Fue el Juan Wauters del tenis. Jugaba como andando en bicicleta por un pueblo en Uruguay. Cantando, tocando la guitarra. En Roland Garros, Wimbledon, Australia, Nueva York. Porque debe ser eso lo que lo hizo distinto (¿y más feliz?) El gen uruguayo. Las milanesas con la forma del paisitio en Tiranos Temblad. El porcentaje de mate en sangre.
Nació en Concordia en 1986 y jugó, incluso, algunos torneos entrerrianos. Pero a los 9 años se mudó a Salto (su mamá era de allá) donde siguió su carrera hasta hacerse profesional. Cuenta que de chico, todavía con la vida entre ambos países, cruzaba el río en kayak para ir a entrenar. A veces lo paraba la Prefectura por la denuncia de alguien y se encontraban a un niño en un bote lleno de raquetas
Tenía (tiene) un talento inmenso y un hermosísimo revés a una mano. Tuvo también muchas lesiones, estuvo dos años sin jugar por una operación en la rodilla y pudo haber llegado más arriba… Lo que suele decirse. Pero le dio al tenis algo que vale mucho más: belleza, felicidad. Magia.
Pero si quieren números, ahí van: Ganó seis torneos de ATP en singles y llegó a ser número 19° del ranking. Por Copa Davis tiene 42 victorias. En Grand Slams fue campeón de dobles en Roland Garros 2008. Su triunfo más importante fue contra Nadal en Río 2016: 6-7, 7-6 y 6-4, en tres horas y 28 minutos. Un partido de semifinales que terminó a la madrugada.
Por todo esto es el mejor jugador de la historia de Uruguay. Miles de uruguayitos juegan al tenis para ser como él.
Hay un montón de videos virales suyos increíbles: un amague de smash que termina con una definición entre las piernas con un drop (¿un golpe inventado por él?), voladitas, passings sin mirar, fajas. Ganando, perdiendo. Con un match point en contra. En cualquier momento, contra cualquiera y en cualquier cancha.
También hay una escena desopilante:
En un torneo por equipos en Australia empieza a saltar y a hacer movimientos “demasiado ampulosos” antes de recibir el saque. El juez le pone un warning (le saca amarilla) por “no estar haciendo su mayor esfuerzo”. Y estalla: “Llamá a la policía, a los de Baywatch. ¿Estás loco? Fue la mejor actitud que puse en toda mi carrera”.
Podría haber sido un momento de mierda, tenso, triste. Pero con Cuevas es casi un paso de comedia. Sus compañeros se ríen y el público también. Agarra el bolso, dice que no va a jugar más. Su rival (Nikoloz Basilashvili, de un país tan lejano y frío como Georgia), que podría haber ganado el partido por abandono, lo consuela y lo convence de seguir jugando.
Debe ser eso, el gen uruguayo.
Esta semana anunció su retiro del tenis profesional, a los 38 años. Posteó una foto de gurí, en blanco y negro. Y un mensaje: “Este viaje comenzó soñando… con la inocencia de un niño que quería ser jugador de tenis…”.
Creo que hay deportistas que son máquinas de ganar. Y otros, como Pablo Cuevas, que nos hacen amar más el deporte que amamos. Es la diferencia entre llenar un Excel con récords y jugar con poesía. Me pasa con Djokovic. Es tan perfecto que me aburre. Sí, yo desde un sillón, con el buzo lleno de migas de un sanguche, me aburro con el “mejor tenista de la historia” (en números, porque el mejor es RF👑).
Entonces me pongo a hacer otras cosas. Escribo “Pablo Cuevas mejores jugadas” en YouTube.