Qué más se puede decir que no esté ya todo dicho

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Camino por el paseo financiero de calle Perú. Ahí enfrente al diario Uno. Seguro pasaron miles de veces. A veces me toca pasar muy temprano, cuando por la madrugada es un sojero que especula con el brillo del aura y demora con resolana al despertar de la liquidez. 

Las compañías que prestan dinero están divididas por el mercado de las pulgas. Donde se vende pescado de mar y de río, además de comercializar ropa fabricada de manera no oficial en países con un posgrado en nulidad de leyes laborales. 

El paseo financiero retroalimenta en su corazón usurero un tufo del pasado de peces de jeta contra el piso barroso del río. 

Todas las financieras tienen vidrieras que dan a la calle. Y si caes medio regalado ni se van preocupar en hacerte sangrar hasta la última gota de fuerza de trabajo que tu cuerpo tenga. 

La crisis económica ha despertado el paseo financiero. La gente no llega con el dinero. Aguarda a que se lo presten sentado en un mobiliario ordinario detrás de una vidriera ploteada prometiendo paraísos de papel.

Qué más se puede decir que no esté ya todo dicho. La crisis, la inflación, la recesión, en fin; la escasa confianza de los argentinos en cuestiones económicas con su propio país. 

Si hay una cosa que nos interpela eso es el dinero. Estarán aquellos que lo hacen una ficción cuando no lo consiguen o por el contrario los que lo exageran realmente demasiado cuando lo obtienen de forma repentina.

En el fondo creo que es tan profunda la existencia que necesitamos de la superficialidad del dinero para lograr sostenernos en esa caída. El dinero es como un salvavidas, aunque de plomo, que nos mantiene a flote en la honda incertidumbre existencial de la vida.

A pesar de todas esas alejandrinas burocráticas que envuelven su noche larguísima. Trato de despejarme de esa oscuridad sobrevalorada. Aunque sea con palabras. Y desde mi ínfimo granito de arena en el que vivo. Trato de tomarlo como algo que sirve para entretenerme y nada más. 

No estoy solo puedo salir a comprar. Donde la soledad es lo importante y no la capacidad del dinero que solo me sirve para salir a comprar para evadirme de lo importante. El dinero es algo naif. A eso voy.

Estoy de acuerdo que de todos modos muchas veces se vuelve desesperante no poseerlo. Nos desvela deberlo. Llegar con la lengua afuera y de manera crocante a la orilla de cada mes entrante. A pesar de esto quiero seguir metiéndome en la cabeza, en la mía, que el dinero no es algo tan importante románticamente hablando y que es por sobre todas las cosas algo que fluye, que simplemente va de mano en mano o de bit en bit. Algo que sirve para que me entretenga de lo realmente importante. Para eso nada más sirve. Esa es su estúpida y gastada razón de ser.

El próximo miércoles, la sigo, quizás, con otra cosa.