Parece que al naturalista Amado Bonpland lo chamuyaron Rivadavia y Belgrano para que se vaya a vivir a Buenos Aires. Después de los viajes que hizo Bonpland con Alexander von Humboldt por países de América para estudiar la botánica del continente, el médico francés compró el relato que los dos argentinos le hicieron en un encuentro en Londres y encaró para Buenos Aires.
Esto cuenta un librito que conseguí el otro día en el balneario Thompson: dos chicas vendían manteles de diseño y libros usados. La tapa en color cremita decía Amado Bonpland, Pancho Ramírez y el mate. El autor: Estanislao José Mouliá. Inmediatamente de ver ese título me explotó la cabeza. No conocía nada la historia del científico viajero, más allá de haber pasado alguna vez por las calles que tienen su nombre.
La historia de Bonpland viviendo en Argentina es algo espectacular. Una vez que llegó al Río de la Plata en 1817 (había nacido en La Rochelle, Francia, en 1773), la cosa no fue como la habían pintado. El quilombo del gobierno complicó su plan de estudiar las plantas en los campos y montes de los alrededores de Buenos Aires. Por eso, Bonpland, que era médico, empezó a atender las enfermedades de los vecinos.
En esa movida, un poco de casualidad descubre en la isla Martín García la planta de la yerba mate y delira con los usos que le daban. En esta parte de la línea del tiempo entra el Supremo Entrerriano Pancho Ramírez y juntos encaran en Misiones y Corrientes un estudio más intenso de la yerba para generar las condiciones de industrialización del producto.
En Corrientes, recorrió las barrancas del Río Paraná para herborizar plantas y fundó en el poblado de Santa Ana (cerca de la frontera con Brasil) una colonia para la producción a escala mayor de la yerba mate. En eso estaba, yendo de un lado para el otro en territorio correntino, cuando es detenido por las tropas de José Gaspar Rodríguez de Francia, presidente de Paraguay, porque lo consideraba como una intromisión extranjera muy próxima al territorio paraguayo.
Después de estar nueve años preso en una quinta cerca de Asunción, Bonpland es obligado a retirarse, agarra las plantas que fue coleccionando en prisión y vuelve a la provincia de Corrientes para rehacer su vida. Trabaja en un leprosario en una isla del río Uruguay, conoce a la correntina Victoriana Cristaldo, y juntos tienen tres hijos.
A lo largo de su vida en Argentina, Bonpland va y viene a Brasil (frontera con Corrientes), va y viene a Buenos Aires, es invitado a conocer el Palacio San José, en Entre Ríos, y se pasa varios días reunido con Urquiza. Viaja a Montevideo, negocia remedios para la lepra, se cartea con dirigentes, toma posición contra Rosas. Su más íntimo colaborador, Mateo, se suicida tirándose al agua. Harta, su esposa Victoriana Cristaldo lo deja, sus hijos también cortan diálogo durante larguísimos años con el sabio.
Se sube a barcos y caballos, conoce más y más kilómetros de campos y plantas, pierde propiedades, vende y pierde ganados, observa batallas, vuelve a curar enfermos, organiza jardines y parques en ciudades y pueblos. El 11 de mayo de 1858, a los 84 años, en El Recreo (a unos pocos kilómetros de Paso de los Libres), Bonpland muere mientras estaba al cuidado de su hija Carmen. “Quería morir como un grande, sin declinaciones y sin preocupar a quienes lo rodeaban, como siempre había hecho a lo largo de su vida”, escribe Mouliá en el libro.
El último capítulo de esta historia tiene un final que podría estar en el género realismo mágico, realismo sucio o weird. Su ex cuñado, Diego Cristaldo, aparece en la estancia donde el cuerpo de Bonpland estaba siendo embalsamado. Borracho, Cristaldo agarra un cuchillo y le aplica varias puñaladas en el cuerpo y en la cara.
Los restos de Bonpland están hoy en el cementerio de Paso de los Libres, Corrientes. La ciudad donde pasó la mayor parte de sus días, Santa Ana, hoy tiene como nombre Bonpland.