Narran los vencidos

“La literatura se construye sobre las ruinas de la realidad”

Ricardo Pigla

La muerte y la brújula:

Esta reseña no cree en el sustrato delirante de la crítica académica que alucina con desprender lo que a uno le pasa con la cosa de la cosa en sí. Tampoco le queda cómoda la pose del amiguismo literario fomentado en las redes sociales mediante videos en formato vertical de un minuto de extensión, subtítulos automáticos y utilización excesiva de emojis, donde todo los autores son geniales y todos los libros están buenísimos. Se puede ser buena leche sin ser arrastrado. La reseña que sigue, entonces, tiene una característica particular: piensa más en la obra que en el autor, y a la vez, se sustenta sobre una fórmula de lectura: más literatura no es más conocimiento, más literatura es más literatura.

Si uno piensa esta obra como una brújula, Perversidad, la última novela de Marco Mizzi, publicada por Eloísa Cartonera (2020) y reeditada por UNR Editora (2024), tiene, como toda novela policial, distintas formas de orientar al lector mediante cuatro elementos que nunca pueden fallar en este género. Los cuatro puntos cardinales de esta novela son: (1) los personajes, (2) el paisaje, (3) los hechos, (4) lo que no se sabe.

El cazador cazado:

Carlos Bustamente, el personaje principal, acertado en su profesión de periodista, es, y a la vez no es, la voz narrativa. Bustamante escucha más de lo que piensa, dice más de lo que cree y cree más de lo que sabe. Por eso, mientras vive su vida, relata la de otros: ese es su bravo oficio, su gag periodístico, nunca vivir su vida en primera persona aunque la historia esté escrita así.

Bustamante es un tipo raro, camorrero, polémico y sacado. También es tímido, tierno, generoso y ubicado. Es un personaje arltiano, un rufián melancólico pero también como diría Fogwill, es un varón con espíritu criollo:  “un tipo que sabe mamarse sin joder, no torear, ayudar en época de inundación y hacer cosas de macho”.

Todos los demás personajes del relato están atravesados por la mirada de Carlos, y a su vez, él está atravesado por la mirada de todos ellos. Soledad, Los Fernández, Luci, Arroyos, el Zanahoria, Einde, (el límite discrecional borgeano de seis personajes), por nombrar algunos, son construidos sobre el combustible de una idea que le da fuerza a cada una de las aventuras.

Más allá de la barbarie y el horror, está la condición humana, más allá de la condición humana, está el más allá. Cuando se lee un policial escabroso es así, uno nunca sabe dónde está, pero sigue porque algo va a pasar, porque quiere ver algo más. Eso le pasa al lector porque es lo que le pasa a los personajes. Las personalidades de Perversidad fluctúan entre hechos trágicos y diálogos dramáticos que bordean la locura sin nunca tocar de lleno el cinismo, y si el relato se hunde en el error, es el misticismo la que hace de amortiguador para jamás sumergirse de lleno en una frivolidad sin retorno.

Durante veinticinco capítulos, los personajes bailan una danza enloquecedora, donde cada uno es la justificación de la existencia y, a la vez, el hecho maldito del otro. Si algunos detectives, aficionados o profesionales, han jurado tejer un laberinto para enloquecer a sus sospechosos, Bustamante, el personaje principal, se mete de lleno en un laberinto sin jamás haber visto la puerta de entrada. Esta estrategia narrativa lleva a develar a fondo todas estas vidas y produce un ritmo frenético que permite conocer a fondo cada personaje. Es ese fondo desconocido el que construye una trama enloquecida.

El séptimo círculo:

Rosario es el lugar donde transcurre la novela. Un gran conventillo sin clase donde el hilo del relato deja entrever la ciudad como un mapa sin fronteras. La relación entre una casilla en un barrio popular y una oficina en una torre lujosa con vista al río son el cable que tiende la pintura de un lugar donde los pobres corazones se matan mientras todo se incendia y se va.

La Chicago argentina de Perversidad es un pueblo asfaltado donde todo el tiempo puede oírse el ruido silencioso de algo que está a punto de explotar. Una ciudad de nostalgia moderna, involución posmoderna e inestabilidad permanente, donde todo lo sólido se desvanece en el aire y la única paz que se encuentra es la que no existe.

El tiempo del relato es la clave y la trampa. Un aire todo denso y entremezclado hace que la novela viaje desde el relato bíblico de Abel y Caín en el Génesis del Antiguo Testamento hasta el mundo donde los celulares son los objetos que más se usan sobre la faz de la tierra. La novela se estructura en un presente condensado, donde el pasado es una pregunta y el futuro una trampa al caer.

Los giros revuelven la sopa: un policial sin pesquisa no es nada, una pesquisa sin contexto no sirve, un contexto sin paisaje no impresiona, un paisaje sin ritmo no se mueve. El presente condensado que pesa sobre las espaldas de los personajes es lo que le da la posibilidad a realizar acciones abruptas y vertiginosas.

