No son estos los mejores días de los últimos tiempos, ya que, como dijo una amiga muy acertada, este año -el mío en particular- es el peor de los mejores, sentenciando así el final de una etapa y el comienzo de otra, que solo puede arribar como toda promesa: incierta y arrasadora. Entre muchas de las cosas que me mantienen alerta (a veces sin descansar cuando acuesto la cabeza), esto de lo que viene -digamos de un futuro pisando la actualidad- aparece con una doble condición: aquello que puede suceder de manera repentina y espontánea, y aquello que puede derrumbarse sencillamente en apenas unos segundos. En ambos casos, se trata de una acción desconcertante.
Algunos sábados atrás, en la noche donde asomó la desmotivación que arrastro aquí, Francis B. -un amigo de esos que iluminan el camino- nombró a Dylan Thomas (“Dailan” dijo), alguien que conoce del carácter dual en el verso “Oh ved en los muchachos los polos de la promesa”. Pienso, entonces, que la promesa -que jamás conoce del pasado- llega con dos tiempos distintos y a veces simultáneos, uno rápido, que se agota a la velocidad con la que se consume el cuerpo de un fósforo, y uno lento, que nunca se decide a apagarse del todo -o que concluye pausadamente-, y por ende, queda abierta, sometida a la vertiginosidad y a la voluntad de sus participantes.
Cuando explota en mi cabeza toda la incertidumbre y no hay donde agarrarme, solo puedo pensar en las referencias -las huellas- que me llegan de la música y las letras, es decir, de la vida de otras personas que no conozco y parecen haber tenido la claridad suficiente para traducir sus experiencias, las fatales y las gloriosas, todas igual de vitales. De nuevo se me aparece esta maravillosa frase de Robert Frost que lo contiene todo: “stay gold”, lo que podría traducirse en un literal “mantenete dorado” o en un más fantástico “permanece brillante”. Mi amigo cuenta que una vez Brando despejó toda duda con una idea letal, el famoso “stick around”, frase que me apropio en una canción que canto por lo bajo todos los días al apoyar la cabeza: “sostenete/sostenete/no te separes/ni te despegues”.
Es en el comienzo de esta situación contradictoria -que se acentuó en el transcurso de esta semana- cuando las promesas parecen transformarse en otra cosa, arrastrando consigo todo lo acumulado, con el sabor de que el tiempo de las dos velocidades no conoce de pausas pero sí de silencios. Tal así transcurre el lento devenir de la mañana, cuando nos dedicamos a contemplar lo que jamás termina de apagarse, quizás por el placer que nos produce atesorar la belleza de lo que se desplaza y poco a poco se difumina.
*Santiago Candioti vive en Santa Fe. Músico y gran animador de pistas y recitales, comparte sus textos en el blog perdidadelarisa.blogspot.com Publicó hace poco El Rodeo, Una promesa mejor y La fiesta colectiva. Aproximaciones a Screamadelica.