Una sonrisa es una cosa seria

Primera Parte

Esta mañana ni bien me desperté me propuse hacer un par de tareas importantes.
No urgentes, pero sí importantes.
Obligarme a hacer cosas es algo que mi ex psicólogo me enseñó, es decir reprogramar mi cerebro de tal manera que haga lo que yo, aparentemente, no quiero que haga. Terapia CCI. Cognitiva Conductual Integrativa. De corta relación y resolución, en unos meses debería tener más o menos el peor de mis síntomas bastante liviano.


Síntoma peso pluma.


Es como pertenecer a la realeza y tener que desnudarte, quitarte las ropas de realeza creada por conjuntos que forman otras partes de telas con texturas diferentes, al mismo tiempo que te observás en un espejo estilo provenzal que deforma tu cuerpo, y tu cara no es la de siempre sino una cara bastante seria.


Un gesto agrio pero rico.


Cuando girás la mirada del espejo hacia otra cosa, te reís de esa cara que pusiste, y sonreís porque podés hacer lo que quieras.
Es importante autopercibirse como persona seria. Con rigor, con compostura. Hoy actué con seriedad casi la mayor parte del tiempo, aunque el día todavía no concluyó.
Leo [Risas], esa compilación de Cactus sobre momentos graciosos de Deleuze, sus chistes y atrevimientos, su punzón cómico, y sin embargo no dejo de leerlo como algo serio, aunque me río a carcajadas.
Todavía no puedo resolver si sonreírle a los animales que me cruzo en la calle es de persona seria o no. Yo creo que sí.


Después de ser seria quisiera poder ser simple, sencilla. No tengo idea cómo se hace, por cuál proceso se filtrará lo esencial y si un agujero negro se tragará lo que no me gusta de mí. Tampoco sé por qué relaciono la disciplina con la seriedad.

La seriedad que roza el enojo es aquella que me generan cuando me interrumpen y me apuran en el momento exacto de comunión conmigo misma o con algo más.
Cuando descubro la rigidez con que me comporto a veces me surge la pregunta por la neuro-divergencia. ¿Tendré algo? ¿Seremos todas las personas neuro-divergentes? Pero después es tan automático el switch, el paso de la cara de orto a la sonrisa, un acto de conversión tan simple, que a veces dudo de que no sea la misma moneda girando sobre sí misma. Es decir, estar sería no es ser seria y estar seria no siempre es enojo.


Como que la seriedad tiene diversas expresiones y no siempre es la caracúlica la que prima sino que existen cientos de formas de ser una persona seria, incluso sonriendo.
¡Qué humor tan fluctuante! pensaba, debe ser el sol en géminis.
Entonces me pregunté ¿una sonrisa es una cosa seria? Una sonrisa es una cosa seria. Me respondí. Una sonrisa debería tener las siguientes cualidades: ser genuina, armónica y espontánea. Conceptos para mí bastante serios y complejos.

Emito (y prefiero) una sonrisa falsa, pero harta inocente, antes que el acto de iniciar una discusión a la cual no le encuentro final posible. A esta técnica de supervivencia le llamo Economía del tiempo.
Quiero destacar que hasta ahora nunca dije ni diré sonrisita.
Me parece cínico, ¿o soy yo?


Yo supongo que una sonrisa es de lo más lindo que tiene una persona. Hay algunas que no tienen nada de lindo. Disminuir una sonrisa diciendo sonrisita es como retirarle el poder mágico a las personas sobre otras personas. Sólo son encantadoras las grandes sonrisas. Como los buenos estornudos, que son como fuentes estruendosas.
Creo que las niñeces no tienen sonrisitas, tienen las mejores sonrisas del mundo.

Yo a veces sonrío falsamente, sin explicación pero sin maldad.
Y yo sonrío porque puedo, porque es un acto además de serio, noble. Sonreir no hace mal a nadie y sin embargo por qué la gente va con esa cara determinantemente opuesta a la vida, ¿si te pago me sonreís? ¿Qué pensará el opresor cuando el oprimido le sonríe?

La mayor parte de las veces fijo la vista en un punto lo suficientemente lejano como para no ponerme bizca. Y muevo esos pequeños músculos faciales que levantan mis labios de manera disímil, y es probable que no muestre los dientes, al mismo tiempo que hundo los párpados para tener una mirada más profunda.

Hay algunas personas que dicen que cuando sonrío se me ponen los ojos asiáticos, orientales. Una vez me dijeron que era parecida a Björk y lo único que podía identificar con cierto parecido eran los ojos rasgados, porque otra cosa yo no veía. Y sólo puede existir cierto parecido cuando me río (con risas sonoras y fuertes), porque el resto del tiempo tengo los ojos almendrados.

Recuerdo preguntarle a mi abuela, mientras leía revistas femeninas, usualmente secciones de maquillaje que recomendaban usos de colores y técnicas según la forma de los ojos, qué tipo de ojos eran los míos: – almendrados, me decía. ¿Y la piel? – Trigueña, como yo. Después con el tiempo supe que no soy trigueña, que soy blanca. Cómo la harina de trigo o la cocaína que zarpó del puerto de Quequén y terminó en Australia.

Si me expongo al sol enrojezco, y después tengo un ardor horrible, y demoro semanas en renovar la primera capa de piel. Soy como las plantas de interior, me gusta muchísimo la luz indirecta, los mismos lugares siempre y un poco de humedad ambinente. Siento que cuando estoy bajo el sol las sombras como las luces son tan duras que todo está afiladísimo. Es como si en los ojos me presionara con la punta de los dedos alguien maldito, con mucha saña. No puedo ver.

La mayoría de los días de pleno sol me resultan odiosos. Los odio, simplemente; que el sol esté impactando llenísimo sobre mí y al mismo tiempo, quemándome suavemente; gravitando en un spiedo urbano. Los detesto. También detesto las calles de asfalto que se calientan lo suficiente como para quemarles las almohadillas de las patas a mis perros.
Los días que hay nubes que cortan el camino de los rayos, desviándolos o haciendo lo que sea que hagan, soy feliz y sonrío.


Cuando comienza la primavera sonrío porque hay muchas flores en las calles y puedo verlas. Que haya flores es importante. Para todo, para la vida en general.
Entonces sonrío y a veces no me doy cuenta y estoy hace segundos con los músculos sosteniendo una sonrisa, como si alguien estuviera por sacar una foto y no la saca.
Relajo y vuelvo a sonreír, porque me parece fundamental. Algo serio, la sonrisa. Y me parece algo serio también que todavía haya nubes, que pueda mirar al cielo y me moleste el sol.


Ponerme de mal humor y luego de buen humor, y que el clima modifique mi forma de percibir, eso me parece bastante importante.

continuará…

*Guillermina Romero es una poeta, librera y traductora que nació en 1990 en la ciudad de Necochea. Hace casi tres años reside en Mar del Plata. Colabora como traductora y curadora de poesía en la web de difusión alternativa Escrituras Indie y coordina un taller de poesía en el living de su casa.