Me tomo el 13 en la esquina de casa. Voy para Patio eléctrico, un evento amiguero que me viene de diez para cerrar la semana. Es la primera noche más fría del año. La idea de estar al aire libre con este clima se contrarresta con la de abrigarse al calor de una ronda de gente querida. Estoy segura de eso, porque Patio eléctrico promete ser un momento de encuentro de los que ya hay muy pocos. Alguien pone su casa por un bien mayor, que es reunirse a escuchar la música que se hace en la ciudad. Y en este caso, la música es la de tres solistas de guitarra eléctrica: José María, Catástrofe José y Maríadelasnana. Lxs tres forman parte de otros proyectos conocidos de la ciudad que participan de u orbitan el sello Repelente Discos. Hablo de ÑÑÑÑ, mogulex, ex-boquita y la renaciente Falsa yarará.
Mientras reviso Google Maps para bajarme en la parada correcta, me pongo a pensar en la última vez que fui a un evento casero. La verdad es que no lo recuerdo. Lo diviso como algo muy lejano que está en algún lugar del horizonte, así que calculo que debe haber sido hace bastante. Años, quizás. Había ido al revival de Papulandia a algunos afters pero no mucho más. Sé que sucedieron, pero un poco creo que la pandemia nos robó eso, las ganas de abrir las puertas de casa para llenarla de gente y compartir. Capaz hablo sólo por mí y es algo que hoy, por suerte, estoy recuperando, o bien es la vejez que está empezando a convertirme paulatinamente en señora sin que me dé cuenta.
Bajo en Ituzaingó y Necochea. Estoy a unas cuadras del lugar. Es en la casa del Jo, también conocido como xnida. Hacía poco había ido a un after de los Ñ cuando tocaron con Nochteff así que sabía cómo se veía de afuera. La entrada es un portón de metal, revestido por una enredadera que ahora copta casi toda la parte superior de la hoja derecha. En la hoja izquierda del portón, está pegado el dibujo del gatito del flyer como decoración. No tiene rasgos antropomórficos pero está fumando un puchito. Creo que su cara tiene una mezcla entre cansado y algo chinchudo, me cae simpático. Espero un rato a Pipo pero como aún no llega, entro porque sé que me voy a encontrar con algún amigx del sello. De hecho ya escuchaba sus risas, rebotando en el pasillo. Más que pasillo es una cochera a cielo abierto que lleva directamente al patio de la casa.
Al mirar al piso, me sorprendo: el camino tiene una veredita de ladrillos que no recordaba haber visto la vez anterior porque el pasto estaba salvaje. Saludo a quienes me voy encontrando pero no sé dónde se paga la entrada. En el umbral de la casa, la encuentro a Nana en una mesita que hace de entrada y barra a la vez. La siento un poco nerviosa pero sé que todo va a estar bien, así que trato de transmitírselo con un gran abrazo sin decirlo explícitamente. Aprovecho la transferencia de pago de la entrada para comprar mi primera lata. Noto que en la mesita hay un revólver de juguete, imagino. Me llama la atención pero no le pregunto mucho qué hace ahí, de quién es o si efectivamente es de mentira. Prefiero dejarlo como el gran misterio de la noche. La birra está tan helada que se me enfría la mano. Todo el mundo pasa la suya para evitar ese congelamiento. Yo hago lo mismo con la mía cuando veo una ronda repelente.
La puesta en escena del patio eléctrico me llama la atención. Una casita de madera hace de fondo con una iluminación que resalta su techo a dos aguas. Ya la había visto en ese after aunque solo con la linterna del celular como en una micro excursión. Ahora cobra protagonismo y se puede apreciar en detalle. Me recuerda los deseos de infancia de tener una casa del árbol. Tiene sentido porque en algún momento alguien me va a decir que esta era la residencia Galindez, así que al toque me imagino que esa casita tuvo mucha vida y mucha infancia rondando por ahí. Ahora, la maleza y la flora la rodean. El monitor del sonido quedó casi oculto por la rama de un árbol, que cae lánguida casi hasta el piso. En el centro, unos palets recubiertos de una tela negra hacen de escenario. Hay una mesita de vidrio y unas lucecitas de navidad. El Vox de guitarra está ubicado de manera vertical. En un rato, cuando el Jo arranque a tocar voy a entender que está así dispuesto para perillear los efectos. En el pasto hay algunas sillas dispersas, unas mantitas y un sofá. Veo a otrxs amigxs más lejos, no me apresuro a saludar porque sé que en algún momento de la noche me voy a cruzar con ellxs.
