La increíble literatura de Felisberto Hernández

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Si hay alguien en el mundo que esté a punto de leer por primera vez a Felisberto Hernández, esa persona está por vivir una nueva felicidad. Felicidad se siente mientras se lee Por los tiempos de Clemente Colling, Las Hortensias o Tierra de la memoria. Euforia se experimenta mientras se recorre cada letra, cada palabra, cada oración, cada párrafo, cada página. 

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Los relatos de Felisberto Hernández son a veces un paseo por el barrio Angustia, arriba de una prosa sublime, una prosa de una belleza inaudita. Décadas del 20, 30, 40, 50, hasta mediados de los 60, cuando murió. La obra de Felisberto tiene la marca de ser “rara”, como la llamaron los críticos para identificarla con algo. Es decir: algo completamente nuevo y distinto a todo. A pesar de eso, fue ninguneado por la crítica uruguaya en gran parte del siglo XX. 

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Cómo me vuelve loco la literatura uruguaya. ¿Felisberto? Uruguayo. ¿Mario Levrero? Uruguayo. ¿Cristina Peri Rossi? Uruguaya. ¿Marosa di Giorgio? Uruguaya. ¿Quiroga? Uruguayo. ¿Amanda Berenguer? Uruguaya. 

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También dicen que el realismo mágico fue un desprendimiento de la maestría de F.H. No me entra en la cabeza la idea de que mientras F.H (Montevideo, 1902-1964) hacía de la escritura obras de arte, en otras partes del mundo existían gigantes como Joyce o Robert Musil, que, aunque me encantan, me importan tres carajos al lado del increíble Felisberto Hernández. 

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Me parece impactante que primero fuera pianista, viajara a pueblos y ciudades de Uruguay y Argentina para dar conciertos, para después abandonar la música y dedicarse a la escritura literaria. Muchas de sus ficciones están basadas en la vida que le dedicó al piano. Y casi todo lo que vivió está prácticamente entero metido en sus cuentos y novelitas. 

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Felisberto tiene una cosa mortal de grandiosa y es que cien años después, todas esas novelas y cuentos parecen escritos ayer nomás. ¡Dejate de joder! Incluso tienen como elemento misterioso que parecen escritos en el año,  ponele, 2224 o en cualquier otro momento de la historia (2024, 1924, 1824). Una locura que no puedo entender cómo es posible. 

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Impresiona cómo se mete adentro de su propia mente a la caza de episodios que lo perturbaron. Leés, parás, levantás la cabeza, mirás algo a tu alrededor, releés, pensás, imaginás. Cada personaje de las historias te saca a bailar por habitaciones llenas de objetos con vida propia (pianos, sillas, maniquíes, medias). Los relatos de FH siempre están en la línea de la comedia y de la tragedia. Un poco y un poco. Se te dibuja una sonrisa mientras lo leés y al rato te hundís un poco en el bajón.  

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Mucha de su producción literaria está basada en recuerdos, desde lo explícito del título Tierra de la memoria. Un recuerdo inicial, el exacto momento en que un alumno de piano se enamora de su profesora (por mencionar el argumento de otro de sus relatos), desencadena una cataratas de especulaciones que van y vienen en monólogos que remarcan la psicología del personaje con un nivel de detalle extremo.  

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Levrero dijo en una entrevista: “El texto ideal sería aquél en el cual el lector pierde de vista el hecho de que está leyendo, y cree que esas cosas que se transmiten a su cerebro están sucediendo realmente”. 

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Ahí está Felisberto Hernández, esperándote con sus personajes que tocan el piano en hermosos teatros de pueblos, giran por las calles, mateando en pensiones, cuidando a viejos sabios a punto de morirse, mirando a tías coser, a abuelas deambular por el barrio como perdidas. Y también enamorándose una y otra vez.