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La memoria de canciones en verano

Me llevo dos días recordar la fiesta del sábado. El domingo vi una película, basura pero necesaria, con Norm MacDonald. Ayer la pasé yendo y viniendo, esperando concentrarme el día siguiente.

Cuando lo alcanzo, Juan me envía una foto donde aparezco como invitado de su banda. El arrebato me hechiza con su descaro y toma la palabra, en el laberinto del recuerdo, vadeando sagazmente el torbellino temporal.

La imagen, entonces, se mueve con el vértigo de la música. Me remito, sin otra alternativa, al relato como instrumento que, junto a su cuota de olvido necesario, proyecta componer aquella experiencia de la banda estridente sobre el escenario.

Entramos, como en tantas celebraciones a lo grande, con los acordes de la primera banda atravesando la puerta del Uhlalá Café. Lixir de Rosas aprovecha esa ventaja luciendo su revelación en la noche: un coro de voces que se eleva en contraste al noise instrumental.

Entre una banda y la próxima, el eco de un esplendor recorre la sala como una vibración aguardando ser transformada.  

Es una característica relativa a la época: uno va a recitales no solo a escuchar música, sino para encontrarse con otros, que son como uno y más rápidos también, y dejar que el ruido amaine los apuros y dilemas del presente.

Esa energía, como hilo invisible que llevamos a la plaza, es retomada cuando empiezan a sonar Lxs Diamantes, librando espacio al movimiento y roce de manos y cabezas.

jpg_Mauricio Bonadeo

Entre los cuerpos deambulan los globos que hacen al decorado del salón. Se desprenden de las paredes y ascienden hasta reventar conforme al ritmo reverberante.

Termina el frenesí y armamos una ronda en la vereda. Alrededor muchas personas que veo solo en estas movidas y nunca caminando en un día de semana. Santa Fe es una ciudad hermosa para pasarse horas hablando en la calle.

La corrida del gran telón, que se despliega ávidamente, anuncia la gala final.  

Esta noche Mi Primer Año Sabático se sumerge en una lista de hits a medida de su noveno aniversario. Que sea siempre el primer año para los Sabáticos deriva en un manifiesto de frescura atemporal contagiada en sus canciones tan joviales como veraniegas.

Siendo parte del público se establece una suerte de unidad que se retroalimenta sirviendo a la memoria de sus canciones cantando arriba y abajo como si no hubiese escenario.

Sin barreras digitales, las melodías, entonadas a flor de piel, toman casi presencia física cuando la música evoca la pertenencia a un sentimiento común.

Ese es el espíritu que despierta en sus recitales.

A la vuelta, al reverso de la ida, cruzamos la plaza bajo el halo de mil conversaciones encendiéndose atrás.