Mientras pasa el tiempo que tiene esas cosas

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Lo nuevo no es malo, es nuevo.

Está el dicho ese que dice: “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Esa conformidad de suavizante con olor a limpio, todo ordenado, nada mueve debajo de la supraconciencia de cara al sol. El viento frío de los menos un grado en la semana chinchón, existencial y extraterrestremente extraviado.

La sociedad nueva del tenedor como dentro de un estado viejo de la oscuridad. Como cuando me separé de lo anterior para estar donde estoy ahora, pegado a la novedad de la pantalla en el teléfono.

No hace mucho me tocó despelecharme de la vida. Ahora veo cómo cambia la sociedad en la que vivo cambiando de parecer. La monstruosa humanidad del gato colorete mientras desaparece la tarde acanalada, desparramada de acá para allá en reflejos oblicuos.

Conocer lo nuevo es aprender a sufrir. Subir a cococho al piojo de la angustia e ir para adelante, pegados a la nomenclatura sin poder dormir a la noche tarde. Antes de perecer en lo anterior, cómodo y rutinario, con las herramientas herrumbradas de las metálicas experiencias para domar el camino.

Cuando se pasa de lo viejo a lo nuevo, pasamos nosotros y lo hacemos totalmente desenropados. La rutina de vivir permanentemente en lo anterior nos da un montón de herramientas, filosas y dúctiles, pero que sólo se manejan en ese pequeño mundo, quizás demasiado conocido y anterior.

Uno pasa de largo cuando se abre el portal para el otro lado de nuevo, las viejas costumbres no nos sirven para movernos con libertad en la nueva dimensión. Por lo general, sentimos la velocidad para todas las direcciones imposibles al mismo tiempo. No hacemos más que contemplar nuestros pies disparándose disparatadamente.

Las herramientas en el campo visual del pasado se arruinan y es complicado aparentar con ese brillo en medio de lo desconocido.

No se trata de que todo lo viejo no sirva para nada en lo nuevo, la experiencia nos da un placer luminoso, pero el punto nuevo es ciego. Y quizás sea más divertido arriesgarse a conocerlo, apretar los ojos para empezar a ver.

Además, uno se da cuenta que lo nuevo es cuando lo viejo ya pasó. Y mientras lo viejo pasaba, ni nos dábamos cuenta, en ese preciso momento, que lo viejo estaba pasando y que además estaba ahí. Porque el ser es aburridamente deseante mientras pasa el tiempo que tiene esas cosas. Y no se conforma con nada y es buenísimo que pase eso. Una filosofía manejada por una cantidad asombrosa de absolutismos a través del lenguaje fácil, eso me gusta a mí, así quiero vivir. Si lo que sucede lo entiendo demasiado, encuentro todas las respuestas. Y es tedioso. Este es un buen momento para sobrepensarlo todo.

Cuando lo nuevo es, como en la actualidad, lo normal y placentero es meterse dentro de la casa de lo viejo y quedarse quieto, pero ¿Cuánto tiempo más podemos permanecer sin perder masa por no querer enfrentar la gimnasia de lo flamante?

No quiero ser el viejo de la fila que tose y tose y putea ante el avance tecnológico. O se queja del frío que hace o de que todo está caro, aunque lo esté y sea real. No quiero ser el loop flácido y memoso de la queja por las redes y después irme a dormir calentito, sacándome el peso de la moral estructura que colgué de la percha dentro del placard. Quiero ser más piola que eso.

La idea de pensar el nuevo rol de estado en un mundo de multiversos paralelos.

Me cuesta lo nuevo, mira si no me va a costar, con las ganas que me da a veces volver a lo viejo, aunque sea un ratito, un par de semanas. Pero es imposible. Y obsesionarse tercamente con el pasado no es saludable. Fue un error haber demonizado demasiado a las harinas.

Lo nuevo se enfrenta con lo nuevo, que no es malo, es nuevo. Y lo viejo queda con lo viejo, que fue hermoso, pero ya pasó, como tesoro divino, dividido tesoro.

Y va a ser increíble poder manejarse en lo nuevo con lo nuevo, aunque tarde, quizás esto que vemos nuevo todavía no es lo nuevo, quizás esto sigue siendo lo viejo. Lo ojeroso tercamente obstinado en permanecer tozudamente en la fila, molesto por el frío y la economía. O esa vieja frase tan gastada, que no dice nada, “lo viejo todavía no termina de morir y lo nuevo aún no nace”, pura inactividad anodina pequebú, aunque lo haya dicho Gramsci, en algún otro contexto.

Y solo una cosa que sé, ese saber no sabido, invisible, espiritual, angelito lagañoso en el aire del hambre, que tenemos de atrapar, que se escapa, como todo.

Creo que hasta acá estuvo bien, nos vimos el próximo miércoles.