Anoche me dormí leyendo El peronismo y la primacía de la política de José Pablo Feinmann, lo último que marqué es lo que transcribo a continuación. Sobre la movilización del 17 de octubre hacia plaza de mayo y la espontaneidad de las masas, José Pablo Feinmann escribe en octubre de 1972:
“¿Por qué a Plaza de Mayo? Tampoco es un misterio: porque en la medida en que los obreros llegaban al centro, ocupaban una ciudad que no les pertenecía. Ir a la plaza de mayo fue una consigna revolucionaria porque un obrero nunca iba allí, al lugar donde se decidía: al lugar del patrón. (…) Ir a plaza de mayo, entonces, cruzar puentes y llegar al centro, era entrar en la casa del patrón. (…) Pero hay que insistir: nada de eso es espontaneidad de las masas. Porque cuando a un movimiento social se le cuelga este cartelito, siempre se hace referencia a su falta de organización y conducción revolucionaria, a su bajo nivel de consciencia política. Y cuando el cartelito se lo cuelgan al peronismo, una calidez jubilosa inunda muchos pechos gorilas: pueden hacer pasar por ahí todas esas viejas ideas de manipulación, alienación y heteronomía, que han elaborado para justificar compasivamente al pueblo en tanto condenan a su líder. (…) Perón tuvo razón al decir que la masa se condujo a sí misma porque ya estaba educada. Solo el nivel de consciencia revolucionaria alcanzado por la clase trabajadora mediante el diálogo abierto con Perón a través de la Secretaria de Trabajo, puede entregar la clave de la jornada histórica. Porque el mero hecho de que los dirigentes declaren la huelga para el dieciocho y las masas se movilicen el diecisiete no autoriza a nadie a encontrar allí la prueba esplendente del espontaneísmo.
Y por una razón bien concreta: no se puede deducir la espontaneidad de un movimiento a partir de su desobediencia a unas direcciones inexistentes. (…) Las
consignas políticas expresan siempre el nivel de conciencia alcanzado por las masas. En octubre del 45, el grito unánime es Perón: queremos a Perón. Con lo que se está diciendo Perón al poder, Perón presidente. Es decir: el poder para el pueblo. Porque la política que Perón había desplegado desde la Secretaría de Trabajo, no se había detenido en las reivindicaciones inmediatas. Partía de allí, porque toda política revolucionaria (y ya Lenin había estado de acuerdo en esto con Perón) debe partir de la satisfacción de esas reivindicaciones. Pero lo que Perón proponía era una política de poder popular: empieza la era del gobierno de las masas, afirmaba, las conquistas sólo habrán de conseguirse definitivamente a través del acceso del pueblo al poder. Por eso cuando en octubre se dice queremos a Perón se está diciendo queremos el poder: el poder para el pueblo y para el líder del pueblo. (…) Las consignas de octubre demuestran (…) que es en la calle donde acaba por realizarse la conciencia política de los trabajadores en su completitud. Porque allí los obreros se reconocen a sí mismos, advierten su poder numérico y su capacidad de decidir la vida política del país.”
Me levanté sin recordar lo que soñé pero sí lo que pensé después de leer esto y antes de dormirme: ¿Qué pasa con las masas? ¿El pueblo ha perdido el poder? ¿O se lo han arrebatado? ¿El pueblo ha elegido delegar el poder? ¿O eligió perderlo? ¿El pueblo ya no quiere decidir la vida política del país porque no quiere ser responsable de las consecuencias?
Es cierto que al pueblo le pasaron por encima, entre octubre del 45 y abril del 2025, 5 golpes de estados seguidos de dictadura militar, 30.400 desapariciones forzadas de
personas en mano del PEN ejercido por las FFAA, una guerra devastadora, y 42 años de turbulenta democracia, con una tímida ventana de apenas 10 años de relativa prosperidad, y una pandemia global de la que quisimos salir mejores, pero salimos peores.
También es cierto que el pueblo (y sobre todo la parte del pueblo que realmente puede torcer el brazo oligarca del capitalismo: el pueblo trabajador) se fue a dormir una siesta. Acomodó el almohadón con el hocico como un perro cansado, dió un par de vueltas sobre sí mismo, y se echó a dormir. ¿Qué otra cosa podía hacer? En esta fase postmodernista del capitalismo, los trabajadores terminaron cansándose de la inevitable dinámica cíclica de la economía argentina, de las crisis económicas internacionales, de las crisis políticas nacionales, de la pérdida progresiva del sentido de comunidad y la consecuente atomización del individuo, del agravamiento de la desigualdad social, y de la falta de compromiso de la dirigencia con un proyecto político que incluya a trabajadores y clases populares, que hoy representan casi el 60% de la población.
