El humo de la cantina sube al cielo estrellado y un cuchillo de focos corta el campo oscurecido. Se escuchan grillos y ranas pero más el chillar de la carne al fuego. Perfume embriagador de choris.
Desde los caminos de las aldeas bajan de los autos. Caminan cargados con sillones y abrigos. Están el mecánico, el ferretero, el que junta la basura, la maestra, la que cobra los impuestos, el electricista, la CM del gobierno, la comisión de cultura y el intendente, que maneja la parrilla.
Temprano, el locutor pregunta ¿se están divirtiendo? y le pide más a un cantor entrerriano de traje negro. Una mujer grita “nooooo” cuando ya suena Puentecito de La Picada con esa frase hermosa, “y toda La Floresta se vestía de fiesta, como vos y yooo…”; y La chacarera del cebador: “una mano pa’ caricia, y la otra brindando un mate”.
En la pista, alpargatas y mocasines levantan la tierra del campito en una estampida. Danzas alemanas bailan polkas y después, ya en el prime time, más de 100 parejas se mueven con el grupo La Nueva Herencia, que empieza con un ritmo demoledor.
Visto desde arriba, el predio es un semicírculo cerrado por una feria que tiene artesanías, piroks y tortas rusas. Librería y anexos. Peloteros. Vino hecho en la zona y cerveza artesanal. Pizzas, papas, empanadas y tortas fritas. Bebidas frías. Las filas se cruzan y nos obligan a saludamos, a conversar. Me pregunto, como en todos lados desde diciembre, cuántos habrán votado a Milei.
El stand que más vende es una juguetería donde Vicente se compra un burbujero con plata del ratón Pérez. ¡Al niño se la ha caído otro diente! Las burbujas vuelan en el viento frío y explotan en la frente de los aldeanos. Cantamos el feliz cumpleaños siguiendo la melodía que una payasa toca con campanitas. Todos tienen los ojos brillantes.
Tarde, un pibe con una remera de Kiss y el pelo largo, pasa perdido. Es un adolescente más, como en cualquier lugar del mundo, soñando con irse.
Luna gigante arriba del almacén.