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Tutorial para un libertario: cómo cagarse a piñas

Plantate, cagón. Te vi correr por la estación Callao, en medio de la manifestación, entre puteadas, silbidos, cámaras y policías infiltrados… De traje, los zapatos parecían los botines de Mbappe, nunca vi correr tan rápido a un gordo tetón, y eso que no regalaban en la esquina un lechón, una napo con fritas, un kilo de helado o un platazo bien potente chorreante de salsa mixta sobre unos canelones de carne. ¿Nunca te cagaste a piñas? ¿Los ojos rojos de tanto estar en la compu, los dedos gomosos de tantos postear, no te dejaron tiempo para una de las cosas más edificantes de la vida? Hay golpes tan fuertes en la vida, el verso es de Vallejo, golpes como del odio de Dios.

Yo no sé, yo no sé cómo no te la aguantaste, virgo de unas cuántas décadas, si estabas en tu salsa con el micrófono en la mano, porongueando con preguntas incisivas, infructuosamente irónicas, mientras por encima flameaban pancartas con pedidos genuinos, pedidos de gente desesperada como uno, que tiene que trabajar más para cobrar lo mismo, o quizá menos que el año pasado, y que así pasa sus días, esperando que oscurezca para descorchar un vino y por un rato, solo por un rato, no pensar más en la realidad. Cerró Tomasso en la cuadra de enfrente, un cartel gigante en la persiana cerrada del %DÍA dice “Vende”, los chinos de a la vuelta, ¿se volvieron a una provincia remota atrás de una montaña con frío a tomar sopa de murciélago o ahora comen gatos abajo del puente como un rosarino que va al laburo en bicicleta?

Es revelador recibir una piña en el cachete, y es milagroso hacer saltar sangre de una nariz con los nudillos del puño cerrado. La mandíbula duele, pero no menos le va a doler a aquel otro que dejó la cara al descubierto, y cobró como el inglés ese en el Mundial 86, cuando un hincha le acomodó las ideas y el pelo rubiecito a uno con musculosa (sí, musculosa) y la estampa de una bandera de Inglaterra. Y acordate también que es de cagón pegar con los nudillos, o con la punta de los dedos, se pega firme con el grueso del puño, para que la cara quede con una marca roja redondita perfecta.

Se vuelve a casa flotando, mirando los pocitos del asfalto en la calle, en la cortada Dragones del Rosario, con las huellas negras que dejan las zapatillas que cayeron a la zanja. Mamá te va a preguntar qué pasó, y vos le vas a decir que nada. Derechito al baño, a la ducha. A sacarse la bronca, el musgo marrón, el olor a podrido, con un buen baño de agua caliente. Mañana será otro día, y a nadie más que a vos le va a servir esa derrota, porque es en las derrotas cuando se aprende algo sobre la vida.

Con el Berti me cagué a piñas, en la esquina de Blandengues y Pago de los Arroyos, en diagonal a la Vecinal. Con el Leonel me cagué a piñas, se poseía tanto que parecía otra persona, no el callado psicópata que hablaba entre dientes, y que jugaba tan mal a la pelota que cuando la pelota le llegaba él pateaba el aire, o la tibia de algún pibe, parecía como una pava cuando hierve, así le hacían los dientes que los apretaba más que nunca. Qué perro que era jugando a la pelota el Leonel. Si le llego a decir esto la próxima vez que me lo encuentre en el almacén de la vuelta, ¿nos cagaríamos de nuevo a piñas?

Una vuelta me pegaron el Quelo, el Juancho y el Berti, los tres juntos, porque le había pegado al Cona, uno más chico, no se le puede pegar a uno más chico, y era el hermano del Quelo, pero eso ya lo conté muchas veces, parezco mi viejo contando siempre lo mismo. Los músculos quedan flojos y cansados, la rabia palpita en la garganta, hay una sed inesperada de venganza. Los ojos lloran sin que uno quiera. Ese momento de humillación queda grabado. Hay golpes que duelen pasados los años y las estaciones, en otro tiempo y en otro espacio. Pero no hay que preocuparse, todo se olvida, todo vuelve a empezar, como una rueda mágica. El Juancho, sentado en un tronco de árbol, después de haberme pegado con otros dos, me dijo: “no hay que ser tan soberbio”.