Una de las melancolías de fines de diciembre es esperar que llegue la joda del 31 viendo en el celu algún video random de los torneos de fútbol de verano de los años 90 y principios de los 2000. River, Boca, Independiente, San Lorenzo, Racing y Vélez jugando en Mar del Plata y Mendoza cuando empieza cada segunda quincena de enero en Argentina. Con los años se incorporaría Córdoba como sede de los partidos clásicos.
La propuesta comercial de esos partidos superaba a la deportiva: los argentinos que podían veranear en La Feliz tenían la posibilidad de ver a su equipo a pocas cuadras de la playa.
Calor de cagarse en La Paz. Mi papá hacía crucigramas y yo miraba el River del Enzo, Orteguita y Crespo versus Independiente del “Palomo” Usuriaga y Sebastián Rambert comiendo algún heladito de frutilla de diez centavos. Las chicharras no le aflojaban ni un rato, señal que al otro día el clima en el norte entrerriano iba a ser un infierno.
A veces, cuando se largaba un tormentón del carajo, de esos que ya casi no pasan en verano, se cortaba la luz y había que recurrir a alguna radio AM a pilas, apuntar la antena buscando la señal y poder escuchar el relato del partido.
El Príncipe Francescoli acariciaba la bocha al primer palo del Mono Navarro Montoya en enero de 1995, y el mismo Enzo metía la chilena más icónica del fútbol argentino contra la selección de Polonia en Mardel en 1986. El uruguayo Fonseca clavaba un tiro libre al ángulo en enero del 2002. Rodrigo Mora rompía redes en enero del 2015.
Mientras se jugaban esos partidos de pretemporada y yo los seguía por tele o por radio, en La Paz teníamos todos los veranos dos eventos superlativos para la vida social: el Triatlón Internacional -que se hace siempre el tercer fin de semana de enero- y el día de la Vírgen de La Paz, patrona de la ciudad, todos los 24 de enero.
“Los argentinos que podían veranear en La Feliz tenían la posibilidad de ver a su equipo a pocas cuadras de la playa”
De noche yo miraba los partidos de River con la colección de ventiladores de la casa girando de un lado para el otro, intentando aliviar el fuego paceño. Las derrotas amargaban por unos días las vacaciones escolares, hasta que se deba a conocer la compra de algún refuerzo para volver a ilusionarse. Al otro día mi papá traía el suplemento deportivo de El Diario y yo lo leía entero después de dormir la siesta. Cada dos años teníamos como opción ver la selección Argentina sub-20 en el clasificatorio al Mundial, otra opción para ver en TyC comiendo y tomando algo con los grillos chillando de fondo en el barrio Sur.
Los superclasicos de verano nunca fueron de carácter amistosos como pretendía el espíritu, se metía pierna los 90 minutos, incluso una derrota hacía echar al DT rival, como pasó algún enero o febrero con Bianchi o Ramón Díaz.
Y en caso de lograr el triunfo, y a pesar de los 40 grados de sensación térmica, al otro día se salía con la casaca puesta para ir al río o jugar a tirarse bombuchas más cerca del Carnaval.
“¿Cuánto darías por un Independiente vs San Lorenzo en el estadio de Mar del Plata una noche como la de hoy? Cero a cero. Falopa. Pero qué importa”, escribió Alberto Samid en X.
Cuenta la leyenda que los Torneos de Verano dejaron de jugarse después del 3 a 1 en la Final de la Copa Libertadores que ganó en forma gloriosa River a Boca, en la que es definida como la Final de Todos los Tiempos. Que tengan un buen 2025.