Pensaba en todo esto mientras esperaba que estuviera lista el agua para el mate. Y me acordaba de algo que venimos pensando hace rato con lxs compañerxs con quienes discutimos política y todo lo que gira alrededor de la política habitualmente. Desde que asumió Javier Milei en diciembre de 2023, la militancia peronista nacida post-2015 se dedicó a pronosticar una y otra vez la inminente caída del gobierno: es ahora, decían. No le van a votar estas burradas, el DNU no pasa, la Ley de Bases no pasa, todavía quedan compañeros en el Congreso. Si la tocan a Cristina, si tocan las Universidades, si los tocan a los jubilados. Es ahora, no pasarán, es ahora, no pasarán. Mientras tanto, los peronistas de treintis y cuarentis (grupo etáreo conformado por ex-camporistas, ex-movimiento evita, ex-juventud peronista, y ex-agrupaciones peronistas de base) nos íbamos a dormir repitiendo como un mantra hay que pensar en las legislativas de medio término.
Es abril de 2025, todavía no se cayó, y no parece que se vaya a caer. El Congreso le votó todo -gorilas y compañeros también-, tocaron a Cristina, tocaron a las Universidades, tocaron a los viejos. Y el armado electoral para estas legislativas de medio término no existe. Ni hablar en las provincias, tierra de nadie. A modo de anécdota y porque yo soy santafesina, a fines del año pasado, la legislatura de la provincia de Santa Fe sancionó la Ley 14.384 que declaró la necesidad de reforma de la Constitución Provincial. Hace dos semanas, junto con las PASO provinciales, elegimos a los Convencionales. La composición de la Convención es desopilante: ganó el candidato oficialista y actual Gobernador pese a haber recortado jubilaciones y sueldos estatales -alineándose así al régimen nacional-, entraron también Amalia Granata y Alejandra “Locomotora” Oliveras, una que iba conmigo a la facultad, hoy mileista pero ex MNR, y otra gente sin experiencia en política o derecho como una nutricionista, una cocinera, un dirigente de la AFA, una influencer de maquillaje y moda, un periodista, y la lista sigue.
El armado electoral que pretendíamos los peronistas de la generación que asume el liderazgo efectivo en la vida pública de nuestro tiempo, no existe. No se armó nada. Y acá estamos. ¿Qué nos queda para 2027? Nos preguntamos hacia adentro de este grupo de amigos, y uno dijo, en chiste pero si quieres no es chiste, solo nos queda un milagro del Papa Francisco.
Francisco se murió el lunes posterior al domingo de pascuas, a la madrugada. Lunes por la madrugada, como el himno de Los abuelos de la nada dedicado al amor y al recuerdo del amor en nuestro corazón. Al amor que funciona como un faro en la oscuridad, en la oscuridad de ese lunes por la madrugada eterno que es la existencia. Francisco se murió. Yo no soy religiosa, no estoy bautizada, todo lo que sé sobre el catolicismo (que es muy poco) lo aprendí de grande, por curiosidad, y también para no quedar como ignorante frente a otros. Por lo tanto mi apreciación sobre su papado y sobre lo que está sucediendo ahora con su figura post-mortem es bastante limitada desde una perspectiva religiosa, pero es vasta desde una perspectiva espiritual.
Francisco aparece, primero en chiste pero ahora luego de su muerte ya en serio, hacia adentro de este grupo de peronchos que se están quedando pelados, como un bastión de la esperanza colectiva, como un símbolo para esta generación, no importa si somos ateos, cristianos, judíos o de la religión que sea, nos empezamos a ver, a nosotros mismos y a los que tenemos al lado. Nosotros somos los trabajadores del hoy, los herederos de aquellos que encontraron en el movimiento peronista el único vehículo contra la avanzada imperialista del capitalismo. Este neo imperialismo, esta vez mucho más velozmente gracias al desarrollo tecnológico y digital, conquistó de vuelta a la clase media, a esa clase media argentina que se dice meritócrata frente a un estado proteccionista, y luego llora intervención cuando el neoliberalismo al que votó le pone la soga en el cuello. Así que nos quedamos solos.
