Es triste, pero resulta inevitable ver a los kioscos de diarios y revistas como piezas de museo. Lentamente van desapareciendo del paisaje urbano, como alguna vez lo hicieron los teléfonos públicos, o los ciberpubs. Es claro, los hábitos de consumo de la información han cambiado. Y la gente que todavía decide informarse a través de diarios y revistas, se va muriendo. Como lo haremos todos.
Sólo quedan cuatro kioscos en las seis cuadras de peatonal, cuando hasta mediados de los 90 había casi uno por cuadra.
Hasta esa época existía el kiosco de Camama, en la galería del Instituto del Seguro, al lado de esa juguetería que exhibía reluciente el barco de los Playmobil, el juguete deseado por todos pero eternamente inaccesible al presupuesto familiar. Había otro en la galería del Hotel Paraná, cuando se podía cruzar caminando de Urquiza a 25 de Junio entre peluquerías y vitrinas-vidrieras de negocios que estaban en otro lado, como las que hay en los túneles que cruzan la 9 de Julio en Buenos Aires, quedados en el tiempo. En una de esas vitrinas-vidrieras estaban las famosas lapiceras con la silueta de una chica “vestida” con la tinta, que cuando se daba vuelta quedaba como la biología la trajo al mundo.
Todos los kioscos de la Piato, rebosantes de publicaciones.
A principios de los 80, con la vuelta de la democracia y ACP (Antes de la Corrección Política), los kioscos eran portales sin filtros a otras dimensiones: uno podía comprar desde la revista Libre, hasta en mi caso, alguna de las decenas que había de historietas. De las nacionales como Patoruzú y todas las de Quinterno, las Don Nicola (y todas las apaisadas impresas en papel de diario, formato que sobrevivía de décadas anteriores), las de García Ferré (Anteojito, Larguirucho, las Aventuras de Hijitus, etc.); las de Editorial Columba (Nippur, Dartagnan, Intervalo –esta con adaptaciones de películas y novelas “rosas” orientadas a las mujeres, pero en la que salía una joyita como “Mi novia y Yo”, o “Pepe Sánchez” de Robin Wood y Carlos Voogt); la de Ediciones Récord (Skorpio, Corto Maltés, Pif-Paf, etc.); todas las de Ediciones de la Urraca –mis preferidas- (Humor, Sex Humor, Sex Humor Ilustrado, Fierro, País Canibal, Hora Cero, etc.); la Satirición y la Eroticón –todas estas últimas una educación sentimental en papel-, y no tanto las pornográficas que las había muchas y en variedad.
Pero también francesas vía España como todas las de la escuela franco-belga: Spirou, y las Metal Hurlant para adultos; las españolas infantiles de Mortadelo y Filemón y Los Pitufos y las Cimoc y El Víbora para adultos; todas las de Disney (Mickey, Donald, Tío Rico, Tribilín –nunca Goofy-, etc.) con frecuencia quincenal; todas las de Ediciones Novaro de México, baratas y hermosas revistas. (La Pequeña Lulú, Archie, Las Urracas Parlanchinas, etc. ).
Hasta fines de los 90, con el 1 a 1, se recibían las de historietas españolas en simultáneo a su salida en Europa.
Hoy, en un kiosco de revistas no se puede encontrar ninguna revista de historietas, salvo alguna que otra de superhéroes. Y casi ninguna de rock, o culturales de tirada nacional. Sobreviven las que responden a grandes multimedios como la Rolling Stone o la Ñ. Y las locales, por suerte.
Los kioscos, en su lenta agonía, se han ido reconvirtiendo, agregando otras cosas: calcos para los gurises, llaveros, juguetes, mates. Las revistas se van amarilleando y quedando viejas. Se conservan para ir tapando los huecos que la industria editorial va dejando.
Ya ni los bares compran los diarios para sus clientes. ¡Ni los mismos comunicadores sociales lo hacemos!
Los que quedan
En la esquina de 9 de Julio y Gualeguaychú, el poeta Zolo adquirió uno que había cerrado y bautizándolo Puesto Cultural, resiste con sus libros y revistas y sus pinturas y textos. Y queda el del Banco Nación, el de la peatonal casi Gualeguaychú, el de peatonal casi Cervantes, que fue noticia hace poco porque es de una pareja cuya mujer está enferma y sobreviven gracias a sus ingresos, y les había llegado el aviso de desalojo municipal porque “el proyecto de remodelación de la peatonal no contempla los kioscos” –fumate la pirueta verbal- (Ponete las pilas, Adán). Y el de peatonal casi La Paz. Ya hace un tiempo no existe más el de la Farmacia Moderna, ni el de la peatonal casi Urquiza, ni el de peatonal casi 25 de Junio -¡el famoso kiosco de Timoni que sobrevivió hasta entrado el nuevo milenio, y que en una de sus ventanas redondas de los costados tenía una hermosa caricatura original de su dueño realizada por uno de esos artistas anónimos que eran los letristas! (Recuerdo estaba firmada, por eso lo sabía, lamento no recordar su nombre).
Resisten algunos en el radio céntrico, entre ellos el querido puesto de la Feria de Salta y Nogoyá. Feria que por otro lado, y entre otras cosas, era famosa para los amantes del papel porque hasta los 80, entre pescados, pollos, frutas y verduras, uno podía comprar revistas y libros en alguno de sus por lo menos cinco puestos de usados que había entre sus pasillos. Los folletines rosas, chiquitos, eran los de más salida entre las vecinas del barrio, me contó uno de esos kiosqueros alguna vez. El último que quedaba entrando por la Feria a mano izquierda, resistía con todas las revistas nombradas anteriormente, y muchas otras. Su dueño murió en pandemia, y con él su puesto. Con mis amigos siempre nos preguntamos adónde habrá ido a parar todo ese material. Seguramente a algún conteiner. Por suerte cada vez que iba a hacer las compras, me traía algo: muchas El Víbora, muchas de Disney –ah, la nostalgia, que temita- y hasta algunas de Archie y el Gato Félix. Y muchas Puertitas, y Puertitas Sex y Sex Humor Ilustradas, con un material nacional y europeo hoy seguramente impublicable.
¿Fin?
Yo creo que las revistas y los diarios no van a desaparecer del todo. Será una cosa de consumo de nicho. Revistas especializadas, y esas cosas, como ya está sucediendo. La suscripción nunca funcionó mucho en nuestro país. Salvo el Reader Digest en su momento. Las publicaciones se venderán en las estaciones de servicio, o en aeropuertos y terminales, entre otras cosas como café y golosinas, como ya viene sucediendo. Pero los kioscos de la calle, tristemente, desaparecerán. Como los muebles y tocadiscos viejos que se exhiben en el Museo Histórico, seguramente con el tiempo se exhibirá alguna carcaza que alguna vez fue un kiosco de diarios y revistas de la peatonal.
Cada vez que paso por el kiosco hexagonal o pentagonal, no recuerdo bien, cerrado ahí en la esquina de Irigoyen y Gualeguaychú, fantaseo con comprarlo, pintarlo y colocarlo en el medio de alguna de las plazas remodeladas y vender las publicaciones que sobrevivan, más todas las locales, y libros y fanzines de las editoriales independientes de acá. Y golosinas y puchos, también. Como los kioscos franceses. Y poner alguna radio AM de fondo y quedarme resistiendo al paso del tiempo y al culto esquizofrénico a la inmediatez ahí adentro. Ya sabrán dónde visitarme.