Sobre La carne de René, de Virgilio Piñera (1952), publicado por Blatt y Ríos

Las razones de René en la novela de Virgilio pueden ser la materia de la carne, su realidad externa, la carne existe, es tortura, ante esta tortura René es ético contra la realidad de la materia, su ética es inconsciente, es una forma del inconsciente, no puede ser transparente, tiene opacidad, sueña, es una herida al narcisismo cartesiano (René/René Descartes). Virgilio, influido por Gombrowicz, ataca a la forma de la novela, ataca a la idea de novela, opone a esta idea la huida, el cambio de tema permanente, el escondite, los pequeños escudos para soportar.

Los capítulos se suceden uno tras otro sin reposo, René quiere disfrutar de su ocio, atento a la realidad, tiene tiempo para pensar, descubrir abismos, el dolor por todas partes. El dolor en cada uno de los personajes que aparecen como muñecos, seres virtuales. La novela se lee como un cuerpo por el que René deambula, en medio de una nevada permanente, nieve que podría ser grasa de carne, grasa en abundancia cayendo en el cuerpo de la Isla, la Isla es la carne, la Isla es el mundo, un mundo misterioso, un mundo que cambia y es inmóvil.

René es el que quiere cambiar de tema para huir. En su huida, que es la forma de la prosa de Virgilio, se extrema la reflexión hasta lo impronunciable, hasta lo absurdo. Enorme descuido de estilo, enorme descuido de la estructura narrativa, esos descuidos crean un objeto textual opuesto al poder de los perseguidos-perseguidores, lo descomunal de la escritura para poner la carne, no a gozar, sino a murmurar una despedida, a despedirse para empezar con otro tema. Una despedida de la realidad externa, una despedida y bienvenida del peso corporal exacto de las carnes que no pararán de engordar.

René no quiere moldear su realidad a la razón burguesa, a la razón revolucionaria. Virgilio y su escritura están atrapados en la Isla rodeada de agua y agua y agua. A los chistes y la parodia, René en oposición es melancólico para dejar ver de forma explícita la ignominia, vuelve más ignominiosa a la ignominia, no puede llegar a su propia subjetividad, queda entregado. Y prefiere que se le rompa el corazón.

La correcta manera de comer y no comer la carne para un vegetariano como lo era Virgilio es cortarla, sostenerla con la punta del cuchillo, pensarla, se la piensa para evitar comerla. La come y no la come. La manera vulgar de comer la carne es simplemente comerla, acercarla a la boca, sin pensar, y devorarla, olvidando sus secretos. La carne en la prosa de Virgilio tiene múltiples secretos, es un símbolo. Puede ser masculina y a la vez femenina. Masculina cuando se la educa para el dolor, es hembra cuando se la comen como objeto, el conducto que va hacia adentro, útero, ovarios, fibra húmeda del orificio.

En René la carne es ambigua, melancólica, hermafrodita, una revelación que insinúa la belleza homosexual, la belleza de la travesti, sin proponérselo, protuberante y envuelta en sí misma. Al florecimiento de René el lector lo mira entre cortinas, a contraluz, nunca se puede ver bien, nunca es nítido, nunca termina de florecer, nunca madura, la inmadurez de Gombrowicz, lo inacabado, la corteza púrpura de Sudamérica, una herida que pronto se aposenta en la podredumbre de la realidad ordenada, falsamente ordenada, ese orden no se corresponde con la realidad estallada del lenguaje que usa Virgilio en su novela, el estallido pronunciado en secreto, soportando la falsa afirmación de las opiniones, el orden y sus derivaciones buscando más orden. Virgilio evita ese orden para componer su extraña novela.

Multiplica en su prosa el absurdo, el fascinante absurdo en un mundo sin flores, lúgubre, de traición, habitado por criaturas virtuales que en cada capítulo tratan de aferrar a René con filamentos que se extienden por impulsos poco delicados. Estos intentos de aferrar a René se trabajan palpablemente en el capítulo Hágase la carne, la escuela de Mármolo: el sometimiento al bozal de cuero, al siniestro servicio del dolor, el corazón de manteca del profesor, el corazón de caca del médico, las furias de este mundo irregular.

René se resiste: “Nunca accedería a meter los pies ensangrentados en pantuflas delicadas”. No hay verdad, no hay mentira, solo las palabras que se imponen como fijas pero por el arte de la escritura de Virgilio, en permanente contradicción, destrozan la palidez de los conceptos, disuelven la imagen de los conceptos, disgregan la metáfora expresiva de la carne… Todo es insoportable, solo el lenguaje de Virgilio hace que el lector lo perdone y llegue al final.

La transmisión nerviosa de la escritura de La carne de René no puede subdividirse, ni ordenarse, es un edificio con cierta complejidad, en apariencia ligero, sin posibilidades aparentes. Cuando el lector se adentra surgen órbitas en permanente cambio, asimilación sin medida, se percibe otro mundo entre las esferas radicalmente distintas de Realidad/Irrealidad, el ojo mental de Virgilio revela más que la esencia de las cosas. René no quiere aprender las formas sobre la base de las metáforas del lenguaje que se pretende literario, ese lenguaje es desgarrado por la oposición ética de René.

La oposición ética es la agudeza estética de Virgilio que no dice como habitualmente se dice. Actos increíbles narrados con una sintaxis racional, para hacer más delirante el sin sentido. René, impulsado por el miedo al estado turbio de la deriva, adopta una resistencia que parece no agotarse, y como todo en esta novela, no se agota pero se agota. Esa resistencia puede ser la producción simbólica del arte de narrar máscaras que no reflejan nada, una creación pura? una novela hecha solo de estilo? Una escritura plástica.

*Gastón Moyano (1983) vive en Mendoza, escribe poesía y es docente. Ha publicado “La bestia negra del proletariado (Borde Perdido), Pico de oro (Babeuf), La parte de la prima (Ediciones culturales).