,

La vida treinta

Sin una página escrita empieza el libro de los treinta. De poderse, elegiría dedicarle un día entero, lo que de alguna manera supone apurarse y avanzar conforme a la velocidad con que se consumen las horas. Conforme a la vorágine que posibilita ciertos acontecimientos históricos, no es  prudente, ni materialmente factible, adelantar el tiempo y precisar los hechos que siguen. Tampoco puedo actuar sin asumir la cantidad apropiada de presión que supone ingresar en una nueva etapa.

Para escribir, entonces, el relato de los treinta hay que soportar el misterio. Acaso no se diferencien tanto de los veinte, década marcada por un estar en la búsqueda de algo que escapa y a la vez se acerca. No se trata de una certeza absoluta, categórica e impermeable. Más bien, hablo de prestar atención y observar, replegado para, cuando sea oportuno, saltar y atrapar el momento exacto. Estar, cuando la tarde brilla en color azul y después oscurece en un abrir y cerrar de ojos, en el lugar indicado.

La voz en off de Valeria Luiselli señala ‘aún no encontramos la manera de entender la manera en que se experimenta el tiempo ahora. Sin futuro el tiempo se percibe como una acumulación de series de streaming, días, noviembre, abril, junio, septiembre’. Hay un poema de 107 Faunos que revela: ‘prefiero todo el futuro a lo oscuro/haber seguido adelante/es lo mejor’. Beatriz Vignoli tiene una canción donde piensa: ‘Quizás el espacio posible no se halle directamente allí, sino en el “como si”: en el “tal vez”, en los matices, en la suspensión de la incredulidad, en la paciencia necesaria para soportar la incertidumbre mientras creamos algo nuevo o apelamos a sueños atávicos dados por perdidos’.

Más bien, hablo de prestar atención y observar, replegado para, cuando sea oportuno, saltar y atrapar el momento exacto.

Sabiendo que nunca se sabe y que, hasta ahora, nunca se podrá saber con exactitud, intuyo que se trata de adoptar una posición estratégica. Mi pregunta es si el libro de los 30 cabe entre una carilla y una página, no a modo de resumen, no para, una vez escrito, dejarlo en un rincón juntando polvo, sino para pasar a lo que sigue luego de ser justamente olvidado. Paradójicamente, no se puede desenredar el secreto del paso del tiempo acumulado en un puñado de años, pero si se nos permite improvisar una analogía, diríamos que es comparable, la novela de nuestras vidas, a una hermosa página en blanco. No hay nada sino la página blanca de todos los días.

Uno puede ver la vida de los treinta siempre que sea junto a los demás. Mientras caminamos hacia la zona del puerto, nos cuenta Laura a Lisandro y a mí que, según Milagros, hay un momento del día, que dura menos de un segundo, donde los peces salen a ver el sol y los rayos los iluminan.