Quijotes modernos: La locura que gobierna Argentina 🤯

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En la entrañable y siempre sorprendente tierra de promisión, donde el mate llora en cada termo de la casa de Gobierno y el fútbol enciende pasiones, acá en los pagos de Paraná, allá por el año 1991, el río de la corrupción se desbordó, llevándose consigo a Rubén Calero. El secuestro y asesinato de este escribano y funcionario del IAPV fue una advertencia que, al parecer, ignoramos. En Paraná, 1991, fuimos testigos de la cara más oscura del poder y el dinero. Hoy, ese mismo río amenaza con inundarnos de nuevo, con el individualismo como su corriente más peligrosa.

Este crimen que conmocionó a la capital entrerriana debido a sus características y a los personajes involucrados. Allá por esos principios de los noventa tan espeluznantemente trágicos. Donde la corrupción y el despilfarro ambicioso que las personas presentaban ante el dinero terminaban de la peor manera posible. Ahora parecería, lamentablemente, reaparecer en esta nueva sociedad entregada a la ficción de un mundo donde la corrupción perversa del alma que templa en su castigo. Todos se desesperan por la búsqueda de la prosperidad, pero encuentran la corrupción. La realidad fue y es cruel. El mercado promete, pero los sueños fracasan.

La mano larga del mercado, ese gigante de hierro que tanto prometía, se reveló como un molino de viento desbocado, donde los sueños se estrellaron una y otra vez.

Y ahora, mis amigos canillitas del miércoles, permítame que salte en el tiempo y el espacio, para situarnos en la Argentina de nuestros días, donde otro gobierno, con ínfulas de modernidad, ha decidido que la libertad, esa «soberanía del individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos», como bien la definió un tal Isaiah Berlin se confíe ciegamente a las leyes del mercado. Como los “Chicago Boys” en Chile, ahora están los “Golden Boys” de Wall Street. Prometen riqueza con el libre mercado.

Como aquellos «Chicago Boys» que en las hermanas tierra de Chile, allá por los años 70, deslumbraron a muchos con sus recetas de ajuste y desregulación, hoy otros «Golden Boys», salidos de las entrañas mismas de la City y Wall Street, como los que describe Hernán Iglesias Illia en su famoso libro, han tomado por asalto la Casa Rosada.

Estos muchachos audaces, como el «Colorado» Matías Cardozo, este muñeco salido de Monte Caseros, Corrientes que se ha convertido en el personaje de moda, el influencer de las mentorías estafadoras, el nuevo «personaje del año» que al paso que vamos saldrá en la tapa de la revista Gente. Prometen el oro y el moro, la abundancia y la felicidad, con solo abrir las puertas del un Lamborghini alquilado.

La libertad que pregonan estos nuevos «caballeros andantes» es una dama esquiva y caprichosa, que se entrega a quien más la desdeña y burla las esperanzas de los que la sirven con fidelidad. Pero la libertad es esquiva. El pueblo ve a los nuevos ricos, mientras lucha por sobrevivir. La ficción domina la realidad. Políticos, economistas e influencers venden ilusiones. Las redes sociales muestran una imagen falsa del país.

Y mientras tanto, el pueblo, como el pobre Sancho, contempla el espectáculo desde la barrera, entre la admiración y el desencanto. Ven a los nuevos ricos afanarse de sus ganancias, fruto de la especulación financiera, mientras la mayoría lucha por llegar a fin de mes.

Y como en los tiempos de Cervantes, la ficción vuelve a devorar la realidad. Los políticos prometen hazañas, los economistas recitan fórmulas mágicas, y las redes sociales venden una imagen edulcorada de un país que se desangra vertiginosamente.

Pero no todo es desolación en estas tierras. El fútbol, ese bálsamo que alivia las penas del pueblo, nos regala de vez en cuando alguna alegría. Como la que propició el último gol de Milton Giménez, un rayo de luz en la oscuridad del campeonato, un oasis en el desierto de derrotas de Boquita.

La vida sigue, con realidad y ficción mezcladas. Unos sueñan, otros esperan, todos enfrentan la situación con picos altísimos de dopamina y ansiedad.

Existencia que sigue su curso en esta tierra de contrastes, donde la realidad y la ficción se entrelazan como los hilos de un tapiz. Unos, como don Quijote, persiguen sueños imposibles, otros, como Sancho, se aferran a la esperanza de un futuro mejor, y todos, como el pueblo argentino, campean el temporal con odio, pasión y un cacho de locura.

La locura del presente, flujo de un pasado idealizado.

Para comprender mejor esta demencia que hoy nos aqueja, es menester recordar que don Quijote no luchaba contra la realidad, sino contra su propia versión de ella, una versión deformada por la lectura de los libros de caballería. De igual manera, la Argentina de hoy, en su búsqueda de la libertad total, parece batallar contra fantasmas del pasado, contra un enemigo que solo existe en la imaginación de algunos como el peronismo que lo intentan imponer a sangre y barro como algo diabólico y perverso.

Los “Golden Boys” ven gigantes donde hay molinos. La desregulación y el individualismo causan desamparo y todos los días alguien se queda sin laburo cuando una pyme cierra, o pasa de ser una ferretería a un quiosco o a una barbería.

Al igual que el ingenioso hidalgo, ven gigantes donde solo hay molinos, y la historia se repite, pero esta vez con consecuencias más amargas. La desregulación, la apertura indiscriminada de los mercados, la fe ciega en la mano invisible, todo ello bajo el manto de una libertad mal entendida, está llevando a muchos argentinos a una situación de desamparo y desesperanza.

La locura, como bien sabía Cervantes, es contagiosa. Y así, poco a poco, la ficción va calando en la sociedad argentina. Las redes sociales, muchas veces cómplices del poder de turno, nos muestran una realidad: una de las dos cápsulas que le ofrecen a Neo en Matrix. Las redes sociales se convierten en un campo de batalla donde se libran guerras ideológicas, donde la verdad es la primera víctima.

Y en este contexto, la figura de Javier Milei emerge como un nuevo Quijote, un personaje estrafalario y contradictorio, que cabalga sobre su peculiar Rocinante, defendiendo ideas anacrónicas y utópicas. Su discurso, mezclado de tecnicismos económicos, ilógicos y exabruptos mesiánicos, encuentra eco en un sector de la población desencantado con la política tradicional.

En su afán por defender la libertad individual, el gobierno de Milei parece olvidar que la sociedad es un entramado complejo de relaciones y dependencias. La libertad de uno termina donde empieza la del otro, y el Estado tiene la obligación de garantizar que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades.

No se trata de un paternalismo asfixiante, sino de un marco regulatorio que permita el desarrollo individual sin sacrificar el bienestar colectivo. La historia nos ha demostrado que la desregulación total y el individualismo exacerbado pueden tener consecuencias nefastas para la sociedad en su conjunto.

Y así, como en el Quijote, la historia de la Argentina actual sigue escribiéndose día a día. ¿Logrará el país encontrar un equilibrio entre la libertad individual y la justicia social? ¿O seguirá atrapado en la locura de un presente que se niega a aprender del pasado?

Quizás, como en el Quijote, la respuesta esté en la cordura de Sancho, en su apego a la realidad, en su capacidad para ver las cosas como son y no como se las imagina. La clave estará en recuperar el sentido común, en dejar de perseguir fantasmas y en construir un futuro basado en el trabajo, el esfuerzo y la solidaridad.

La vida es una aventura, y cada uno elige su papel.

Hasta acá estuvo quijotesco

nos vimos el próximo miércoles