Todos los perros van al cielo

Hace un tiempo se nos murió nuestra gatita de 17 años y dijimos bueno, adoptemos un perro. Así llegamos a Pipo, un cachorro marrón que necesitaba un hogar. Habían publicado una foto suya en un grupo de Facebook.

Pipo vivía en Paraná con una viejita que no lo podía tener más. En la foto, sacada desde arriba, era un perro hermoso que miraba a la cámara con la promesa de una ternura infinita. No parecía tan grande pero cuando llegamos era una bestia.

El posteo no lo contaba pero Pipo tenía una historia re triste: lo habían atropellado y le habían cortado la cola y quebrado las patas. “Necesita mucho cariño”, nos dijeron.

Lo trajimos y aprendimos que a Pipo le gusta buscar y traer cosas, y jugar a tirar una soga de los dos lados. Tiene una fuerza descomunal. Sabe dar la patita y, secuelas del accidente, todavía tiene miedo y duerme raro, como de costado y para arriba.

Fue todo bien hasta que un día salimos a caminar por el barrio y Pipo nos vio y se desesperó. Entonces, por primera vez, rompió el tejido y se escapó. Ahí empezaron las tribulaciones con los vecinos.  

Pipo se metía en las muchas casas o lotes abiertos del barrio y asustaba a gatos, gallinas y algunos dueños. Los otros perros fueron los únicos que le dieron una linda bienvenida: empezaron a juntarse en la veterinaria, como jóvenes en un kiosco de los 90.

El lío con los vecinos tuvo distintas intensidades y cada vez que salíamos nos llegaba un mensaje de whatsapp. Pensamos que alguien podía tenerlo mejor. ¿Cómo solucionarlo? Sin plata para hacer un tapial, y después de tapar el tejido con cosas que también fue rompiendo, decidimos darlo en adopción.

Puse un aviso con una descripción y una linda foto de Pipo tirado en el pasto. El error fue el foco del mensaje. Escribí “no podemos tenerlo más” y me acusaron de falta de compromiso y responsabilidad. Entonces puse “Pipo necesita un hogar” y el posteo se llenó de amor.

Cuestión que todos lo amaban en FB pero nadie lo adoptó. Hubo un solo intento, insólito. Lo llevó una familia que se mudaba a una nueva casa. Lloramos. Pero la primera noche les entraron a robar y al otro día se fueron de esa casa a otra donde… no tenían patio.

Entonces antes de que quede en la calle otra vez, lo trajimos a casa.

Un mundo mejor

Hay personas que se endeudan para curar a perros que otros tiran a la calle. Que gestionan tratamientos veterinarios carísimos, que adoptan tres, cinco, diez perros que otros abandonan. Que juntan perros de basureros, enfermos, atropellados por autos, colectivos, motos.

Lo vi cuando lo llevé a Pipo a vacunar y castrar (un servicio gratuito de la Municipalidad). Mientras esperábamos, paró un auto y desde adentro tiraron una caja con seis cachorros. Ahí mismo, un grupo de protectores avisó a otros y los rescataron. De a uno, y a todos.

Entonces sí, yo creo que Pipo (y los perros anteriores que tuve y me hicieron muy feliz: Malena, Moncho, Homero, Pastilla, Ocho, Gregorio), y Cata, nuestra gatita, y el gatito tatuado de Mal ❤, y todxs lxs que aman a los animales, hacen mejor este mundo horrible.

Hay una palabra para quienes odian a los animales (y todo lo que no sea un homo sapiens). Se llama especismo. Y me acordé de un vecino que (el rumor decía que…) ponía veneno a los perros del barrio. Supongo que ahora debe estar andando en bici en el cielo mientras le van mordiendo las medias y le ladran. Por siempre jamás.

Y bueno, a Pipo lo recontra amamos. Y se sigue escapando, pero también lo dejamos ir. Y llenó la casa de amor, como hacen siempre los perros y los gatos.