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Historia del duelo

En verano me gusta pasar por la Avenida Coronel Díaz que está llena de tipas florecidas. La tipa es un árbol robusto, vigoroso, de flores amarillas. Cuando empiezan los primeros calores de diciembre, el piso se vuelve un espectáculo maravilloso, parecido al que ofrecen los ginkgos. A diferencia de estos, el volumen de tipas es mucho mayor de manera que las extensiones de amarillo son vastas. Thays las trajo del norte junto con los jacarandás y los ceibos, cuando fue nombrado director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires. Quería que la belleza de un parque natural no fuera solo para los ricos, que cualquiera pudiera caminar por el cielo de tonos morados, lilas y violetas de jacarandás en noviembre. Freud, en un texto que se llama “Lo imperecedero”, cuenta de su amigo poeta que amaba las flores pero no podía disfrutarlas porque en invierno morían. Le dice a este poeta que luego del invierno llega otra primavera, otra flor. Que esa reposición de la naturaleza podría ser una suerte de eternidad de la flor. No es la misma, pero vuelve. Lo anima a conciliar lo bello con lo perecedero, a renunciar su pretensión de eternidad para ganar la posibilidad de que llegue lo nuevo. Ese es el trabajo del duelo, la oportunidad de encontrarse un poco fuera de la angustia por la pérdida. Un amor, un objeto, una persona. Disfrutar esa flor de primavera porque después viene el verano, el otoño, el invierno y se termina. Pero si el duelo se hizo, uno queda vacante para que si hay suerte, llegue otra. Algunos años atrás supervisando con la analista que llevaba el control de mi clínica, le conté de un paciente que había decidido suspender su análisis. Yo lamentaba esa decisión, seguramente como principiante temía haber hecho algo mal y ella intervino diciendo “Quizás vuelva”. No creo, le contesté. “Bueno”, me dijo, “volverá en otro. A veces los pacientes vuelven, pero en otros”. ¡Qué palabra justa tuvo! Otra ocasión. Cada vez es que pasa algo. Vez por vez. Por eso no cabe bien o mal, la ocasión se pierde o se aprovecha. Nada más. Una oportunidad que se pierde una que vuelve. Ni bien ni mal, es.