Hoy te vi desde la ventana muy temprano y adiviné que tenías ganas de indignarte por algo.
Yo estaba por saltar desde allí, con mi disfraz de superhéroe, para comprobar si era posible volar si realmente lo deseaba.
Una vez mi padre me contó que había gente loca o drogada o combinada, que intentó volar como “Superman” y que cayó al vacío y murió horriblemente con su cerebro estallado en el asfalto. Pero yo no estaba loco y casi tampoco drogado, y lo más importante, “Superman” me repugna, me parece idiota. Yo intentaría volar con mi propio superhéroe. Me inventé un traje, una vida, y estaba por saltar.
Tu cara indignada fue lo último que vi cuando amortiguaste la caída.
Mi superhéroe no hacía mucha cosa la verdad, cruzaba ciegos a la fuerza en las esquinas, regalaba tabaco en el hospital de niños, y pintaba de colores llamativos a los animales salvajes. Los que más me costaron fueron la jirafa y el cocodrilo, afortunadamente estaban embalsamados.
Lo que pasó fue que me enamoré de la araña, y no está bien visto en el gremio de superhéroes el apareamiento con bichos que tienen tantas patas.
Por eso tuve que huir de la ciudad y perderme del mundo, destruir mi vida, adoptar falsas identidades, ser juzgado injustamente por perversos con tono de voz de patriotas razonables, políticos infames que opinan en las esquinas sobre mí falacias perturbadoras.
Fue allí que compré el lanzallamas, sólo como protección, en un principio… luego pensé “la guerra se justifica porque son muchas personas cometiendo homicidios y buscando beneficios y especulando, pero si lo hace un solo individuo adquiere otras características. La diferencia entre el gobierno norteamericano y yo es la soledad y la pobreza, pero ahora que tengo un lanzallamas puedo ir cazando gilipollas que me caen mal”.
Así que fui con mi lanzallamas y mi araña a la casa de la hija de puta que anoche me robó el mechero y salió corriendo. Ella era muy linda y su casa también, tenía mucha plata y amigas también lindas, un mayordomo, el refrigerador con varios frascos de mayonesa, vino espumante y pixu. Casualmente era su cumpleaños y estaban celebrándolo.
Le pregunté “¿por qué me robaste mi único mechero que me dejó mi padre antes de morir?” Me dijo, “porque quería fuego”, “pues aquí te traje, para que te hartes”.
Los bomberos encontraron todo quemado, la chica lloraba porque ahora era pobre y no le estaba gustando como se sentía ni como la trataban los demás ciudadanos. Así que se hizo drogadicta y fanática religiosa, en ese orden. A mí ya no me importa, estoy muy feliz con mi araña y mi lanzallamas, yendo a otras casas, con una lista donde figura tu nombre.
*Javier Solari nació en Concepción del Uruguay, vivió en Paraná y reside en Alicante, España. Dibuja, pinta, hace música, cortos, películas. Publicó Cowboys from Chajarí (La Ventana Ediciones) y Diábolo Lorenzzetti, entre otros. La araña y el lanzallamas forma parte de su libro Mi peor cumpleaños.