Siga a ese auto:

En la vida real los hechos se hacen con acciones. En las novelas se hacen con verbos. Perversidad es una novela donde la gente habla y hace cosas, donde la lengua, o el habla de la época, están atravesadas por el pasado y condicionadas por el futuro. Esa es la base de todo hecho consciente y la respuesta a todo hecho inconsciente, el grado de imprevisibilidad, lo que no se puede controlar.

Perversidad es un relato fáctico, donde cada capítulo contiene algún verbo que se usa para hacer o desechar algo. En Perversidad hay tres tipos de hechos: (1) los que tienen un comienzo y un fin, (2), aquellos que aparecen conectados con un pasado remoto, es decir, en diálogo con sucesos de otras épocas y a la vez otros mundos, y que no tienen otra explicación que no sea la historia hablada, (3) y esos otros que parecen estar destinados a mantener preso al futuro, los que hackean el desencadenamiento lógico, rompiendo, de capítulo en capítulo, las certezas que el lector imagina.

Los primeros son las aventuras físicas, aquellos que suceden en el peligro inminente, que le dan a la trama la valentía del coraje y la irracionalidad de la búsqueda del peligro constante. Ahí es donde el personaje principal construye su dinámica para avanzar. Cierra un hecho para abrir otro. Abre un hecho para cerrar el anterior. Tira una piña y escapa. Toma merca y sale. Se hunde en sus certezas paranoicas y llama a un amigo para rescatarse.

Los segundos son las aventuras metafísicas, aquellos hechos que sólo pueden explicarse bajo la fuerza de un fin mayor, acciones involucradas en el acto cotidiano que sólo pueden tener una explicación en el plano de lo inmanente, en un mundo por fuera de este mundo, y es aquí, donde la novela toma vuelo. El personaje hace las cosas más importantes para sostener el relato sin darse cuenta, empujado por una fuerza mayor. Habla con brujos, locos, frikis, yonkis, fracasados, lúmpenes, y todo eso que puede parecer un desperdicio social, en esa locura está la fuerza, el resto, la profundidad de esta novela.

Los terceros son las aventuras suicidas, aquellas que capturan el futuro por su lógica, y dan la posibilidad al desencadenamiento y los giros inesperados. Piglia retoma a Chejov y comenta en una entrevista el gag del género policial: “un hombre va al casino, gana quinientos mil pesos, vuelve al hotel y se suicida”. En esa falla es donde se construye el pacto. La traición lógica que hace a todo texto literario, ese lugar donde las cosas no se desencadenan tal como la ciencia lo pauta. Porque no se suicida el que gana quinientos mil dólares, se  suicida el que los pierde”.

En Perversidad, los hechos son importantes pero es la palabra la única que tiene el poder de cambiar la vida, es decir, el raconto de la trama, lo pautado, los puntos, las comas, y los giros. Bustamante vive con el teléfono en la mano y el bar en la esquina, donde cada vez que la muerte es la única realidad, la palabra aparece como su única aliada.

El cuarto cerrado:

El cuarto cerrado es el fondo, lo que da y perturba los sentidos. La filosofía, la biblia, el amor y la calle, sin orden de méritos. Si los hechos son el cómo, los personajes son el qué, el paisaje el dónde, en el orden narrativo policial, el cuarto cerrado es la pregunta por el por qué.

En Perversidad, el porqué nunca es uno, y eso es lo que genera un entramado de preguntas y respuestas sin fin. El delito nunca es explicado por la causa en sí. El dinero no es el único medio que conjuga las cosas. El poder no es el fin último. La respuesta a por qué es la posición de una guerra de posiciones, eso lleva al personaje principal a moverse en distintos circuitos para buscar una respuesta que no llega.

Piglia dice que el género policial discute lo mismo que discute la sociedad pero en otro registro, Perversidad flota sobre banalidades cotidianas, se alegra como un pibito con un juguete nuevo, se entristece como un adolescente después de que la novia lo deje en una plaza, se angustia como un tachero que no llega a fin de mes y se melancoliza como una jubilada que no ve a sus hijos porque están peleados, pero todo eso, se sumerge bajo preguntas del orden de lo mesiánico y lo moral: el mal y el bien definen por penal. Cuando la maldad adquiere una fisonomía puede resultar aberrante. Cuando la bondad no encuentra nervadura es sólo palabras.

El relato comienza con algo que no se sabe, y lo que no se sabe no es el crimen. Lo que no se sabe es algo que está más allá y nadie puede dar una respuesta individual, es decir, cada personaje contiene una cuota de verdad, entramada por una figura mística: San la Muerte. Perversidad tiene la imaginación torpe de un periodista que preguntar lo obvio y el talento ilógico de un poeta que hace versos con lo que venga. La novela policial termina cuando la pregunta por la verdad la aniquila. El crimen está en la lengua. La novela está en las cosas.

*La primera edición de Perversidad salió con Eloísa Cartonera y la segunda es de la editorial de la UNR. Se presentará en Rosario el viernes 11/04 con Tomás Trapé y Juan Zárate.