Habíamos ido con Cele a la despedida de Fer, un compa que en breve se iría a España a vivir por un tiempo. No queríamos decir abiertamente que lo íbamos a extrañar. Entonces nos pusimos a jugar y a beber. Mientras estábamos jugando al ¿Quién soy?, ese juego en el que te ponés una carta en la frente con el nombre de un personaje famoso, lo veo ahí.
En la estantería estaba el libro “Paraná Ra’anga, un viaje filosófico” (2010) en una edición preciosa del Centro Cultural Parque de España, una especie de bitácora sobre la expedición fluvial que hicieron intelectuales y artistas en el crucero Paraguay, con anotaciones desordenadas, fotos, borrones, tipografías de distintos tamaños. Le pregunté a Fer dónde lo había conseguido, en Yenny seguramente. Me dijo que lo había comprado porque escribía María Moreno, de la cual ya habíamos hablado días atrás. Él sabía que yo era fan. Tu musa inspiradora, tu leitmotiv, ¿no? Ja, ja.
No sé si esa noche les comenté, a Cele y a Fer, del día que la crucé, justamente, en medio de ese viaje expedicionario. Seguro que ahí nomás, con tanta copa y juego encima, y con Cele siempre ganadora llevando la delantera, me largué a hablar y esto fue lo que conté:
En marzo de 2010 estábamos en la ciudad de La Paz. Mingo había sido velado a media mañana. El papá de Manolo, el hombre de cachetes colorados más simpático del mundo. El bebedor de vino blanco más feliz que haya conocido, el señor más dicharachero de la secretaría de turismo municipal al que le encantaba contar de sobremesa arriesgadas aventuras laborales con apellidos de colegas a los cuales jamás íbamos a poder identificar. Mingo, el suegro que me regaló su camiseta Rosamonte de Racing Club de Avellaneda. Acababa de ser velado y estábamos en el pasillo del velatorio llorando cuando apareció Monti.
Nuestro Monti de Ediciones Neutrinos, que en ese tiempo jugaba de local. Saludó en silencio, nos abrazamos. Hablábamos serios, mirando para abajo, para el costado. Nosotros con los ojos colorados. Prometió volver a pasar, éste o alguno de los próximos días que nos quedaríamos en La Paz.
Entonces volvió a aparecerse al otro día en el barrio Sur, a la siesta, y por las dudas mandó un sms al Nokia 1100 de Manolo. En la casa de los Podestá estábamos todos medio boleados, la tele estaba prendida pero en volumen bajo, mis cuñadas dormían o lloraban, yo dormía o lloraba, Manolo dormía o se comía las uñas o lagrimeaba.
Siempre voy a destacar la chispa de Monti en momentos grises, monótonos o aletargados, porque habla rápido y despabilado, y bucea en lo que es común al otro tirando datos fenomenales que aportan a tu imaginación cuando estás frente a él, con los brazos cruzados, en la vereda de tu barrio o en cualquier evento cultural hablando de discos, poemas o personas. Como si supiera que hablar es buscar complicidad.
Dijo: La ví a María Mortero en la plaza.
¡María Moreno, Monti!
Siguió: Me pidió un pucho y le pregunté ¿usté es la del petiso orejudo? Me miró con cara de susto, no habrá podido creerlo… así que tengo un lector en La Paz, me contestó.
Aplaudimos, festejamos, dijimos noo, nos agarramos la cabeza, nos hizo reír por primera vez en la semana. Yo lo empujé chistando, primero haciendo el chistido de no creerle y después empujándolo cariñosamente y él me repetía ¡de verdad, de verdad!
Insistió: Vamos a verla a las termas, está Llinás también, Manolo. ¡Vamos, che, dale!
(Cómo nos levantaste el ánimo, cómo agradecerte lo que hiciste) Una fuerza sobrenatural, una correntada expansiva y arrasadora de arte y vida nos llevó contra el oleaje azul oscuro del duelo. Nos subimos al auto de Monti hacia las termas mientras repasamos medio adivinando el recorrido del proyecto Paraná Ra’anga que habíamos leído sin retener tanto en el diario El Litoral, o en el Página/12. El barco partió del Tigre e iba a ir hasta Asunción, pasando por San Pedro, Rosario, Santa Fe, Paraná, La Paz, Goya, Corrientes, Barranqueras, Formosa y Pilar.
Yo deslicé algo así como que ayer en Paraná el Negro Aguirre había cantado para Martín Prieto en Puerto Sánchez, pero sólo estaba desparramando un rumor. Chismes inchequeables de periodista aficionada.
Llegamos a las termas y abajo de un aguaribay habían puesto unas sillas donde todos estaban escuchando a Fandermole. La vi a María Moreno de reojo abanicándose y cuchicheando con una fotógrafa.
Tratamos de disimular el bajón con un cóctel de emoción por estar entre gente tan grosa. Manolo y Monti fueron a charlar con Daniel García Helder y transcurrida la tarde nos enredamos alrededor de Oscar Edelstein escuchando la manera en que compone sus melodías. Vi que María saludó a un par y se retiró de la escena, vaya a saber a dónde carajo se fue. Y yo sin animarme a saludarla.
Monti nos arrimó a la casa del barrio Sur, comimos dos pavadas y nos volvió a buscar para ir al puerto. El barco se iba al atardecer y los paceños se reunirían a saludar a la tripulación. Parados en fila, mirando la embarcación, Monti nos indicó y repasó de memoria a todos los intelectuales y artistas que conocía quienes poco a poco subían, miraban, se despedían desde los balcones del crucero. Y ahí es donde nuestro amigo se adelantó tres pasos, María lo reconoció, él le gritó “ella también te conoce por el petiso orejudo”, yo hice una mueca y le pedí si podía sacarle una foto. María posó, su sonrisa era franca.
Nos quedamos mirándonos sin decir nada. Por ahí ella hizo un gesto y quiso llevarse una foto de los dos, sus lectores de La Paz. Codeó a la fotógrafa y nos señaló: el lente apuntaba hacia nuestro saludo.
Meses después me animé a escribirle a María por mail, le adjunté la foto. E increíblemente me contestó con el adjunto de la imagen (la Ra’Anga en guaraní) que su amiga, Claudia Tchira, nos sacó.
Mercedes: Recién ahora tengo tiempo de escribirte. La verdad es que fue una alegría conocerlos aunque sea casi en dos palabras. Es una pena que seas tímida, yo también. Me encantaría dar un taller por esos lados. Tal vez volvamos a vernos. Les mando la foto que sacó una amiga. Hasta pronto y gracias por hacerme sonreir.
M
Foto: Claudia Tchira