debería quitarlos? Ay, ahora me agarró este dilema. Freezar a alguien es como congelarlo a nivel destino. Es decir: no puede ejercer acción alguna que tuerza o entorpezca el buen destino de las cosas dadas. Se le deja inactivo, duro. Si dejo a Milei bajo la cubetera que lo cubre, ¿podría destituirlo?

Por supuesto que con Marta venimos charlando seriamente sobre los sucesos nacionales. Nos parecen una vergüenza las mismas cosas. A veces siento que me dejo influir por Marta, como si su vocación de docencia persistiera en la capacidad que tiene para que aprendas algo nuevo de alguien viejo. Todo lo que ella diga es palabra santa. Le hago caso, le doblo la ropa como nunca la doblé. Describo en voz alta y clara dónde dejo cada cosa, le cargo el celular. Le tiro papelitos sueltos que se caen de sus pañales al cambiarlos. Llevo y traigo su ropa del lavadero. Creo que se llama Claudio, y siempre me pregunta si le pone perfume a la ropa. El otro día me elogió, me dijo “ah! qué puntual que sos!”. Le corto las milanesas y le traigo queso y dulce de batata con chocolate para la merienda. La mimo y la quiero. Ayer le dije, yo te cuento todo esto a vos porque sos como mi abuela.

Foto de Guille Romero



Le conté de la separación y hace dos días que venimos hablando de esto . Quiero hacerle entender de la manera más anacrónica posible cómo es la situación. Y ella me ayuda porque no preciso ajustar ningún discurso. Entiende perfectamente y con sus movimientos lentos, tarda en asentir, pero asiente, y en ese gesto que dura un poco más de lo normal, la firmeza de su asentimiento se hace más genuina. Como si fuera un GRAN asentimiento solo porque dura más. Compartimos palabras para decir lo mismo: equipo, vida, experiencia. Y cuando estoy por irme me dice “mañana seguimos hablando sobre esto”. Hoy agregó que cuando lo viera a F. le iba a preguntar qué piensa hacer al respecto. Si a mi no me molestaba, por supuesto. Porque ayer ella se enojó un poco conmigo cuando le pregunté a Federico, su médico y dueño de Casa Grande, si podía ampliar el servicio de Cablevisión haciendo cambio de domicilio del plan que ella tenía en su casa. Me dijo: esas cosas las hablo yo.

Después a la noche Alberto, el vecino, me manda mensajes de texto que dicen cosas como Guille y F. todo bien no?? o Hola todo bien con F.? Guille si?

Me despierto sabiendo que soñé cosas lindas, abrazada a uno de mis perros.
Qué ironía soñar con cosas lindas.

Otra cosa que metí en el freezer fue un manuscrito de un libro que debo corregir y que me gustaría publicar antes de que mi papá llegue al límite de stents posibles. Lo hice porque en un documental vi que Joan Didion lo hacía. No es que me crea tan buena escribiendo, pero a lo mejor, algo bueno le suceda a esos textos. Los metí adentro de un folio y están hace más de una semana en el freezer. Creo que están pasando cosas buenas gracias a eso. Pero es medio como el reiki y la magia.
El décimo cateterismo de mi papá salió bien. El nuevo stent y los dos balones le darán más torrente sanguíneo a ese corazón impermeable que probablemente se emocione con algún poema, alguno de los de freezer.

A esta altura no entiendo qué genera el poder de congelar las cosas. A mi me gustaría congelar el tiempo, uf, durante mucho tiempo. Los perros me dejarían escribir sin torpezas e interrupciones. Leería todo lo que tengo acumulado desde que me congelé.

Ojalá tuviera el poder de congelar los precios. Wow, sería genial.



2.

Hoy me puse la remera al revés sin querer. Estaba paseando con Atún y sentí como si un bichito se hubiera escondido en mi pecho, y cuando lo fui a tocar simplemente era una etiqueta áspera.
Mi abuela me decía que daba suerte. Tanto la etiqueta de frente como la costura a la vista. Se ve que le sucedía muchísimo y le gustaba creer en eso. Porque en realidad era un poco desbolada. Me contó que un día se despertó pensando que era una hora más tarde y se calzó un zapato de cada color y los llevó rajando al colegio a mi tío y a mi vieja. Por supuesto era una hora más temprano, y ella ahí, con dos zapatos diferentes. Atropellada.

Marta me cuenta que su amiga Chichí, hace muchísimos años, fue al shopping Los Gallegos a hacer unas compras, y momentos antes de retirarse se dió cuenta de que su hija no estaba con ella. Avisó al personal de seguridad que de inmediato cerró las puertas del edificio y se puso a buscar a la menor perdida quién sabe dónde. Chiquita, cuatro años. No aparece por ningún lado, hasta que por allá se escucha decir a Chichí “ay si no traje a la nena”.
Después otro día se olvidó al hijo en una plaza.
A mi papá cuando tenía 5 años se lo olvidaron en un colectivo y se bajó en la cabecera de ómnibus que por suerte quedaba cerca de su casa y mi abuela Zulema lo fue a buscar. Dice que no lloró y no existían los celulares.

3.

Pienso en cómo congelar los afectos cuando me paro en los lugares de la casa donde estuvimos juntxs. No entro en el freezer. A veces pienso en eso pero la mayor parte del tiempo me consumen pensamientos que rodean la pobreza, la crisis habitacional y la falta de empleo. Por suerte Marta es como un bálsamo. Contarle a ella mis secretos más profundos los transforma en liviandad. No sé por qué, ¿alguna vez le contaron sus problemas personales a alguien que tenga más o menos 97 años? Háganlo y después me cuentan qué se siente. Se vuelven lo suficientemente pequeños como para meterlos en el bolsillo al retirarme de la residencia. Gracias Marta por el peso pluma.

Hoy tomamos sol, a esta altura del año no lo tolero, entonces me voy a la sombra, abajo de las plantas con un libro. Me quemo la poca piel expuesta entre los soquetes y el pantalón, una fracción de centímetros que me arde. Pero ella se pone de cara al sol, levanta la cabeza para tostarse el mentón, se quita el reloj, remanga su blusa blanca y sonríe con los ojos cerrados hacia el cielo.

4.


El libro que leía mientras me quemaba una franja de pierna decía que “sin estudio no sos nada y no pertenecés a nada”. Y termino repitiéndomelo como un mantra inverso que no sirve para absolutamente nada. Para cucharear más el pozo en el que no quiero caerme. Entonces, le digo a Marta que el sol está muy fuerte y que vayamos adentro. Me vuelve a preguntar por F. y creo que lo que le dije la dejó conforme. Asintió con la cabeza, y después con la voz. Me parece que entendió que no quería hablar más del tema, porque ya no hay más tema.
No hay más lentos que podamos bailar. Nada puede hacernos mal.


5.

Vuelvo en bicicleta a casa y siempre soy la última en llegar. Alex ya está despierto, esperando al técnico de la computadora. Le dije que como no nos cobra podríamos invitarlo con algo. Una cerveza le digo, le pareció bien. Así que voy a tener que hacer lugar en el freezer para las latitas que voy a comprar, y para otras cosas nuevas. Sacarme de ahí, ponerme en la sombra y descongelarme como un matambre que será manjar en una mesa navideña.