Camino. Acá y allá, arrastro mi cuerpo. Me llevo. Me entrego al mero juego de ejercitar un paso adelante de otro. Camino y escribo. Camino y esquivo. Quiero dejar de pensar. Corrijo. Quiero dejar de pensar en política, de darle y darle rosca. ¿Puede un pensamiento –obsesivo, maníaco, lateral por fijo– volverse sobre la realidad, darse vuelta, caminarla, pisarla al punto de que ya no haya frontera visible entre donde empieza una cosa y donde termina la otra?
Esta escritura trata de echar aire, de abrir las ventanas, de hacer espacio en lo ocupado, de salir liviano de la ofuscación. Entonces, otra vez, camino. Me planteo recorridos: el de siempre, el de a veces y, por último, abandonando el modo Tamas Dorkas, subir al auto con las ventanillas bajas y la música llenándolo todo. Intento, repito, divorciar mi cabeza de los sucesos políticos. Los pies y los pies-ruedas prometen una separación radical, remitida, en efecto, al cuerpo en movimiento o movilizado. En ellos, confío.
Secuencia 1 o el camino de siempre: tomo por el Bulevar, primero Pellegrini, después Gálvez. Doy zancadas frenéticas hasta llegar a la Costanera Oeste. Me detengo. Miro la Setúbal que golpea ondular en su marcha. Sospecho que el artilugio funciona hasta que… Cuando acometo el regreso, concentrado en mis pasos, las ruedas delanteras de un colectivo de la línea 16 interrumpen el espacio sonoro: /iñakiñakiñaki/. Identifico el motivo: desgaste de las pastillas de freno, pero yo escucho otra cosa. Muevo la cabeza de lado a lado. Balanceo las orejas y vuelvo a escuchar: /iñakiñakiñaki/. Puteo, me muerdo la boca, trago saliva y me ahogo. Sí, sí, Quignard: el oído no puede cerrarse.
Secuencia 2 o el camino de a veces: el aparecido. Atento al acto de respirar, me dedico a deambular por la ciudad. No sé ni cómo ni cuándo llego al barrio María Selva, donde mis ojos chocan con el nombre de un colectivo estacionado: Libertador. ¿Es posible que no lo haya visto antes? Las palabras suelen hacer este movimiento de desaparecer y aparecer o de repetirse hasta el sinsentido, donde el significante se separa del significado o lo pisotea. A cada paso, un signo, un símbolo, pisado. Observar, seleccionar, comparar, interpretar, componer, participar. ¿Cuál es el corazón en el azar de lo hallado? ¿Dónde la tercera posición? Algunas palabras, pienso, necesitarán una cura de mente.
Secuencia 3 o sobre pies-ruedas: subo al auto. Me descalzo. Con Piano Bar sonando, encaro hacia mi destino: ninguno. Recorro nuevamente el Bulevar, me desplazo sobre baches y brocales. La vista fija adelante, avanzo sin detenerme. Subo al Puente Oroño, accedo a la 168, paso el radar y acelero. En La Guardia tomo la Ruta Provincial 1, freno en el primer semáforo y miro hacia adelante. Veo la patente del auto. La leo en voz alta. Pero mi boca no dice: ele ele a. No. Intento otra vez. Y no.
Vuelvo a la ciudad con la noche encima. Las luces de los otros autos con halos, vetas y brillos me obligan a parpadear. Mis ojos parecen bolsillos. Cruzo el Puente Colgante. En estos días, me digo, parece necesario eso, cruzar el Colgante: “yendo no hay error”.