Un movimiento rápido en la periferia me hace mirar hacia arriba. Un gato negro de pelaje pomposo pasa por la cornisa del tapial a los pedos. Cuando empieza a sonar algo, ajusta el cuerpo como para la caza. Atento a todo, los ojos miran al escenario. Le hago señas a la Vale para que no se lo pierda. Justo aparece Pipo y Lalo hace un chiste conectando el hallazgo del felino y su llegada. Todxs nos reímos.
No atiné a chequear la hora pero habrán sido alrededor de las 22 que arrancó a sonar una de las tres guitarras. Me doy vuelta para el frente y era el Jo. Con ese poncho, encapuchado y la Telecaster es un neo gaucho eléctrico. La Tele va bien al frente y la voz suena a lo lejos. No se alcanza a entender del todo. Me imagino lo que dicen las canciones, por un rato intento descifrar algunas palabras pero no me concentro demasiado en ello. Sé que la voz es un instrumento más que baila sobre los acordes cargados de distorsión. Me maravilla el talento y la flexibilidad del Jo para innovar siempre los formatos. Cada vez que toca, solo o con sus bandas, hace algo diferente. Nunca se queda con algo cómodo y conocido. Esta vez, más austero, va con pocos pedales y aprovecha todo el poder del Vox. Es un gran guitarrista, se las ingenia para tocar los graves y que las canciones tengan profundidad. Arranca con algo instrumental como si estuviera precalentando. Y sí, con el frío que hace los dedos necesitan del active. El poncho es clave, le otorga un aura misteriosa que genera expectativas sobre lo que va a pasar. Hay folklore de pronto, tiene aire de zamba. Alcanzo a entender lo necesario: es una canción de amor. El perfume es una voz y el pasto se confunde con ella. “Andando voy los caminos/ y tu amor siempre detrás”. Después reconozco “Porcelain” de los Red Hot y algunos temas viejitos y no tanto de los Ñ, también de mogulex. Como lxs que estamos del lado del público preferimos quedarnos de pie y nadie se le animó al pasto, quedó un gran espacio vacío en el medio. Parece la pandemia, dice Jo, risueño. Con el frío nadie quiere separarse de la masa humana. Llegando al final, la guitarra del Jo se transforma en sinte. Siempre encuentra una veta para sorprender. Creo que es un pedal o un sample pero no estoy segura de cómo lo disparó porque suena independientemente de que toque o no las cuerdas. Cierra con “Sabotaje”, un temazo del Emma Bayúgar… “qué otra cosa queremos/ más que seguir charlando,/más que seguir charlando./ Mirando las estrellas/ en este campamento”.
Cuando termina, agradece y aplaudimos fuerte. Aprovecho la pausa para comprar otra lata. Me cruzo con gente de la poesía, Ariel y Fermina. Ahí es que me doy cuenta de que también hay gente del palo del arte porque Jo, Santi Candoti y Nana habitan esos lares. Son artistas que tocan, escriben, dibujan y crean. Esa multiplicación de lenguajes para vehiculizar el deseo siempre me convoca. Por más que el evento de hoy sea sólo musical, es algo que respira y vive desde la manera en que se gesta y que, además de convidar, despierta las ganas de hacer. Siempre me quedo con ese sentimiento cuando escucho algo que me moviliza mucho. Supongo que por ese deseo de contagiar lo propio.
Vuelvo a la ronda y veo a la Meli que no para de temblar. Hablamos del abrupto cambio de clima y del olor a guardado que tiene la ropa. Algunxs ya sacaron las bufandas a pasear y todxs cuentan sus tips para abrigarse. Entre cosa y cosa, empieza a tocar Catástrofe José, es decir, el Santi Candioti. Arranca con un cover traducido de Velvet Underground con una guitarra cargada de efectos. En momentos específicos, dispara el trémolo y parece como si la guitarra pudiera volar en helicóptero. Siempre pensé en Santi como un gran entusiasta. Se aprecia en sus movimientos y la pasión que le pone a todo. Si hay algo que lo caracteriza, es ser un gran fan de la música, de sus propias bandas, de sus amigxs y lo hace notar. No escatima en emoción ni arriba ni abajo del escenario. Es una de esas personas que tienen una especie de transparencia efervescente. Dedica una canción a una amiga que se fue de la ciudad y agradece a todxs lxs que están y a quienes armaron el evento. Toca un tema de ex-boquita y lo miro al Gero, que justo lo tengo al lado, con una sonrisa. “Acordate, por favor”, coreamos todxs. Ahí, por el final, el trémolo empieza a tomar vida propia. Cuando suena It’s The End Of The World As We Know It de R.E.M. en una versión argentinizada, la superposición de capas de efectos ya es incontrolable. Es el fin del mundo y de su presentación: tiene sentido el caos en esa pedalboard.