Nosotros, que somos los trabajadores del hoy, ¿Qué vamos a hacer? Este es el futuro que nos tocó. Un futuro muy diferente al que nos pintaban las películas de los ‘90 y las historietas de los ‘80. Y somos unos trabajadores también muy diferentes a los de ese futuro que no ocurrió. Vivimos pensando en la guita, luchando contra una caterva de deseos impuestos a través de una pantalla a la que nos hicimos adictos. ¿Sonará el despertador? A mí y a los que tengo cerca algo nos está empezando a pasar. No sé qué, pero algo empieza a pasar hacia adentro, que nos obliga a pensar en los demás.
Esta semana, un día antes del día del trabajador, se estrenó El eternauta, una serie basada en la historieta de Oesterheld y Solano López. El día del trabajador se levantaron banderas de Francisco, banderas argentinas, banderas de los sindicatos, se compartieron ollas y más ollas de locro a lo largo y ancho de la patria. Que nadie se salva solo, tuitearon unos y otros. Unos carteles de netflix con esa frase bien distribuidos por toda la Capital Federal, y de pronto se nos pega, se nos va quedando como un mantra, como esas catching phrases de marketing que nunca más te podés sacar de la cabeza. Ojalá que sí, que se nos quede, que nos entre en la cabeza como un virus, como un bicho alienígena. Que se nos pegue a la voluntad, que nos sacuda un poco. Que nos de impotencia la injusticia de este neofeudalismo en el que un manojo de magnates nos tiran likes, crypto, y videos de gatitos graciosos a cambio de nuestra fuerza de trabajo, que vale cada vez menos y nos exige cada vez más.
“Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el divide y reinarás”, escribe Francisco en la encíclica Fratelli Tutti. Me da risa, cuando leo esto pienso en que al final nosotros los punks dosmileros estamos completamente aplastados por la guita y la globalización, y este viejo loco en el vaticano escribiendo cosas mirando San Lorenzo capas era más punk que todos nosotros. Digo, es bastante más punk que nuestros poemas en un fanzine fotocopiado que el Papa Argentino llame a la comunión y a la hermandad para luchar contra todos los que nos oprimen. El Papunk.
Como decía, somos trabajadores de entre 30 y 40 años los que estamos aceptando que las cosas son así y así seguirán, porque nos resulta más cómodo tirarnos en el sillón a ver tiktoks que preguntarnos por qué tantos de nuestros amigos toman medicación psiquiátrica, por qué tantos de nuestros vecinos eligen no tener hijos, por qué nuestros compañeros de trabajo van a votar sin pensar porque solo quieren irse de vacaciones o comprarse el nuevo iPhone. ¿No nos pasa nada con todo eso? ¿Es lo normal? No quiero pensar que se perdió definitivamente todo sentimiento de comunidad. Quiero pensar que ese despertador va a sonar, que las cosas que pasan no son casuales, que la Argentina es un país vasto lleno de gente que piensa en los demás. No hace falta ser peronista, ni cristiano, ni ejemplo de nada. Si bien la colonización cultural digital se torna inevitable, en internet está todo, porque internet es de todos. Todos estamos ahí, todos tenemos pegada la mano al teléfono y la vista a la pantalla. ¿Y si es por ahí? ¿Y si nos organizamos? ¿Y si dejamos de esperar un armado electoral para 2027 que se plante contra el imperialismo y nos hacemos cargo de nuestro lugar? No tengo respuestas, y no paran de aparecer más preguntas.
No va a ser un rejunte de dirigentes que no para de pelear por la conducción del movimiento en vez de mirar lo que nos pasa. No va a ser el mercado y el libre equilibro de la oferta y la demanda. No va a ser un tilingo de barrio norte que propone que los perros entren con sus dueños a los supermercados. Va a ser un despertador, uno que nos empiece a sonar adentro, uno que nos aturda y nos prenda fuego. Uno que nos devuelva la conciencia de clase, la conciencia de pueblo. Uno que nos diga que tenemos que ser nosotros, esos mismos trabajadores del ‘45 marchando a plaza de mayo un 17 de octubre, uno que nos obligue a levantarnos en ese espíritu. El futuro es esto. Hay que hacerse cargo.
Hay que ser un poco más punks.