Por cada negocio que paso miro las heladeras desde afuera para encontrar una Isenbeck metida entre las otras cervezas. Las grandes cadenas de supermercados no la tienen. En la dietética del barrio tampoco. El otro día, mientras pagábamos, su dueño -Orlando- se refería a Santa Fe como una “ciudad de verano”, visiblemente molesto por la cortina grisácea y los frentes de frío que se han instalado con exagerada anticipación: “A las 5 de la tarde ya no se ve a nadie en la calle”.
Cada vez que encuentro una publico una historia en Instagram y asombra la cantidad de personas que celebran su aparición con alegría, expresando así una pasión compartida. Una cerveza que en relación calidad-precio supo destacarse frente a sus competencias más cercanas, Schneider y Santa Fe, representantes de la identidad local, en otras palabras, del llamado “ser santafesino”. Igual que esas marcas, Isenbeck es fabricada en la planta de calle Calchines, de la cual la firma chilena CCU (Compañías Cerveceras Unidas) controla su producción desde mitad de los años 90.
Una mañana de fines de abril chateaba con un amigo de La Plata y aproveché para mandarle una portada que hice editando la etiqueta de una que encontramos el año pasado. Gato me contaba que hace rato esa cerveza no aparece en su ciudad y le digo que acá es igual. Hasta ese día, la última vez que había visto una fue en tamaño porrón, ya sin su clásica leyenda “100% malta” estampada. Esa la compramos con Laura a 500 pesos en el supermercado que está cerca de la casa de Milagros, en una noche de invierno extremo. Pero el mismo día que hablé con Gato inesperadamente veo una lata por primera vez en todo este tiempo. Fue en la esquina donde se encuentran Chacabuco y Lavalle. A los pocos días también consigo en el chino de calle Güemes; a esas las llevo a la casa de Pablo. Sospecho que Ariel -nuestro kiosquero eterno- y el supermercado chino comparten el mismo proveedor (entre un negocio y el otro camino cuatro cuadras).
Uso repetidamente “cerveza” porque no me gusta decirle “birra”.
Tocando la madera de la mesa donde escribo, puedo afirmar que la Isenbeck ha vuelto a circular en nuestra ciudad, eso sí, muy desmejorada: una cerveza devaluada para un país en picada. Ahora la lata directamente advierte “cerveza liviana”, el equivalente a lo que los yanquis llaman “light beer”. Se puede ver apenas pasás el contenido a un vaso: poco gas, espuma que se consume rápido. Esto, sin embargo, no quita la emoción de mirar la silueta del caballo negro con su jinete vestido de rojo mientras sostengo una lata fría en mis manos.