Entre medio necesito ir al baño. En el camino me lo encuentro al Santi y le cuento que me dieron ganas de escribir sobre el reci. Me dice que dale, que le meta. No me quiero autoengañar porque siempre que me dan ganas de escribir sobre algo, nunca me pongo y después los detalles se me esfuman. Así que sigo rumiando la idea mientras hago la cola para entrar. La luz que está en la cocina tira cortes estroboscópicos. Escucho a Martín atrás mío que hace un chiste sobre quedar epiléptico con esos flashes. Hablamos de terminar maquetas, de grabar, de los momentos de stand by de las bandas entre los proyectos y la vida. Justo esa mañana había visto una notificación de YouTube por un video de Ivonne van Cleef, así que le pregunto si es algo nuevo. Entonces me cuenta que los están poniendo a circular por otras plataformas. Es increíble la cantidad de discos de Ivonne, otra gente con gran caudal inventivo que nunca deja de sorprenderme. Cuando finalmente entro al baño, vuelvo a encontrar el dibujo del gatito del flyer. Este tira los papeles en el cesto, full señalética gatuna.
Salgo del baño y me cruzo con Nana que pasa buscando al Jo porque está por salir a tocar ella. Me doy cuenta de que el pelo le creció rapidísimo. Afuera y ya está todo dispuesto para el cierre. Tiene una lista de temas tan chiquitita que parece un machete para la escuela. La mira y la deja sobre la mesita de vidrio que ofició todo el tiempo de bar para lxs músicxs. La voz de Nana es la única que va al frente esta noche y su guitarra está bien clean. Desde que la conozco me parece hipnotizante su forma de cantar. Su voz hablada es completamente diferente, como si tuviera un registro más agudo incluso. Pero canta y suena un vozarrón grave, con un timbre que pareciera de alguien que nació en una época bañada de blues. De pronto, toca un fragmento de “La llorona” de Chavela Vargas y parece que el tiempo ya no existe. “Si ya te he dado la vida, llorona/¿Qué más quieres?/ ¿Quieres más?”. Mete arpegios con los dedos. Se la re banca sin guantes ni nada. También toca unos hits propios que se funden con la flora del paisaje: “tallos me nacen, mi cuerpo es verde, mi cuerpo es verde”. No paro de bailar de un lado a otro. La Meli está a mi lado con la handycam. Aprovecho y hago un video de ella filmando a Nana mientras toca. Es un gran plano, a pesar de que la calidad del celu no es tan buena. Termina con “Avión”, un tema del Fer Callero que nos hace volver a estar “como si nada feo nos hubiera pasado”. Justo estas semanas hablaba de él con el Gonza Vega. Cada vez que me lo nombran siento que llegué tarde y que me perdí de alguien grande. Por suerte quedan las canciones y los poemas.
Cuando termina de tocar Nana, nos vamos rápido porque hace mucho frío. En el Uber, pienso que las setlists estaban en consonancia, como dialogando entre sí. Fueron tejiendo una historia que va a quedar resonando en el patio. Volver a las canciones de amor, escribirle a lxs amigxs, dedicar y agradecer. No me di cuenta de sacarle una foto a las listas, pero al día siguiente me voy a contactar con cada unx para pedírselas. Antes de irme, el Jo me dijo que se va mudar pronto, pero que igual va a haber otras fechas antes de que eso pase. La casita de madera tendrá otro día de gloria.
Recién al llegar a lo de Pipo me doy cuenta de que no cené nada, que mi cuerpo está lleno de música y cerveza. Y así vestida, resguardando todos los destellos de la noche que se impregnaron en la ropa, me voy a dormir.
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Fotos: Alejo Areguati.