No me interesa la realidad sino el recorte que de ella hacemos. El video dura cincuenta y un minutos y medio. Aproximadamente, el tamaño promedio de un capítulo de serie. Cuando lo vi por la noche, subido en el canal oficial de la Cámara, tenía más de tres mil me gusta y sus comentarios abiertos. Los videos institucionales del sitio no suelen permitir comentarios, desde que me acuerdo y los consulto. Me maravillo pensando si será parte de los cambios. De todos modos, cuando me quedé mirando no había ningún comentario.
Las imágenes estaban solas, comenzando la lenta tarea de despegarse de donde surgieron. La grabación contiene el inicio, desde la llegada de Cristina al recinto, pasando por el cuarto intermedio, la llegada de Alberto Fernández, el recorrido en auto –en la “cápsula vehicular”, nos dice el relator desde dentro del Congreso- de Javier Milei, el anuncio de la cadena nacional, los juramentos de ambos, el traspaso de la banda y el cierre a cargo de Victoria Villarruel. Hay unas imágenes al final, tomadas desde arriba de la reunión, en que las personas comienzan a dispersarse.
No está el cierre de la cadena nacional, como pasa en otros videítos de anuncios oficiales y ceremonias de este tipo. Cuando comienza, la voz que la anuncia es diferente a la que escuché los últimos años. Fantaseo si la locutora encargada no quiso hacerlo para apartarse de, si habrán elegido otra persona o si estarán siempre grabadas y solamente eligieron otra pista de audio para desmarcarse. La imagen de la bandera también es otra, y sí me aparece más despojada. Tal vez porque aún no entiendo qué significa. Los símbolos puede que sean términos que cobran sentido en su uso, durante su uso.
No había prestado atención al vestuario rojo de Cristina hasta las escenas del Salón de los pasos perdidos. Mientras el presidente electo entra, la cámara toma un pasillo agolpado de camarógrafos, diputados y senadores que conforman las comisiones de recepción, custodias de diferente tipo y encargados de ceremonial. Por momentos se amontonan delante del lente y un hombre de barba los corre, abriendo paso. Pero cuando doblan, el rojo se contrasta con los trajes en tonos oscuros de todos esos hombres. Son mayoría en el video, y se visten parecido. Hay algunas mujeres que pasan más desapercibidas al ojo de la máquina pero otras también destacan en tonos verde, beige, rosas, blancos. Algunos de ellos y ellas me resultan atractivos. En un momento, el cinto de una de las custodias brilla mientras abre sus manos y el saco se expande. En otro, una mujer desde los palcos, le dice algo a quien está a su lado, con desenvoltura, mientras busca en su cartera. ¿Pastillas de menta, agua, su teléfono?
Algunos planos, tomados como sin querer, muestran el sudor de custodias y trabajadores del Congreso. También muchas nucas y cabezas se agolpan frente al lente. No me llaman la atención los momentos en que la composición de la fotografía se articula: el saludo a la multitud con la mano levantada y de espaldas al recinto, el ingreso de la ex-mandataria desde la cortina a la mesa, un diputado entrerriano sosteniendo el cuerpo de Milei para mantenerlo junto al suyo. Quiero las imágenes que se ensayan, se rompen. Intuyo en ellas habrá el extrañamiento suficiente para comenzar a hacerse preguntas, quizás comprender. En el cuarto intermedio varios presentes miran su celular con la misma neutralidad que muchos utilizamos en nuestros hogares. Me sorprende que se liguen a la pantalla mientras asisten a un momento que, por tristeza o alegría, debiera importarles. ¿Pero son esas emociones, tan directas, las que la cámara registra para nosotros? ¿No es que se mueve por capas más finas?
Todo se recubre de desprolijidad en el video. Están los juramentos en que Cristina pone las manos en los bolsillos. Los golpes contra la cámara en el arribo. El rumor que se eleva desde las bancas. El traspié en que Alberto Fernández sale de escena antes de tiempo, y lo traen por atrás para que firme el acta. Sus dos saludos a su compañera de fórmula, ambos escamoteados por la imagen. ¿Quienes graban saben qué deben registrar? ¿En qué imagen deben concentrarse? Hasta que el presidente no se coloca en medio de la ceremonia con la banda y el bastón, las imágenes dudan. Son pequeños seísmos en que van y vienen sin hacer foco en los rostros de los protagonistas, porque poco saben las imágenes a veces quiénes son los protagonistas. O tardan un poquito más en saberlo. También las voces que relatan dudan. ¿Pertenecen a una u otra gestión? ¿Son personal del Congreso?
Además están las tomas de la calle vacía, despejada para la llegada y rodeadas por los ciudadanos –a los que el relator llama, erróneamente, “público”. Por ellas pasa el vehículo, con las motos y demás autos a su alrededor. Están los caballos, ninguno tomado de frente por la cámara, pero si colándose en varias capturas. Los árboles, la toma desde arriba del edificio del Congreso. El fotograma de un vitraux en el techo de la Cámara de Diputados. La cámara registra incluso dos mujeres con turbante y auricular, no sé si comitiva extranjera o periodistas. Allí entran al video otros desajustes, los que pertenecen al tiempo y su inconsistencia. Porque, en efecto, nunca un tiempo se contiene solo a sí mismo dentro suyo. Y sin embargo, puja por su especificidad en medio de las imágenes. ¿Cómo se repara, después de todo, un tiempo que no conocemos?
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