Las calles frías de noche son hermosas, es hermoso el poder de salir sola de noche con confianza, es hermoso subir y bajar y ver todo el espacio conteniendo, el aire envolvente, iluminado. A las calles de noche se les va un poco el gris aburrido, se vuelven más naranjas, amarillas, delirantes, dan paso a la ficción más fácil, más directo. La miopía como un don ayuda, siempre, a distorsionar la mirada, a ver distinto. La miopía y la niebla de la montaña a veces reconfortan la lejanía porque confunden con llanura cualquier Montaña Mágica.
Caminé todo el Valle de Esquel, rompí mis seudo zapatillas de trekking que no pude traerme de vuelta a la zona del Litoral. Fui a sus lagunas más cercanas, caminé por las vías oxidadas del tren, caminé rodeada de árboles gigantes y verdosos que llevan al Cementerio Municipal. Fui a la cascada y conocí sus flores violetas, azules, rosadas, ocres que crecen, sobresalen, se expanden y se extinguen en el verano. No llegué a las cimas de los cerros porque el viento te tumba si tu espíritu no está fuerte, no llegué a todos los intersticios porque el andar a veces pesa, cansa, hace nudos que no se desatan. Mi ser hipocondríaco no deliró hantavirus y recolecté rosa mosqueta camino a la laguna y nunca me pinché tanto los dedos y nunca junté tantos frutos rojos.
Conocí a personas con las que charlar de Cine, Fotografía, Filosofía, Artes Visuales, Libros, Literaturas Patagónicas. Escuché de la toponimia de los lugares, de la lucha, del dolor abierto, de la violencia continua.
Conocí muchas personas estudiando, compartiendo espacios culturales, por mudanzas, en el super, en los bares, en la biblioteca, en el hospital, en el barrio, en la calle.
Volé y me hice amigxs hasta en el avión, en el aeropuerto, en la terminal.
Me subí en el último viaje, en Buenos Aires, a un taxi en el que el chofer hablaba con las sílabas alargadas. Capaz la noche, capaz el cansancio, casi chocamos. En un momento se puso a preguntarme, estaba sola y ya se había bajado mi compañera del auto, me cuenta que fue al Sur, me daba detalles muy precisos que confirmaban su relato. Había ido con su mujer e hijos, le pregunté cuándo: cuando gobernaba la mejor mujer y presidenta de la historia. Y cómo no sentir gratificante el viaje, la vuelta, cómo no pensar que algunas cosas suceden para que un taxista solitario me trajera de nuevo a la realidad chocante.
El taxista de Santa Fe estaba chinchudo y no fue amable, era más de madrugada. Capaz la noche, capaz el cansancio, capaz yo con cuatro bolsos que me miró raro, que me preguntaba, que no sabía cómo mi cuerpo flaco podía cargar tanto.
En Esquel, la segunda vez que fui del Aeropuerto a casa, me llevó un taxista con su hija, la había ido a buscar porque venía de visita, estudia Cine fuera de la provincia. Me contó su viaje al Sur, me contó la emoción de ver por primera vez la nieve. Me regaló un ticket de descuento y me quería conseguir trabajo. Mucha gente quería conseguirme trabajo a pesar de la crisis, a pesar de la distancia. El taxista de Esquel estaba contento, capaz el reencuentro con la hija, capaz el paisaje, capaz la añoranza de su propio viaje, me quería compartir la emoción de la nieve para que yo encontrara su misma alegría de pertenencia, de quedarse. Pero no era el momento para el frío huraño y solitario de la montaña.
No conocí la nieve pero conocí el Casino y aposté en la Lotería Nacional del Chubut. Participé del bingo de los festejos patronales y de un sorteo en un kiosko, no gané nada.
Le robé tres facturas (sacramentos con membrillo) a una señora, sin querer. A la cual le pido en este humilde acto, disculpas.
Viví varios meses en la Avenida Presidente Perón, a unas cuadras del Casino, cerca de los canteros de lavanda, cerca de las calles que suben y bajan. Cerca de la Felicidad, un supermercado chino.
Caminé las calles frías de noche, porque prestan al relato, hacen dudar de los sentidos, el viento tajante ahuyenta algunos pensamientos y te regala otros. Amar de noche las calles hace sentirte más aliviada y propulsa las palabras mágicas.
Una, a veces, construye espacios como ficción, lo que hace que perder en la Lotería del Chubut no importe tanto.